por Ceppas | Mar 27, 2015 | Coaching |
Ya no tengo nada que entender
Ya no tengo nada que cubrir
Estoy perdiendo ese miedo de perder
Estoy perdiendo ese miedo de sentir
No hay sueño que no tenga su dolor
No hay confianza que no pierda su sabor
No me importa lo que me toca vivir
Estoy conmigo
(Nada que perder, Alvaro Godoy)
Una vez un periodista le pregunto a un juez si estaba siendo presionado por el gobierno. No-le respondió el juez sin dudarlo-yo no soy presionable.
La distinción que hizo el juez siempre me pareció muy lúcida, pues define la presión como un fenómeno que le ocurre sólo al que se siente presionado. El aclaro a la prensa que efectivamente lo llamaron diversas autoridades respecto del caso emblemático que él estaba llevando, pero que aquello no afectaba en nada sus decisiones. No soy presionable, repitió.
Por esas casualidades de la vida-que nunca lo son tanto-me ha tocado abordar el tema del abuso y la presión en mis sesiones de coaching. Es un tema recurrente en el trabajo y en casa, que las personas están agotadas, enrabiadas y se sienten abusadas por sus jefes, por sus parejas y hasta por sus colaboradores (¡si, también por sus subalternos!) La pregunta que les hago es simple:
¿Por qué se dejan abusar?
El abuso al igual que la presión no es algo que hace el otro, es algo que sentimos nosotros cuando creemos que estamos obligados a hacer algo que no queremos hacer. Por lo mismo, nos sentimos abusados cuando creemos que es el otro el que nos hizo hacer aquello no queríamos. En realidad, somos nosotros lo que nos sentimos presionados o nos creemos abusados. Lo anterior puede suceder a raíz de lo que el otro hizo o dejo de hacer, pero no es el otro el causante de mi presión, es mi propio sentido de obligación la causa directa.
Algo muy parecido sucede cuando nos sentimos agotados o dolidos. Nunca puede ser el otro la causa directa de nuestro cansancio, necesariamente es producto de algo que nosotros hacemos en exceso. Nuestro agotamiento no puede ser si no causado por nuestra acción. Y dolor, al igual que en sentimiento de abuso, no es más que el resultado de exponernos permanentemente a situaciones que exceden nuestra energía y capacidad de recuperación y que interpretamos que el otro nos infringe. (Ver: http://coaching.bligoo.com/que-nos-agota-y-nos-duele)
¿Puede alguien obligarnos a hacer algo?
Humberto Maturana- el célebre biólogo chileno- les probó a sus alumnos que nadie puede obligar a nadie a hacer nada. Simulo tener una pistola en su mano y los invito a vivir la situación como real. Apunto en la cabeza de un alumno y le dijo que se desnudara. Todos se rieron y por supuesto el alumno no lo hizo. Entonces Maturana les dijo que aunque la pistola fuera real, ellos igualmente podrían negarse a desnudarse y afrontar las consecuencias (1).
Todos tenemos la libertad de elegir nuestra conducta, de modo que lo que hacemos es siempre lo que preferimos hacer. La esposa puede dejar de ordenarles sus cosas a sus hijos y su marido y aceptar que la casa estará más desordenada, porque prefiere dejar de sentirse víctima de su familia. El marido puede acompañar a su esposa donde sus padres aunque a veces se aburra, porque prefiere verla feliz. Usted puede cambiarse de trabajo porque prefiere tener menos dinero pero más tiempo libre y no sentirse abusado por su jefe. Lo que no sería justo es preferir algo y después culpar al otro de nuestra preferencia.
De alguna manera somos responsables de nuestra sensación de abuso porque somos libres de negarnos a hacer aquello que no queremos. Entonces, ¿Quién es el que permite el abuso? Si nos dejamos presionar, si hacemos aquello que nos parece abusivo ¿Quién es el abusador finalmente?
El comienzo de la libertad-y de eso trata en buena medida el coaching- requiere hacernos cargo de lo que elegimos, de aquello que a cada momento preferimos, para dejar de culpar a los demás de nuestras penurias, para dejar de sentirnos víctimas y ser agendados por los otros. Para dejar de tener miedo del todo el poder que tenemos en nuestras manos.
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(1) Maturana probó biológicamente que los seres vivos nunca son determinados por el medio ambiente, es decir, por los estímulos externos. Nuestro sistema nervioso es cerrado y por lo tanto lo que nos ocurre tiene que ver con la estructura de nuestro sistema nervioso y no con el estímulo externo: “En el sistema nervioso del organismo, el mundo exterior solo puede gatillar cambios que son determinados por la estructura del sistema nervioso” (Del ser al hacer, Maturana/Pörksen pag 74). En el caso que hablamos, el otro sólo puede presionar aquello que es presionable, o dicho de otro modo, sólo puede gatillar nuestra propia exigencia interna, nuestro miedo o nuestra preferencia.
por Ceppas | Ene 8, 2015 | Coaching |
Estoy agotada, no puedo más. Por más que intento cambiarlo, no logro nada.
Prefiero que se vaya, me genera mucha tensión su forma de ser. Ojala renuncie.
En plano personal, de pareja o de trabajo sucede a veces lo mismo; relaciones desgastadas que duelen mantenerlas… pero también duele perderlas. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué es lo que provoca ese dolor y ese desgaste? ¿Podemos hacer algo distinto a perder esas relaciones?
Muchas veces lo que nos tiene agotados y nos duele no es lo que la otra persona hace o deja de hacer. El cansancio lo provocamos nosotros mismos con el tremendo esfuerzo que hacemos en querer cambiar a esa persona y el dolor de interpretar que la otra persona no quiere cambiar porque no nos quiere o no valora lo que le damos. Ambos sentimientos son producto de lo que nosotros hacemos, no de lo que hace la otra persona.
Les demuestro este efecto a mis coachees con un simple ejercicio: mientras conversamos de su problema, les pido que sostenga un vaso. Les pregunto si el vaso es muy pesado para sostenerlo y obviamente me dicen que no. Al cabo de un rato de conversación se empiezan a cansar de sostener el vaso. Les recuerdo que me dijeron que no era pesado. Pero se ya se han percatado que el vaso después de sostenerlo tanto rato les resulta efectivamente pesado. En realidad el vaso no es pesado ni liviano, el peso es una sensación subjetiva, y depende de la cantidad de tiempo de esfuerzo que ponemos en sacar de su inercia a un objeto (1). Lo mismo sucede en las relaciones. Las personas son naturalmente de una manera, tienen una inercia propia de acuerdo a su personalidad, sus talentos y habilidades, intereses y creencias. Tratar de cambiar su trayectoria requiere siempre de un esfuerzo. Podemos lograrlo puntualmente. Querer cambiarlas de forma permanente requiere de un esfuerzo permanente, y es ese esfuerzo sostenido es lo que finalmente se va trasformando en cansancio y finalmente en dolor. Como el dolor en el musculo del brazo de mis coachees cuando se empeñan en sostener el vaso más allá de sus fuerzas.

La buena noticia es que el alivio está en nuestras manos. Dejar de hacer aquello que genera y aumenta nuestra emocionalidad negativa depende tan sólo de nosotros. Ya sabemos que el dolor lo provocamos con nuestra resistencia a lo que es, entonces podemos empezar a experimentar el soltar aquello que nos agota y nos duele.
Hay un viejo chiste que nos puede servir de metáfora. Una persona va al doctor y le dice: “doctor me duele todo”. Mientras con su dedo va tocando distintas partes de su cuerpo le explica sus dolencias: “me toco el estomago y me duele, me toco el pecho y me duele, me toco la cabeza y me duele…que puede ser doctor?”. El doctor mira el dedo del paciente y le dice: “tiene una herida en el dedo”.
Y a veces es así, estamos heridos en alguna parte de nuestro ser (2). Una forma de sanar es dejar de ir hacia esos lugares donde la herida se vuelve abrir. Lo que nos duele no es el otro, es siempre nuestra herida.
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(1) Los objetos pueden ser medidos por alguna balanza, pero eso nos lo hace en sí mismos pesados ni livianos. La pesadez es una relación relativa a la cantidad de energía o fuerza de la contraparte y al tiempo de su aplicación. Para una grúa una gran roca puede ser liviana, no para un ser humano. Pero hasta una grúa puede romperse (desgaste de materiales) si debe sostener esa roca por demasiado tiempo.
(2) Al igual que en el mundo físico, las heridas sicológicas se producen por esfuerzos extremos sostenidos cuando empiezan a mermar las fuerzas, las energías o los recursos para sostenerlos. Un niño, por ejemplo, puede generar una herida sicológica si se le pide que tome decisiones más grandes que sus capacidades de control propios de su edad y sus recursos internos.
por Ceppas | Ago 21, 2014 | Coaching |
«Desde el actor británico Anthony Hopkins hasta Michelle Bachelet. Las personas y empresas que recurren a un coach suman y siguen. Su éxito va de la mano con un mundo cada vez más competitivo y que busca respuestas efectivas y más rápidas que una terapia.” (La Tercera)
El término “Coach” viene del deporte, y es el entrenador que logra sacar lo mejor de un deportista. Marcelo Ríos jugaba mucho mejor al tenis que su nuevo “coach”, pero el coaching que este le hizo fue lo que lo llevo a ser el número uno. ¿En qué consiste el coaching? ¿Cómo logra que las personas consigan sus objetivos?
“El coaching es una disciplina en rápida expansión, sólo superado por la industria de IT en su índice de crecimiento en Estados Unidos”, comentan Perry Zeus y Suzanne Skiffington en el prologo de su libro Coaching práctico en el trabajo. Este éxito se debe a múltiples factores; su enfoque práctico, sus metodologías modernas, su orientación al desarrollo de las personas “sanas” (sin patologías), pero sobre todo porque ha demostrado ser efectivo. En mi experiencia como coach de empresas (1), he visto como crece la demanda del coaching en el mundo organizacional–sobre todo a nivel ejecutivo- y la razón es simple: ha dado buenos resultados. De otro modo las empresas no invertirían en estos procesos que, por lo demás, no son baratos.
Del deporte, el coaching rápidamente se expandió al mundo de las organizaciones, pero luego tomo un espacio importante en el mundo terapéutico, orientado a las personas que buscan desarrollar sus potencialidades para lograr objetivos precisos en sus vidas. Hoy vemos una diversidad importante de tipos de coaching: life Coaching, coaching familiar, coaching laboral, coaching de pareja, etc.
¿En qué consiste el coaching?
Las principales ventajas del coaching es que son procesos relativamente breves, enfocados en la solución más que en la causa de los problemas y se centran en las fortalezas de las personas más que en sus debilidades.
Las personas que buscan coaching son por lo general proactivas y poseen automotivación para lograr sus propósitos. Como diría Carlos Castaneda (2),son guerreros en busca de su lugar de poder. Saben pedir ayuda porque están abiertos al aprendizaje y quieren hacerse cargo de su vida. Lo que consiguen es aumentar su propio empoderamiento, es decir, aclarar sus objetivos y activar sus recursos para lograrlos.
El coach es sólo el facilitador de este proceso; lo ayuda a indagar en sus recursos y fortalezas para instalar en su vida conductas efectivas, actúa como testigo de sus avances y éxitos, lo desafía a continuar cuando se desmotiva, lo impulsa a revisar sus creencias, le muestra la consecuencia de sus interpretaciones, le sirve de espejo cuando se contradice, lo acompaña a remover los obstáculos, le ofrece alternativas de cursos de acción, le entrega nuevas herramientas y técnicas de comunicación para ampliar su círculo de influencia.
Para lograr este acompañamiento el coach maneja una variedad de metodologías y principios de la sicología, la filosofía del lenguaje (3) y la neurociencia (4). Además de nutrirse de la experiencia práctica de coach y asesores organizacionales (5). Incluso las universidades han incorporado actualmente la disciplina del coaching a sus programas de MBA, magister y diplomados para ejecutivos y formación de coach profesionales (6), porque saben que en el mundo del trabajo estos conocimientos y “habilidades blandas” son tanto o más importantes que los conocimientos técnicos.
En nuestro centro CEPPAS trabajamos con Positive Coaching, (Ver recuadro ¿Cuándo pedir coaching?) basado en los avances de la sicología positiva (7) y las evidencias de la neurociencia moderna sobre como aprende nuestro cerebro. Se trabaja con técnicas que despiertan las zonas más creativas de nuestro sistema neuronal, descubre y enfoca nuestras fortalezas a los nuevos desafíos y aprovecha la tremenda energía que surge de trabajar de forma alineada con nuestros valores más profundos.
Coaching personal y laboral en CEPPAS
Mi cariño se me va
¿Quién debe cambiar?…A veces las parejas no están de acuerdo en que necesitan una terapia, pero basta que uno esté dispuesto de hacer algo concreto para mejorar su relación para que algo bueno empiece a suceder. Cuando alguien viene a coaching con ganas de un cambio en su relación de pareja, con la determinación de ser más feliz en ella, ha dado el primer paso para lograrlo, porque el cambio de un miembro de la pareja necesariamente cambiará la relación. Coaching para la pareja no es una terapia de pareja, es para ayudar a un miembro de la pareja a positivar la relación y a explorar la voluntad del otro de abrirse a una terapia. Uno es la mitad del problema y uno puede ser la mitad de la solución.
¿Cómo lograr el trabajo que busco?
El coaching es una herramienta muy eficaz para preparar a las personas para las entrevistas de trabajo. Las simulaciones de entrevistas ayudan mucho, entregan técnicas de comunicación efectiva y bajan el estrés. Sin embargo, la inquietud de fondo de las personas que me ha tocado ayudar en este proceso es encontrar el tipo de trabajo que los haga feliz, donde sientan que pueden aprovechar todas sus potencialidades. Un lugar donde valoren sus competencias y puedan aportar en lo que realmente creen. Yo creo que hay una empresa que nos anda buscando precisamente a nosotros, pero nosotros no sabemos bien lo queremos y lo que valemos. Encontrar el trabajo que nos busca comienza por conocernos.
El mejor lugar es ser feliz
¿Cómo disfrutar en mi trabajo? ¿Debo cambiarme de trabajo? Son preguntas con que llegan muchas personas a coaching. Pasamos gran parte del día en el trabajo, pero no somos felices allí: una mala relación con nuestro jefe o con nuestros pares puede amargarnos la vida. La mayoría de personas que he visto han pensado en renunciar muchas veces pero tienen miedo de no encontrar otro o que les pase lo mismo. Están inmovilizados y se sienten sin poder. Antes de cambiarnos de “pega” ¿podemos intentar cambiar lo que nos molesta?.¿Depende en parte de nosotros?
El coaching laboral se enfoca en potenciar nuestras habilidades blandas y positivar nuestras relaciones en el trabajo. Se aprende a como dar y recibir feedback, hacer peticiones y lograr compromisos, destrabar conflictos y aprovechar el potencial propio y de nuestro equipo.
¿Es posible diseñar la vida que quiero?
En la vida nosotros somos nuestros propios jefes y nadie está obligado a vivir una vida prestada. Lo que realmente nos quita el sueño no son los problemas, es no estar haciendo todo lo necesario para conseguir nuestros sueños. El coaching de vida se aboca a rediseñar nuestra vida actual, como si de verdad fuese la única que tenemos y dependiera de nosotros. Se aprende a definir objetivos claros y realizables, detectar nuestras propias trampas y obstáculos, remover creencias desmovilizadoras y juicios justificadores. Su objetivo es ampliar el círculo de nuestro poder personal.
El coaching para la negociación, es una intervención breve cuyo objetivo es lograr acuerdos concretos basados en el principio ganar-ganar. Se aprende cómo hacer peticiones realistas y asertivas y lograr compromisos mutuos. Es muy efectivo para parejas, padres e hijos, socios o cualquier persona que quiera superar diferencias con otra y conseguir un acuerdo sustentable y positivo para ambas partes.
Coaching para manejar el stress, nos permite identificar nuestros principales estresores o motivos de tensión y encontrar la fuente de nuestra energía y creatividad, que es la mejor forma de equilibrar y gestionar el ritmo de vida que enfrentamos actualmente.
Alvaro Godoy
Coach Integral Universidad Católica
CEPPAS.CL
Badajoz 130, Of. 1101,
Edificio Oficinas de Cordoba,
Las Condes.
Teléfonos: (02) 2207 0926 – (02) 2207 1126
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(1) Actualmente es Consultor especialista en Coaching en TARGET-DDI, consultora internacional en RR. HH. En este rol ha trabajado para empresas como Nestle, Cencosud, BancoChile. Collahuasi, Agrosuper, Roche, Delloite, ACHS, Chile-Tabacos, Autopista Central, SK Rental, Covidem, Yamana, Monticello, Indura, YPF, Los Héroes, SURA, RSA, ESSBIO, LAN, entre otras.
(2) Carlos Castaneda, Antropólogo, autor de Las enseñanzas de Don Juan y varios relatos de poder.
(3) Grandes filósofos del lenguaje le dan el sustento teórico al coaching, entre ellos Federico Nietzsche, Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein y John Austin que coinciden en que el lenguaje “genera realidades”.
(4) Científicos como Gregory Bateson (Palo Alto) y los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela entre otros, demuestran que los seres humanos no estamos biológicamente capacitados para acceder a una verdad independiente de nosotros mismos. Lo que “ocurre” es lo que “nos ocurre”.
(5) Por ejemplo, asesores de empresas mundialmente famosos como Steven Covey (Los siete hábitos de las personas altamente efectivas) o Peter Senge (La quinta disciplina). En Chile Fernando Flores y Rafael Echeverría (Ontología del Lenguaje) han aplicado a la práctica del coaching sus teorías.
(6) En Chile universidades como la U. Católica, U. del Desarrollo y Adolfo Ibáñez ofrecen diplomados y magister sobre esta disciplina.
(7) Martín Seligam, considerado el padre de la sicología positiva, propone que el bienestar y la felicidad así como el optimismo es una capacidad entrenable en nuestro cerebro. Neurobiólogos como Richard Davison lo han demostrado con evidencias científicas.
por Ceppas | Jun 29, 2014 | Coaching |
Lucía dice que Juan fue agresivo, que era evidente su rabia. Juan se queja que la agresiva fue Lucía y que él se sintió atacado. Argumenta ¿cómo Lucia puede saber lo que él siente, cuando sus emociones son suyas y sólo él puede conocerlas? ¿Quién tiene la razón?
La inteligencia así como las emociones, son “objetos” que se usan para explicar nuestro comportamiento. Pero ¿existen realmente?
¿Dónde reside la inteligencia? ¿Es “algo” que se pueda medir? ¿Algunas personas tienes más inteligencia que otras?
Hablamos todo el tiempo de la inteligencia como algo que los individuos poseen como algo distintivo. De hecho decimos que los seres humanos somos los seres vivientes más inteligentes del planeta. También afirmamos que Julio es más inteligente que Pedro, o que lo que dijo zutano es más inteligente que lo dijo fulano. Y según esas distinciones y diferencias actuamos, tomamos decisiones, explicamos el pasado y vaticinamos el futuro. De modo que, atributos como la inteligencia son gravitantes en lo que hacemos día a día.
Como Coach me encuentro con esa palabra todo el tiempo, y puede ser motivo de una contratación o de un despido, de un enamoramiento o de una separación. Nadie se cuestiona que exista la inteligencia y en su nombre se justifican acciones que pueden ser muy positivas para otro ser humano… o devastadoras.
¿ES LA INTELIGENCIA UN OBJETO?
En la vida cotidiana así como en los textos científicos se habla de la inteligencia como si fuera un objeto que puede ser descrito objetivamente y estudiado, de la misma manera que cualquier objeto que existe “objetivamente” (fuera de nuestra mente) como el corazón, una molécula, una mesa, un vaso, etc. Sin embargo, a la hora de definir ese objeto las diversas teorías difieren en su definición. ¿Cómo es posible que discrepen en la misma descripción de aquello que ya están estudiando? ¿Qué están estudiando entonces? ¿Se imaginan a un biólogo o a un químico definiendo un objeto que jamás han visto, tocado o percibido experimentalmente a través de alguna señal física?
Pues bien, eso es lo que hacen muchos destacados pensadores. Primero dan por sentado que existe ese algo llamado inteligencia y luego tratan de entender que es, cómo funciona, a que se debe, que la genera o la inhibe, cuantos tipos de inteligencia tenemos, etc.
Lo que no se preguntan es ¿quién dijo que existe algo así?
La inteligencia es ante todo una palabra, en eso creo que todos estaríamos de acuerdo. El artículo LA que la precede ya nos indica que se trata de un sustantivo, es decir, un tipo de palabra que nombra a un objeto. Sin embargo de objeto no tiene nada; no lo vemos, no lo tocamos, no huele, no tiene límites observables, no es mensurable con instrumentos (mecánicos), etc. Es un “objeto conceptual” objetaran algunos, no es físico. Pero ¿Qué es un objeto conceptual?
¿DONDE VIVEN LAS EMOCIONES?
Pensemos por un momento en otro objeto conceptual: las emociones. Nadie las ve directamente, nadie sabe ciertamente cómo se generan, donde residen y se discute hasta el infinito sobre su efecto cuasi determinante en nuestro comportamiento. Al igual que la inteligencia, explica nuestro proceder de manera aparentemente muy convincente. Sin embargo, cuando dos personas (una pareja por ejemplo) se quieren poner de acuerdo en las emociones que sienten, discrepan casi siempre. Lucía dice que Juan fue agresivo, que era evidente su rabia. Juan se queja que la agresiva fue Lucía y que él se sintió atacado. Argumenta ¿cómo Lucia puede saber lo que él siente, cuando sus emociones son suyas y sólo él puede conocerlas? Pero es que tú no te ves- retruca ella-y le da a entender que todo lo que hizo demostraba tu tremenda rabia.
¿Quién tiene la razón? ¿La emoción de Juan es esa sensación que siente Juan en su cuerpo o es lo que observa desde fuera Lucía? Humberto Maturana dice que las emociones son predisposiciones a la acción, pero ¿quién debe juzga el carácter de esas predisposiciones, el que actúa o el que observa al que actúa?
Yo propongo que ambos tienen la razón, pero están hablando de entidades diferentes. Juan interpreta que sus emociones son las sensaciones físicas que le reporta su cuerpo (nudo en estomago, corazón acelerado, respiración más corta, etc.) y que ha aprendido a catalogar durante su vida en lo que el llama miedo, rabia, pena, alegría, etc. Lucía, por su parte, interpreta que las emociones son las que comandan las acciones de Juan y que por lo tanto se “rebelan” en su comportamiento (de que otra manera Lucia podría deducir una emoción en su pareja). La explicación de un tercero (el coach) podría ser es que ninguno de los dos está en realidad observando las emociones tal cual (como quien pudiera ver un color en un cuadro), lo que observan son sus “manifestaciones”. En el caso de Juan sus propias sensaciones físicas y en el caso de Lucía, el comportamiento, las conductas de Juan. Es decir, ambos están interpretando las supuestas “señales” de algo que no vemos directamente, que son las inasibles emociones.
Podríamos seguir escarbando y escarbando y- al igual que con la inteligencia- nunca llegaríamos a encontrarnos cara a cara con las emociones. Sólo frente a sus señales, sus expresiones, sus síntomas, etc. Sin embargo- y esto es lo curioso-jamás descartamos que existan, partimos del supuesto que si existe una palabra que las señala, el fenómeno tiene que existir.
NUESTRO MUNDO DE OBJETOS
Con las emociones no encontramos nuevamente con una entidad no física que todos aceptamos que existe (¿Quién se atreve a negar que existen las emociones?) pero que paradojalmente no nos hemos podido poner de acuerdo que son exactamente. Es decir, estamos ante otro objeto conceptual.
Los objetos parecer ser entidades que podemos percibir del mismo modo dado que compartimos una misma biología y tenemos órganos sensoriales similares (una mesa, una silla, etc.) Podemos relacionarnos con ellos con expectativas similares. En otras palabras, nos sirven de referencia para poder relacionarnos y coordinarnos. Sabemos que si nos ofrecen una silla podremos muy posiblemente sentarnos en ella, sabemos que si nos gritan ¡cuidado viene un auto! debemos evitarlo porque es un objeto duro en movimiento. Pero ¿Cómo nos coordinamos respecto de nuestro mundo interior?
Es aquí donde las palabras adquieren un valor especial. Cuando pensamos que Juan es inteligente es porque coincidimos con su pensamiento o porque actúa de una manera que nos gusta. Si decimos que “Juan ES inteligente” en un contexto laboral – por ejemplo- estamos queriendo probar que está habilitado para hacer bien un trabajo y que es bueno que lo contratemos. Es decir, usamos ciertas palabras (objetos conceptuales) para inducir a los demás a ver lo mismo que nosotros vemos. Pero no decimos que Juan nos gusta o que piensa como nosotros, decimos que “tiene” mucha inteligencia. En alguna medida estamos tratando de que el otro vea nuestro mundo interior del mismo modo como si viera objetos físicos externos. Como si la inteligencia fuese un atributo objetivo de la persona que señalo y no un sentimiento de coincidencia que habita en mi vivencia.
La inteligencia está en la mirada del que observa- al igual que la belleza- pero queremos influenciar a que los otros vean lo mismo que nosotros y para eso tenemos que poner el atributo afuera, lo mismo que si fuera un objeto físico.
Algo similar sucede con las emociones (el otro principio explicativo de nuestras acciones: corazón & razón) .Decimos que el otro- o uno mismo- tiene una determinada emoción para explicar y justificar su/nuestro comportamiento, pero a diferencia de la inteligencia, como algo que no podemos evitar. Somos “guiados” por las emociones, para bien o para mal, son ellas las culpables de lo que hacemos, no nosotros. Lo máximo que podemos hacer es tratar de controlarlas, nunca evitarlas porque son espontaneas, nos descubrimos inmersos en ellas.
Tenemos entonces que la inteligencia es un principio que explica un proceder adecuado, es decir que coincide con nuestras preferencias, mientras las emociones nos excusan de comportamientos de los cuales no queremos hacernos cargo.
Tenemos entonces que hemos inventado en el lenguaje dos “principios explicativos” que olvidamos que hemos creado y luego damos por cierta su existencia y los guardamos en nuestro armario de “objetos conceptuales”. Esos objetos que nos permiten describir nuestro mundo interior como si fuese exterior.
Por eso podemos decir que la inteligencia no es un atributo del observado sino del que observa. Por eso queremos proponer que las emociones viven en quien las juzga más que en lo juzgado.
Que las palabras no señalan lo que buscan alumbrar sino más bien que ocultan a quién las dice.
por Ceppas | Jun 8, 2014 | Coaching |
Atiéndeme, quiero decirte algo
que quizá no esperes, doloroso tal vez
Escúchame, que aunque me duela el alma
yo necesito hablarte, y así lo haré.
Pedro Junco
“Mi pareja no me escucha” es una de las quejas más frecuentes en el coaching de pareja y a veces es el presagio de que algo anda muy mal en la relación. Con el tiempo, él o ella se cansa de intentar hacerse escuchar, prefieren callar y entonces, un día pasa un ángel…quizás ese ángel del que habla Silvio Rodríguez: Ángel para un final.
Emilio es colombiano, llegó a mi consulta por un tema laboral. Se vino a Chile contratado por una empresa chilena, (no había mucho trabajo en su país) pero no le estaba yendo muy bien en su nuevo trabajo. Su jefe directo le dio un feedback muy duro respecto de sus habilidades comunicacionales y temía que lo echaran. Cuando detectamos que su problema no estaba en su oratoria si no en su capacidad de escucha, me confesó con un fuerte sentido de injusticia: “mi pareja me dice lo mismo.”
La llamada Escucha Activa es una de las habilidades más valoradas actualmente en las organizaciones y el mejor predictor de éxito en el matrimonio. Todos sabemos lo importante que es. Sin embargo, es probable que más de alguna vez hayan sido acusados injustamente de no “no estar escuchando”. A su vez, también han sentido esa desagradable sensación de no sentirnos escuchados por el otro.
¿De qué estamos hablando cuando decimos que no somos escuchados?
Emilio me contaba que no lograba darse a entender con los demás gerentes en las presentaciones. El pensaba que se trataba de un tema cultural, pero yo sospechaba que detrás de su estilo de influencia había otro problema. Le propuse practicar su capacidad de escucha con su pareja. Patricia se había venido a Chile siguiéndolo, pero desde hace tiempo ya que estaban distanciados y casi no hacían el amor. Ella declaraba sentirse sola y no escuchada por Emilio.
Le pedí a Patricia que le contara a Emilio alguna preocupación que la aquejaba y allí pudimos entender de qué estaba hecho el equívoco. Emilio, al cabo de un rato dejaba de mirarla, se concentraba en el problema que le contaba Patricia y en medio de la narración la interrumpía para hacerle ver sus errores y decirle lo que tenía que hacer. Además, para ilustrar su idea se ponía hablar de ejemplos donde EL había resuelto un problema similar. En la cara de Emilia se podía ver evidente su frustración y desaliento. A pesar de los esfuerzos su pareja por ayudarla (Emilio en verdad la había escuchado), claramente Patricia no se estaba sintiendo escuchada.
Nos pusimos de acuerdo entonces en una distinción: una cosa es la capacidad de ESCUCHAR y otra la habilidad para lograr que el otro SE SIENTA ESCUCHADO.
¿Dónde reside la escucha?
Claudia es gerente de Recursos Humanos, muy orientada a los resultados y con una capacidad de aprendizaje como fortaleza. Estaba muy disgustada por los resultados en su área, algunas personas claves habían renunciado y eso era muy mal visto por sus pares. Tratándose justamente del área que lidera el tema del “clima laboral”, no era admisible. Ella misma pidió una evaluación 360 (donde opinan sus colaboradores, pares y su jefe). Una de las oportunidades de mejora que más se repetía en el informe era: “necesita aprender a escuchar más”. “Eso no es verdad”- se defendió en su primera sesión de coaching- “yo los escucho muy bien, incluso se los he probado repitiendo textualmente todo lo que acaban de decirme”.
Escuchar es una actividad que todos realizamos pero que nadie, que no sea uno mismo, puede dar fe de ella, porque es una actividad interna y subjetiva. Sin embargo se la trata como si fuera una capacidad física tangible y observable, como saber manejar un auto o calcular una formula. Incluso en las empresas se la mide como si fuera una sustancia que algunos ejecutivos poseen en mayor menor cantidad (como quien mide la bencina de un auto). Y nos ha tocado ver muchas veces que estos se esfuerzan en vano en poner mucha atención para aumentar su capacidad de escucha. (1) Por el contrario, aquí quiero proponer que “saber escuchar” es un atributo que no puede calificar o evaluar el que escucha, si no el que necesita ser escuchado. Al igual que la belleza, está en los ojos del observador.
La habilidad que podemos practicar entonces no es escuchar más, sino más bien lograr que el otro se sienta escuchado.
Con Emilio simulamos y ensayamos sus próximas presentaciones y detectamos que no parecía reparar en las preguntas que yo le hacía, seguía con discurso como si no hubiera hablado, sin embargo cuando le preguntaba era capaz de repetir fielmente lo que yo había dicho. Le pasaba lo mismo que con su pareja; no demostraba haber escuchado lo que había escuchado.
Demostrar escucha no se trata de repetir literalmente lo que el otro dijo. Eso lo podría hacer una grabadora. Lo que esperamos es que el otro haga algo diferente a lo que estaba haciendo antes de escucharnos, algo que nos demuestre que lo que dijimos modificó su forma de ver las cosas y cambio en algo su conducta. Esperamos que lo que dijimos haga una diferencia en el comportamiento del otro.
Y a veces puede ser algo muy simple.
En una sesión de coaching de equipo algunos colaboradores se atrevieron a confesarle a Claudia que no se sentían escuchados por ella. Les hice ver que no podían asegurar que su jefa no nos escuchaba y les pregunte: ¿Cuándo no se sienten escuchados? ¿Qué hace que los hace pensar que no los escucha?
Según el relato de los hechos, entre otras cosas, quedaba claro que Claudia no dejaba de mirar su computador o su celular mientras ellos les hablaban. Después de la sesión le sugerí a la gerente que cerrara su laptop cada vez que su gente le hablara y dejara a un lado su celular antes comenzar cualquier conversación con ellos. Y así lo hizo durante las dos semanas siguientes. En la siguiente sesión de coaching el reporte fue claro. Las cosas habían cambiado totalmente, Claudia los estaba “escuchando mucho mejor”. Sentirse mirados por su jefa hizo toda la diferencia.
¿Cómo hacer que el otro se sienta escuchado?
El otro no está “dentro” de nosotros como para saber que objetivamente estamos escuchándolo. Por lo tanto, su sensación de estar siendo escuchados tiene que ver necesariamente con algunas cosas que hacemos o dejamos de hacer en el momento mismo de la conversación.
A continuación algunos consejos prácticos para lograr que los demás se sientan escuchados:
Escuchar al otro sin interrumpir es algo básico que todos aconsejan para la escucha activa. Esto significa dejarlo llegar al punto que quiere mostrarnos antes de reaccionar. Si escuchamos hasta el final vamos a poder percatarnos del significado central de lo que el otro quiere decirnos: ¿nos está pidiendo algo? ¿Está mostrando un éxito? ¿Está reclamando? ¿Nos está agradeciendo? ¿Necesita que lo entienda?
Estar atento al rasgo fundamental de la intención comunicativa es poner la atención en la persona, no sólo en el contenido. Para eso tenemos que sostener durante la escucha la pregunta por el motivo que inspira al escuchado: ¿para qué me está contando esto? ¿Qué necesita de mí en este momento? (contención, confirmación, apoyo, consejo, reconocimiento, admiración, tiempo de escucha…). Esto nos permitirá responder empáticamente a la inquietud del otro, lo cual lo hará sentirse verdaderamente escuchado.
Emilio comprendió que su mujer necesitaba ser entendida primero, antes de poder escuchar ninguna solución. Se dio cuenta que en su relato ella le estaba mostrando sus esfuerzos, incluso que había seguido sus consejos y lo que esperaba era valoración y reconocimiento de su parte. Y por supuesto, ser ella la protagonista de la historia y no él. Con un poco de práctica Emilio comprobó que su nueva habilidad de escucha era mucho más sexy para su pareja que mostrase como el macho solucionador, siempre seguro de sí mismo, que tiene todas las respuestas.
Todo lo que hacemos es una respuesta
A Claudia le costó entender un principio clave de la comunicación; lo que hacemos o dejamos de hacer es vista por el otro como una respuesta. Por eso no se daba cuenta que no mirar a su interlocutor mientras habla es como decirle que su computador o la persona que le mando un correo a su celular es más importante que la persona que está al frente nuestro.
Lo he podido comprobar en varias reuniones gerenciales que me ha tocado observar. Los ejecutivos acostumbran a pelearse la atención del gerente general en forma consecutiva. Cuando habla un gerente, los otros miran sus celulares y cuando termina de hablar, cambian de tema abruptamente como si nadie hubiera hablado. La sensación de frustración y desamparo del que hablo antes es evidente, pero nadie se da cuenta porque no lo miran. Aunque nadie le contesto nada, el silencio mismo fue la respuesta. Y la respuesta es: no me interesas, no me importa lo que dices.
Por esta razón no basta con quedarse callado para demostrar escucha, porque el otro puede interpretar nuestro silencio como que estamos pensando en cualquier otra cosa (algo que puede estar sucediendo efectivamente) o como una agresión contenida. Tan importante como guardar silencio es apoyar y favorecer que el otro se sienta escuchado en todo momento y para eso es fundamental es mirar a los ojos, asentir, decir algunas expresiones como por ejemplo: ok, te entiendo, te sigo, o cualquier otra expresión de atención, cada vez que sintamos que el otro requiere confirmación de ser entendido en lo que dice. Estas expresiones le dan confianza y seguridad de que está siendo seguido en su discurso. Por el contrario, una cara inexpresiva, o una mirada evasiva hacia la ventana, el celular o el reloj, pueden hacerle perder toda la confianza en la escucha del otro.
De vez en cuando es muy importante chequear si estamos entendiendo bien y para eso sirve parafrasear (repetir con mis propias palabras) lo que estoy comprendiendo, con frases cortas, para corroborar que lo que interpreto es lo correcto. De paso, esas frases le servirán al otro para escucharse a sí mismo y adaptar su habla a nuestra compresión, dar ejemplos, explicar, etc.
Hacer breves preguntas es otra forma de chequear compresión y sobre todo para profundizar en el sentimiento del otro, con frases tales como » ¿Y cómo te lo viviste?»…¿»Qué pensaste en ese momento»? …¿Qué sentiste?
Hasta aquí algunas maneras de demostrar atención mientras el otro desarrolla su pensamiento, pero el momento crucial donde demostramos una escucha profunda es cuando respondemos. Es aquí donde se juega la verdadera habilidad de hacer que el otro se sienta escuchado, y es en este momento donde muchos se saltan o pierden oportunidades valiosas de lograr ese vínculo.
Los Conectores: ¿Qué tiene que ver lo digo con lo que dijiste?
Tenemos la costumbre de escuchar al otro desde nuestro pensamiento, nuestras creencias y nuestros juicios. Y lo demostramos ostensiblemente cuando el otro termina de hablar y nosotros acostumbramos a saltar a nuestra idea, a nuestra opinión, sin la menor consideración por lo que el otro acaba de decir.
Las personas ansiosas, muy orientada a los logros y a las soluciones pierden de vista la importancia de ligar lo que piensan con lo que el otro dijo. Emilio se dio cuenta al ver los videos de las conversaciones con su pareja: “Es como si olvidara que ella está allí”- me dijo.
Una forma de evitar este olvido es adquirir la costumbre de hacer siempre un comentario sobre lo último que acaba de decir el otro, antes de expresar ningún pensamiento nuestro: “me hace sentido eso que dijiste que…” “estoy de acuerdo en ese punto donde mencionaste…” “me genera una duda eso último…”, etc. Una buena forma de hacerlo es manifestando alguna emoción o sentimiento –idealmente positivo-respecto de lo que acaban de contarte: ¡me gusto lo que dijiste, que pena que te pasara eso, encuentro genial lo que hiciste, me alegra que pienses así, te felicito por lo que lograste!
De esta manera demostramos que lo hemos escuchado hasta el final y de paso, nos obligamos a hacerlo realmente.
Tan importante como lo anterior es conectar, explicar cuál es la relación entre lo que voy a decir con lo que acabo de escuchar del otro. De esa manera, éste puede darse cuenta no sólo que fue escuchado verdaderamente, sino que lo que dijo generó un aporte, una diferencia en mí. Normalmente no hacemos eso, si no que saltamos directamente al pensamiento que nos surgió en algún momento de la conversación y demostramos que sólo estamos esperando que el otro termine para decir lo nuestro. No es que no escuchamos al otro, por el contrario, lo que el otro dijo no hizo asociar ideas, prendió nuestra mente y nos permitió iluminar cosas nuevas. Pero olvidamos decírselo. Olvidamos explicitar la conexión de lo que vamos a decir con lo que él acaba de contarnos. Es tan simple como empezar diciendo por ejemplo: lo que acabas de decir (parafrasear lo que entendimos) me hizo pensar que…o…en relación a tu idea (parafrasear lo que entendimos) yo quisiera agregar que…etc. Y es algo que podemos ir hilvanando en todo momento, – lo que tu dijiste con lo que yo digo- como si la conversación fuera trenzado un lazo que nos une.
Todo lo anterior puede sonar mecánico o manipulador, como una fría fórmula para lograr que el otro se sienta escuchado. Lo maravilloso es que si lo hacemos permanentemente, los transformados seres nosotros:
– para poder comentar lo último que nos dijo el otro, necesariamente lo vamos a tener que escuchar hasta el final;
– al tratar de conectar lo que vamos a decir con algo de lo que dijo el otro, muy probablemente descubriremos el sentido profundo de lo que el otro me quiso transmitir;
– al parafrasear en nuestras palabras lo que el otro expreso, las haremos nuestras;
– expresar nuestra emoción será entonces algo que nos fluya naturalmente;
– y las ganas de saber si el otro se sintió escuchado serán genuinas y evidentes
Lo quieras o no, si haces todo este esfuerzo para que el otro se sienta escuchado, lo que lograras finalmente es escucharlo. Lo sentirás claro y fuerte adentro, como algo cálido que fluye, como algo nuevo que habita en ti y te cambió.
por Ceppas | Jun 1, 2014 | Coaching |
Ella tenía el juicio que las parejas deben vivir juntas o no merecen llamarse «parejas». Eran maduros, ambos con hijos y el no lo creía conveniente. Ella pensaba que tenía la razón y debía ser consecuente y dejarlo, pero se sentía deprimida de sólo pensar en perder esa relación. Le pregunte: ¿prefieres tener la razón o ser feliz?
«Lo que más nos preocupa no es lo que nos hicieron,
si no lo que nosotros dejamos de hacer»
Alvaro Godoy, Coach Integral UC
Ella tenía juicios fuertes y duros respecto de su pareja. Estaba muy segura de tener la razón, pero tenía mucha pena, porque se sentía peligrosamente cerca de tener que romper con su relación.
El llegaba a las reuniones con sus colaboradores con las decisiones ya tomadas, porque tenía el juicio que ellos no tenían creatividad ni iniciativa, pero al mismo tiempo se quejaba que no se hacían cargo de su trabajo.
Nuestros juicios son como esos lentes de colores, que nos permiten ver muy bien ciertos tonos, y definitivamente no son capaces de mostrarnos otros. De vez en cuando hay que cambiar de lentes. Pero para eso debemos darnos cuenta primero que los tenemos puestos.
Rara vez relacionamos nuestros juicios con nuestras decisiones. Más bien pensamos que no tenemos alternativa, que estamos obligados a hacer lo que hacemos. Peor aún, que es el otro el que nos obligó a actuar así. Lo único que no se nos ocurre es revisar nuestros juicios.
No se nos ocurre, porque no vemos nuestros juicios como juicios. Estamos convencidos que son descripciones de la realidad.
Los hechos son acontecimientos que han ocurrido en el pasado, para poder describirlos tienen que haber ocurrido antes. Los juicios, en cambio, hacen que las cosas ocurran, anteceden a lo descrito. Esto es así porque los juicios no son descripciones, son evaluaciones. Antes de evaluara que lo dicho por alguien es tonto, esa realidad no existía. Esto es así porque la tontera no es un hecho, es una opinión sobre un hecho. De allí, que habitualmente no coincidamos en nuestros juicios.
John Austin se refería a los juicios como “falacias descriptivas” porque parecen estar describiendo algo que existe en la realidad, cuando en verdad la están calificando. Dicho de otro modo, los juicios tiene la apariencia de un sustantivo cuando en verdad son adjetivos. Hablamos de La Mesa de la misma manera que hablamos de La Inteligencia. Construimos la misma frase cuando afirmamos que Julio ES chileno o cuando afirmamos que Pedro ES inteligente.
Todo lo anterior nos confunde. Somos atrapados por nuestros propios juicios, la propia estructura del lenguaje confabula para que redactemos nuestros adjetivos como si fueran sustantivos.Por esta razón dejamos de verlos como nuestros juicios y nos desresponsabilizamos de ellos. En el mismo instante que perdemos la paternidad de nuestros juicios, perdemos el poder sobre ellos. Cuando perdemos el poder sobre nuestros juicios, quedamos a merced de ellos.
¿Por qué perdemos poder?
Los hechos, dijimos, han ocurrido en el pasado. No podemos cambiarlos. Los juicios, sin embargo, si podemos cambiarlos.
Cuando tratamos a los juicios como hechos los contaminamos con sus cualidades: creemos que no podemos cambiarlos. En ese momento nuestros juicios comienzan a dominarnos.
Los juicios son nuestra principal herramienta para tomar decisiones. No hablan tanto del pasado, como del futuro. No sólo califican un conjunto de comportamiento pasados, sino que sobre todo proyectan su tendencia en el porvenir. Si describo a alguien como irresponsable, probablemente pensaré que lo seguirá siéndolo en el futuro, no confiaré en él, ni le encargue nada.
Cuando perdemos conciencia de cómo construimos nuestros juicios, el poder de decisión se transfiere de nosotros a la palabra. La palabra comienza a tener vida propia y comienza obligarnos a actuar de una determinada manera. Cuando sentimos que estamos viviendo un quiebre en nuestra vida, es probable que se deba a que nuestros juicios pasados han entrado en contradicción con nuestra vida actual. Estamos incómodos, perdimos la transparencia cotidiana. Entonces hacernos cargo de nuestro quiebre significa cambiar nuestras circunstancias o cambiamos nuestros juicios.
Esa mujer que juzgaba a su pareja desde hace tiempo en forma negativa, había dejado de revisar sus juicios hacia él. Por lo tanto, había cerrado la posibilidad de cambiarlos. Se había escuchado tantas veces decir esas palabras, que ya le parecían verdaderas, irrefutables. Se encontraba entrampada en la paradoja de pensar que estaba obligada a terminar con su relación, aun cuando su emoción le dictaba algo muy diferente. Ella quería ser consecuente con su razonamiento, con la verdad que emergía de sus juicios pasados. Pero se sentía deprimida de sólo pensar en perder esa relación. Le pregunte: ¿prefieres tener la razón o ser feliz?
Al cabo de tiempo la volví a ver. Seguían cada uno viviendo en sus casas, pero ella estaba contenta y sin contradicción. La relación seguía igual, lo que había cambiado eran sus juicios.
El jefe descontento de sus colaboradores dejo de llegar a las reuniones con decisiones tomadas. Se puso a observar sus juicios, lo que entendía por creatividad y por iniciativa y como el mismo generaba esa actitud de descompromiso al imponer sus decisiones.
Necesitamos hacer juicios para poder decidir. Cuando emitimos un juicio estamos cerrando la posibilidad de ciertas acciones y abriendo otras. Juicio y cursos de acción están íntimamente ligados. Por eso es tan importante hacer juicios en forma consciente y responsable y revisarlos de vez en cuando, de lo contrario nuestros juicios tomarán decisiones por nosotros.
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