por Ceppas | May 25, 2017 | Crisis pareja, Relación pareja, Separación, Terapia pareja |
¿Cómo sabemos que algo anda mal con nuestra pareja? ¿Existe algún factor común detrás de las separaciones? La respuesta a ambas preguntas sería una sola: ¡las expectativas!.
Así es, ni las peleas, ni la falencias en la comunicación, ni la rutina, ni tan siquiera la famosa “incompatibilidad” serían los generadores de fondo de la mayoría de las decepciones, conflictos o distanciamiento en las parejas. Si observamos con atención podemos ver que al final todo parece reducirse a la enorme frustración que sentimos porque nuestras expectativas no se estarían cumpliendo, ya que pensamos que no estamos funcionando como debiésemos. Pareciera que supiésemos muy bien cómo tendría que ser nuestra relación para que pudiésemos ser felices, cómo tendría que comportarse nuestra pareja si nos amase de verdad e incluso qué tendríamos que sentir nosotros si estuviésemos realmente enamorados.
Más de alguien podría refutarnos: ¿pero qué pasa con la infidelidad, los problemas sexuales, los maltratos, las adicciones, …? Aparentemente no tendrían nada que ver con las expectativas. Mas ¿qué llevó a que una persona fuese infiel, desarrollase una disfunción sexual, tratase agresivamente a su pareja o cayese en un hábito autodestructivo?. Muchas veces todas estas situaciones son el resultado de la insatisfacción por no estar recibiendo lo que esperábamos .
Nuestra sociedad está plagada de juicios normativos basados en ideas prejuiciosas que vamos absorbiendo desde niños sin darnos cuenta. Es así como fuimos forjando una serie de creencias que con el tiempo se transformaron en verdades absolutas y suponemos que nuestra felicidad depende de que ellas se materialicen en nuestra vida. Pero como en general son aspiraciones poco realistas, es muy difícil que se den en la realidad. Entonces interpretamos que ESA sería la causa de nuestras desdichas y por lo tanto sentimos que su realización es para nosotros una verdadera necesidad, confundiendo preferir algo con necesitarlo.
Particularmente en el ámbito de las relaciones solemos culpar a nuestra pareja por no querer o no poder satisfacer nuestras “necesidades”. Sin embargo, más que una necesidad genuina lo que pareciera que “necesitamos” es esa tranquilidad de sentir que estamos llevando nuestra relación de la forma correcta, como si así estuviésemos respetándonos a nosotros mismos y no estuviésemos en una posición indigna, confundiendo orgullo con dignidad, creyendo que defendemos nuestro yo cuando lo que estamos protegiendo es meramente a nuestro ego.
¡Es tanto lo que hoy en día le demandamos a la persona que amamos! Y es que los ideales románticos que impregnan nuestra cultura han llevado a la construcción de un montón de mitos en torno al amor. Aspiramos a que nuestra pareja nos ame incondicionalmente, nos haga sentir seguros y deseables, nos comprenda, nos contenga, nos ayude, nos cuide, nos precave de la soledad, sea generosa, se sacrifique por nosotros, colme todos nuestros anhelos, etc, etc. Más aún, como se supone que para que nuestra relación funcione tendríamos que ser compatibles y por tanto desear lo mismo en la vida, no deberían producirse discusiones y ni siquiera sería necesario negociar.
Como semejantes metas son imposibles de lograr nos sentimos muy decepcionados. Ahí es donde arrecian los reclamos hacia nuestra pareja – con cara de exigencia ofendida – como si tuviésemos derecho a ello, como si tuviese la obligación de hacernos feliz, so pena de acusarla de no amarnos como debería o, peor aún, de no saber amar. No obstante, olvidamos que el amor parte de la seducción, no de la imposición y que se vive en el mundo real, no en un mundo ideal.
Ante las inevitables desilusiones, hay quienes consideran que no quedaría otra que separarse y muchos optan por buscar a otra persona que sí les cumpla sus expectativas. Y es que estamos convencidos de saber cuál es el origen de nuestras dificultades y pensamos que la solución es obvia y muy simple: si tan solo el otro fuese…, no fuese…, hiciese…, no hiciese…, etc. Nos sentimos tan seguros de estar en la razón que no vemos la necesidad de cuestionar nuestras opiniones ni menos preguntarnos cómo llegamos a ellas, como si hubiesen sido el resultado final de sesudos meta-análisis. Pero tengamos muy presente que nuestras sensaciones de descontento son inevitablemente muy subjetivas y relativas, puesto que en última instancia dependen de nuestras creencias y expectativas. Mientras más alta sea la vara de los ideales a alcanzar, mayor será la probabilidad de frustrantes decepciones.
Recordemos que lo primero es el pensamiento y que de ahí proviene después la emoción. Es decir, detrás de cada perturbación emocional habría una interpretación de que algo no está funcionando bien, como si nuestro cuerpo nos estuviese hablando, advirtiéndonos. A su vez traducimos esas sensaciones corporales negativas como si fuesen la confirmación de nuestros problemas de pareja, cerrándose así un perfecto círculo vicioso. Sin embargo, todas esas lecturas las estamos haciendo desde la mirada dictada por nuestros “deberías” y por nuestros “no-deberías”.
El amor es un juego con expectativas o, más exactamente, con expectativas esperables y por eso esperadas. Pero cuanto más altas se vuelvan las expectativas y las expectativas de las expectativas, tanto menos pueden cumplirse (Richard David Precht, filósofo alemán).
por Ceppas | Dic 1, 2014 | Infidelidad, Separación |
Existe un mito ampliamente extendido que dice que si hubo una infidelidad, la pareja no tiene vuelta, por lo que tarde o temprano se va a separar. Los estudios muestran que esto no es así y que en muchas ocasiones existen otras alternativas. Sin embargo, sí es efectivo que, en la mayoría de los casos de separación o primer divorcio, pareciera haber estado presente algún tipo de problemática asociada al ámbito de la infidelidad. No obstante, los autores no indican ni cuál es la conducta infiel, ni si fue la única causa y menos si fue la causa de fondo del rompimiento del vínculo.
Si se les pregunta a hombres y mujeres qué harían si su pareja les fuese infiel, casi todos aseguran que se separarían. Pero cuando de hecho ocurre, más de uno cambia de idea. Recientes investigaciones muestran repetidamente que sólo un tercio de las parejas se separan realmente después de una infidelidad y que otro tercio no lo hacen, aunque la relación se deteriora; en tanto que el tercio restante no solamente logra resolver bien la crisis sino que incluso quienes la enfrentaron constructivamente señalan que salieron robustecidos. En otras palabras, mientras que muchos van a sufrir una ruptura definitiva o quedarán muy dañados, otros sí son capaces de asumir y aceptar el fondo de la situación, en tanto que hay también algunos que le sacan partido a la crisis logrando que su relación evolucione, es decir, aumentan su grado de intimidad emocional y el compromiso entre ellos.
Pero lejos el dato más importante que hay que tener presente es que – la inmensa mayoría (más del 90%) de las parejas que optan por trabajar juntas en terapia después de que se enfrentaron a algún tipo de infidelidad – superan el problema y su relación resulta beneficiada. Es en este sentido que sería de gran utilidad que se efectuasen algunas preguntas que consideramos esenciales: ¿hay razones para continuar juntos?; ¿vale la pena trabajar por esas razones?; ¿están dispuestos a comprometerse en este proceso?; ¿están dispuestos a mirar su dinámica de pareja desde otra perspectiva y reconocer la contribución de ambos a lo ocurrido?
Recordemos que los seres humanos somos muy complejos, que no podemos funcionar como si todo fuese blanco o negro, así que una crisis asociada a alguna infidelidad no necesariamente va a culminar en la ruptura, sino que muchas parejas encuentran verdaderos caminos de salida que los dos prefieren transitar juntos en vez de separarse.
por Ceppas | Oct 30, 2012 | Separación |
Los hijos tienden naturalmente a sentir que deben ponerse de parte de alguno de los padres. Esto ocurre no sólo en situaciones de separación; en toda familia existe lo que en terapia familiar llamamos alianzas y coaliciones familiares. Éstas no necesariamente van a ser alineaciones disfuncionales, sino que forman parte natural del desarrollo de toda familia.
Toda relación familiar es compleja, pues tal como existen muchas combinaciones de cualidades de relación entre hermanos y entre éstos y los padres, lo que puede ocurrir en una separación, es la exacerbación de estas alianzas previamente existentes. Sin embargo, más que preferencias o alianzas, podrían generarse una coparticipación de los hijos en contra de uno de los padres. Los hijos que han considerado que el padre que se va es una víctima de la madre, tienden a ser silenciosos o expresos “enemigos” del progenitor que se queda. Especialmente, los hijos mayores, muestran este fenómeno de forma abierta, lo que de una u otra manera comienza a establecer una dinámica de guerra, muchas veces en forma de desobediencia o franca rabia. Los hijos pueden llegar incluso a juzgar a sus propios padres. Y, son los padres quienes, de alguna manera, les dan este sitial.
Aquí es donde debemos poner atención a las lealtades que se comienzan a establecer. Hay que partir con el supuesto que van a expresarse de todas maneras, no importando la edad de los hijos. Es parte de toda vida familiar el tomar parte en torno a los conflictos, por lo que, como siempre expresan los terapeutas familiares, es importante aceptarlos, visualizarlos y conversarlos, en vez de callarlos.
Los adultos tienden a sentir que es injusto que alguno de los hijos encuentre razón a la pena o quejas de la ex pareja, sin embargo, es importante no enganchar en esto, pues si dejamos que esto nos impacte, podríamos intentar “justificar” nuestros actos y dar mucha más información de la intimidad de la separación de la que es sano decir.
No hay razones “intelectuales” en esta decisión de los hijos de apoyar a un padre, sino razones “emocionales”. Ellos no saben lo que sucede, y menos saben lo que sentimos o sentíamos durante los meses o años de crisis de pareja; ni tampoco podrán entenderlo (pues forman parte de lo ocurrido). Nuestros hijos “creen” que deberían apoyarnos o defendernos, pues pareciera que los “necesitamos” en esta lucha. Pero nosotros, los adultos, sabemos que podemos enfrentar esta situación SIN ellos. Para recibir ayuda tenemos a la familia de origen o extensa, los amigos y los profesionales (desde consejeros hasta psiquiatras o psicólogos).
Generalmente, la lealtad de los hijos tiende a colocarse en el padre que sufre más expresamente. Aún cuando estemos muy mal, deprimidos o más gravemente afectados, los hijos no van a ser capaces de contenernos de la manera que necesitamos. Desde ahí, ellos tenderán a culpar al padre que se va o haya decidido la separación, pues sería quien “provoca este sufrimiento”. Y, nosotros los adultos, sabemos que esto no es así, la mayoría de las veces. En este caso, los hijos no sólo sufren porque ven a un padre vulnerable e incluso vitalmente frágil, sino además se quedan sin el otro, pues expresan su defensa y lealtad, como alejamiento y rechazo. Al fin del día, se quedan solos.
Puede ocurrir que uno de los padres sienta algún grado de culpa al estar deprimidos o mal, pues los hijos reaccionan naturalmente a esto; pero, esto no es así. Uno tiene derecho a estar mal, y a expresarlo, pero puede solicitar la ayuda pertinente y dejarlos expresamente fuera del propio dolor. Se puede expresar de esta manera: “Hijos, Uds. no pueden hacer nada”, “voy al psicólogo, no se preocupen que voy a estar bien”, aunque sean frases de la boca para afuera, son palabras que protegen.
Como diría alguien, el mundo donde los ex’s son capaces de hacerse cargo de sí mismos y dejar fuera a los hijos de una ruptura matrimonial, prácticamente no existe. Y, es verdad. Lo que muchas veces ocurre es que los hijos se ven atrapados en todo esto, a veces como verdaderas armas de guerra. La lealtades se hacen carne en abiertos ires y venires de la casa del padre a la de la madre o viceversa, traspasos de información de la vida privada de ambos, recriminaciones y alejamiento. Los padres, efectivamente, pueden usar a sus hijos como vehículo de su rabia, decepción o frustración, y además de muy diversas maneras. Cambiar horarios al antojo, no dar ninguna seguridad de donde van a estar o con quien, decirle a los hijos odiosamente que su ex es un “enfermo” o es “malo”, para que los hijos se alejen; no permitir la comunicación entre ellos, tratarlos de “traidores” si quieren ver al otro padre, alejarse de ellos si le muestran afecto, etc. Y, aunque hay veces que efectivamente un padre puede ser muy neurótico o algo peor, al final del camino, va a ser tarea de los hijos descubrirlo.
Chantajear o manipular a un ex es fácil. Sólo es necesario saber donde a ella o él le duele en lo referente a los hijos, amenazarla con develar o inventar algo que los vuelva en su contra, y así doblegar su voluntad. Aunque parezca horrible como lo expresamos, ocurre, y más de lo que creemos. Ahora, antes de continuar quisiéramos mostrar lo siguiente: si en algo nos importan nuestros hijos, su salud mental a largo plazo, hay que detenerse un momento. Hoy quizás parezca que no es nocivo, o que “naturalmente” esto puede ocurrir, sin embargo, el dolor mantenido en el tiempo puede modificar sus conductas, formas de ver la vida y las relaciones. Y, sin duda alguna, va a determinar la relación que van a tener con sus padres, como por ejemplo, pueden terminar rechazando al padre que chantajea. Todo se sabe en esta vida, todo dolor se expresa de una u otra manera. Cuando se habla livianamente que los hijos de padres separados – por definición – tendrán problemas psicológicos a futuro, no estamos haciendo un juicio justo acerca de lo que realmente sucede. Son aquellos hijos “triangulados”, confundidos en esta guerra, alejados emocional o físicamente de uno de los padres los que “reclaman” en sus dificultades vitales el haber sido expuestos de esta forma tan dolorosa a un conflicto de adultos. Si no nos importa que esto ocurra más adelante con nuestros hijos, sólo porque tenemos rabia o frustración, podemos estar frente a un problema personal mayor. Y, a esto hay que poner atención, seas el afectado o quien observa a un cercano en esta conducta. Los padres separados que han logrado mantener al margen a los hijos en el proceso de separación, los han cuidado evitando darles información, etc., en general, observan como sus hijos pueden adaptarse más fácilmente a los cambios, sin posteriores consecuencias conductuales y/o emocionales. A pesar de que no han podido evitarles el dolor fundamental: no poder tenerlos juntos.
Estar en esta confusión también puede llevar al desarrollo de ciertas conductas en torno a los padres. La llamada “manipulación” de los hijos no es un mero aprovechamiento de la situación, es mucho más que eso. Devela un malestar mayor, una necesidad de recuperar el control de la propia vida cuando no hay nadie quien contenga o proteja. Esta forma de mirar surge de la experiencia clínica, donde en ciertos casos ha resultado de esta manera; es una forma de ver y no de culpar en forma facilista. Es común escuchar en estos hijos (los que son armas o parte de la guerra de sus padres) lo desprotegidos que se sienten. Sus padres se han debilitado, se vuelven reactivos a las agresiones y se olvidan de aquello que es por “el bien de ellos”, se enfrascan en sus propias miserias, y por lo tanto, parecen padres ausentes. Y, alguien debe tomar el control, decir algo. Tal cual como ven manipulaciones, ellos, desde sus propias vivencias como parte de este puzzle, actúan en consonancia para reordenar el mundo a su manera, de forma egocéntrica, quizás, manipulando.
Este llamado de atención es para todos, desde una responsabilidad parental y social. Sin embargo, en esto quisiéramos ser enfáticos: los padres no son culpables, pero sí responsables.
Para esta pareja de padres, lidiar con el propio dolor y todos los costos de una separación puede parecer demasiado como para tener la suficiente energía para enfrentar todo lo demás. Es cierto, es muchísimo. Pero, nunca olviden, Uds. son los ADULTOS en esta historia y siempre va a ser posible pedir ayuda a otro adulto.
por Ceppas | Oct 1, 2012 | Separación |
Definitivamente, es lo primero que aparece en nuestra mente. Fracasé. No fui capaz de mantener una relación como se supone que tiene que ser: para toda la vida. Esta sensación de fracaso puede inundar todas nuestras vivencias, incluso ensombrecer nuestros éxitos en otros ámbitos. Pero, ¿se trata de que una relación de pareja sea una empresa que busca ser exitosa? ¿Estar juntos para toda la vida es sinónimo de éxito? Aquí, cabe ponernos a pensar si es que aventurarnos a formar pareja sería casi como iniciar una maratón, a ver si completamos los 42 km. Sin llegar cansados, obviamente.
En mi experiencia clínica, me he encontrado la mayoría de las veces, que al separarse, muchos se sienten fracasados, como si efectivamente no hubiesen podido llegar a la meta que debían. ¿La relación de pareja es un camino o un objetivo?
Por un lado, esto puede tener que ver con las expectativas sociales, aquel campo que cada día nos exige más y más de nuestro ser humanos. Hombres y mujeres buscan muchas veces, en la vida de pareja, una personal salvación. Una gran parte de nuestra sociedad cree que una relación de pareja puede sanarnos de nuestras propias vivencias de abandono y tristeza, y así, las expectativas en la relación pueden subir de manera incontrolable, hasta llegar al “y fueron felices para siempre”. Sentimos que, en el deber de “darnos felicidad”, tenemos incluso que “borrarnos a nosotros mismos”. Debemos hacer feliz al otro. Y, obviamente, el otro nos debe hacer felices también. Claro, para eso somos pareja. De ahí en adelante, las frustraciones naturales ante una expectativa inalcanzable aparecen una y otra vez, dejando a mujeres y hombres absolutamente perplejos: “esto no es lo que yo quería”. Y, como no se consigue la tan ansiada recompensa del amor, no hay sino que decir que fracasamos en esta empresa. ¿Pero, realmente es ese el fin de una relación de pareja?
A veces, pareciera difícil creer que en cada relación ocurren un sin fin de desencuentros absolutamente naturales, de dolores que se repiten una y otra vez y, al mismo tiempo, también creer que eso no es un fracaso. Resultaría obvio que el lector dijera que estoy absolutamente equivocado, que existen las parejas exitosas. ¿Qué hace que una pareja sea exitosa? ¿aquella que no pelea? ¿Aquella que nunca se distancia? ¿Aquella que es capaz de hablar de todo tranquilamente? ¿O será la pareja que discute y sufre continuamente pero, sin separarse? Yo no creo que una pareja que sigue junta sólo por estarlo, sea una pareja exitosa. Hay muchos factores que influyen en el bienestar de los miembros de la pareja cuando están juntos.
Aquí, podríamos extendernos más allá de los límites de este artículo, ya que sostengo que cada pareja puede generar su propia definición de éxito. Sacudámonos de los cánones de normalidad que nos da la cultura y la sociedad. Para mi, y desde las enseñanzas de Maturana, YO defino que es normal, exitoso o aceptable. Y en cuanto a pareja, es el acuerdo para ellos que es una pareja normal. Y pueden haber tantas versiones como parejas existan y no hay nada malo en ello.
Pero, ¿por qué separarse tiende a ser visto como un fracaso? Primero, y como razón general, es que sienten que no han logrado superar un problema. Y en segundo término, y no es para nada menor, que el proyecto de pareja y familia que habían construido con los años, desaparece. Como clínico he tenido, con los años, una perspectiva diferente, no sólo porque creo que los problemas de pareja pueden manejarse – en especial cuando ambos son capaces de sostener un compromiso a pesar de los problemas – sino que al momento de separarse no necesariamente se diluye el proyecto de familia. Eso depende de cómo van a tomar la disolución de la pareja: en una revancha, un rechazo profundo o en la aceptación de que ya no es posible vivir juntos.
El fracaso es vivido como una falencia, una autoculpabilidad, una sensación de no haber cumplido lo esperado o sencillamente una gran frustración vivida a propósito del incumplimiento del otro . Pero, ¿quién es el culpable de este “fracaso”? Ninguno y ambos. Nunca olvidemos nuestra co-responsabilidad en nuestras historias de pareja.
Quiero hacerles notar que no he visto que las parejas que se separan queden congeladas en el tiempo, sino que de una u otra manera siguen adelante, con pena, rabia o frustración, pero siguen sus vidas. Algunos demoran más, otros menos, pues la vida se las arregla para empujarnos hacia el crecimiento.
Para mi, una separación no es un fracaso, sino el fin de un proyecto (sin apellido), de los tantos que podemos tener en la vida. Y, no lo digo desafectadamente, sino en la certeza que he visto a muchas personas a mi alrededor construir buenas y mejores empresas que las que tuvieron inicialmente, y en especial, aquellas que han aprendido de sí mismos, y conocen de su participación en el fin de su relación de pareja.
por Ceppas | Sep 12, 2012 | Separación |
Una de las partes más complejas, en los momentos de crisis es poder identificar cuando es momento de separarse. Suele ser más fácil cuando hay una evidente trasgresión a los acuerdos fundamentales de la relación, como infidelidades repetidas o una deslealtad mayor, si es que ya se habían advertido las consecuencias a estas faltas. Y, aún así, podemos tener dudas ya que sentimos que todavía amamos a nuestra pareja o nos da miedo enfrentar una vida sin el otro.
Es también complejo cuando existe un problema enquistado hace años y ya han pasado por muchos momentos de crisis por esa razón, pues a veces es difícil colocar el límite del “hasta cuando”. Algunos pueden tener una cierta tendencia de carácter muy resistente al malestar y pueden sentir que son capaces de tolerar hasta lo indecible. Pero, todo tiene un límite.
Cuando nos encontramos en la situación de que, en una crisis de pareja, comienzan a aparecer escaladas cada vez más intensas en las peleas o sencillamente están tan distanciados que no se están sintiendo en lo absoluto escuchados, el primer paso es ir informando al otro, comunicándole clara y directamente, que uno está mal en esta situación. Es decir, ya no se trata de culpabilizarlo, de responsabilizarlo de que la situación se está volviendo insostenible, sino plantearle que es tal su malestar, que está repercutiendo en su ánimo y en el deseo de seguir con la relación. Este proceso, siempre es sugerible comunicarlo de manera pausada, pero sostenidamente en el tiempo. Si el otro no reacciona, por que no puede o no quiere, sin duda llega el momento de dar un nuevo paso en este proceso.
La idea de separarse puede estar presentándose una y otra vez de manera intermitente durante los momentos críticos en una pareja, sin embargo, ésta puede aparecer como una sensación donde no hay certezas; más bien, surge como una necesidad de huída de una situación vivida como insostenible. Hay que poner atención a estos saltos emocionales. Si comunicamos que queremos separarnos cuando tenemos rabia o queremos huir, y al día siguiente nos arrepentimos y le decimos cuánto la/le amamos, podemos generar una gran confusión. A veces esto agrava las crisis, ya que el otro puede sentirse manipulado.
Suele parecer más claro cuando esta idea es consistente en el tiempo, todos los días por al menos 4 meses. Sin embargo, siempre es bueno hacer un segundo movimiento antes de comenzar a pensar seriamente en la separación misma. Es muy importante advertir al otro que si la situación sigue así, puede devenir en la decisión de ella o él de separarse. Y, esto es más efectivo cuando no están en medio de una pelea, sino en una conversación calma y seria.
En mi experiencia clínica, este tipo de acciones genera espacios de cambio, aún cuando no necesariamente se resuelve la conflictiva; quizás, éste movimiento abre posibilidades que – aunque puedan ser mínimas – dan pie a conversaciones o reacciones esperanzadoras. En esta situación hay que estar atentos a recibir los signos de una posibilidad de reorganización de pareja. Si aún no han asistido a Terapia, bueno, este es el momento, ya que hay mayor disposición en ambos a escucharse y sacar algo en limpio.
Si aún en la advertencia, la situación no cambia, es sugerible replegarse y volver a pensar en la separación, pero, aún queda un último movimiento.
Aunque pareciera que ya no hay nada que hacer, existe la posibilidad de transmitir la urgencia de cambio a través de otros canales. También, es posible sugerir un distanciamiento más claro, a nivel no verbal, pero sin dejar el hogar que comparten. Por ejemplo, separarse de camas, es decir, dormir en distintos dormitorios, el cese de conversaciones acerca de la relación, pero en un marco de cordialidad-distante, funcionando “como si” estuvieran separados, etc. En mi experiencia y la de Alejandra Godoy, nos hemos percatado que las “separaciones de prueba” fuera del hogar no resuelven nada, sino que complican más la crisis. Muchos me comentan que, al separase por un tiempo, pueden volver a “sentir que extrañan al otro” y que con eso se van a reencantar. Lo que he observado es más bien un cambio momentáneo de emoción, pero sin un contenido a la base, sólo postergando la crisis. Esta emoción suele disolverse con mucha facilidad. Además, debo comentar que considero que, cuando uno deja el hogar, esta acción es percibida como una reacción muy fuerte ante una crisis, lo que puede – posteriormente – generar desconfianza y miedo. Si aún así y sin terapia de por medio, no hay una disposición a abordar los problemas que tienen, estaríamos ad-portas de una separación. Sin embargo, el siguiente paso es una reflexión personal, a solas.
Como lo dije en otro artículo, tomar la decisión de separarse debiese ser una decisión informada; es decir, es muy importante saber cuales son las razones de porqué le voy a plantear a mi pareja que la relación va a terminar. Si escribir una lista de razones es necesario para visualizar el escenario de la crisis, háganlo. No sólo porque la pareja tiene todo el derecho a saber porqué la vida de ambos va a cambiar, sino como parte del inicio de la reflexión acerca de que fue lo que no funcionó. La culpa y la incomprensión son parte de estos eventos vitales y es justamente esta organización mental la que puede despejar de buena manera los excesos de “culpa y recriminación”.
Puede parecer que esta forma da pie a que se descalifiquen nuestras razones para separarnos, sin embargo, hay siempre que tener claro que aún cuando se nos prometa el oro y el moro, decir “me separo” se instala como un límite absoluto donde no hay más oportunidades, ya que uno siente que FUE SUFICIENTE. Ya no más intentos. Y esa es una decisión subjetiva que no admite cuestionamientos. Las razones no están en el mismo campo que las emociones. La disposición a actuar de cierta manera da un marco único posible para responder a ciertas expectativas y no otras. Es decir, muchas parejas pueden acceder a reintentarlo, pero su emoción, de frustración por ejemplo, se mantiene inamovible y no le permite recibir absolutamente nada de las muestras de cambio del otro. Es así como se mantiene una sensación continua de que todos los esfuerzos son inútiles. Y es cierto, se requiere de un fuerte cambio de emoción para permitir una apertura al otro después de una crisis. Pero, ¿Y si aún lo/a amo? Muchas veces se habla que el amor no es suficiente para sostener una relación, pero hay que entender por qué.
Si aún están pensando si deben separarse o no, les sugiero que lean “Las preguntas que hay que responder antes de separarse”
Suerte!
por Ceppas | Oct 24, 2010 | Separación |
Generalmente las historias de pareja, sean recientes o de larga data van recolectado diversos temas conflictivos a lo largo de su coexistir. Es decir, siempre son capaces de reconocer aquellos problemas que se repiten una y otra vez, o cómo aparecen traumáticamente eventos que quiebran la relación, explícita o implícitamente.
A lo largo de mi experiencia he visto como las parejas dolorosamente relatan como han intentado una y otra vez, incansablemente, hacerle ver al otro a su propia manera, como es que no lo están pasando bien. Llegan comúnmente a terapia mostrando mucho cansancio, incomprensión de parte de la pareja, frustración, y lamentablemente muchas veces solicitan terapia cuando ya están tan entrampados que las salidas de esa situación las ven muy reducidas. Por esto es que es en extremo importante asistir a terapia de pareja antes de que la crisis se vuelva una conversación desesperanzadora. Mi postura como clínico es que casi todos los problemas de pareja son posibles de resolver, en el compromiso de embarcarse en una disposición racional y emocional no sólo de salvar la relación, sino de aprender el uno del otro, y naturalmente, de sí mismos. Aún cuando sientan que ya lo han hecho todo y no ven salida a esta crisis, afirmo que aún así es posible reparar, comprender y reformular una relación de pareja. Sólo es necesario, en la mayoría de los casos, que tengan la tolerancia suficiente de mantenerse en terapia lo necesario para “dar una vuelta de tuerca” a su situación actual.
Como he dicho, no siempre esta sensación de “no hay vuelta” es cierta, por lo que nunca hay que estar totalmente convencidos de que este es el desenlace inevitable. Siempre hay que recordar que en situaciones de crisis se adueñan de nosotros emociones muy potentes como la pena, la rabia, la frustración que en una medida no menor ensombrecen la percepción, no es posible ver al otro sino sólo la propia emoción. No es que nos convirtamos en seres egocéntricos, sino que sencillamente nuestra biología es incapaz de reaccionar independiente de la emoción que estamos sintiendo (Maturana, 1998 – De la biología a la psicología).
Toda pareja se edifica desde la expectativa del “juntos para siempre”, donde el amor lo puede todo, en donde las medias naranjas son parte de la vida, y toda dificultad puede “mostrar” que “tu no eres para mi” pues es obvio que un alma gemela no tiene problemas graves. El uno para el otro, made for each other. ¿Qué tan realistas somos al enfrentar el compromiso de una vida juntos?. Hoy las parejas llegan a consultar apenas a un par de años de casados, desorientados y muy angustiados por que sienten que la relación ya no da para más. Sin embargo hay que distinguir que esta época, la que llamamos posmodernidad, da pie a la búsqueda de la satisfacción casi inmediata de nuestros deseos, donde la frustración no es tolerada y más aún, si algo o alguien no me sirve (o no me satisface), mejor cambiarlo (Pérez, 1997). Las parejas hoy en día se separan más tempranamente que en antaño, pues sus expectativas (irracionales) se desmoronan rápidamente, cosa que no toleran con facilidad. Hoy es más difícil aceptar al otro como distinto a uno mismo.
Para describir la sensación de parálisis que vive una pareja en una crisis es necesario mostrar una imagen, que intentaré adaptar a lo que he escuchado en parejas:
- Yo (no) quiero separarme, pero me voy de la casa o necesito pensar lejos de ti. Alejándome, no peleando, salvo la relación.
- Si tu cambiaras todo sería distinto (tienes que darte cuenta que estás equivocada/o) Ambos se dicen lo mismo.
- Cambia por que me amas, y no porque yo te lo digo (No confío en ti).
- ¡Tu provocaste esto! Yo soy absolutamente inocente. La relación siempre estuvo en tus manos, tu eres responsable de ambos.
- No me ves, no te fijas en mí; toda mi vida ha sido así, nadie me ve…y tu deberías demostrarme que eres distinto al resto del mundo (la ilusión de la reparación de la propia vida).
Muchas veces los relatos de ambos se encuentran en la imposibilidad lógica de construir una explicación conjunta de que es lo que los está separando. Estas frases no tienen posibilidad de resultar en un relato coherente cuando es leído a dos voces (o incorporando ambas experiencias). Las crisis tienden a rigidizar percepciones, atribuciones y explicaciones del problema y se vuelven muchas veces absolutamente redundantes (la repetición hace la regla). Por eso es que claramente el dicho entre terapeutas de pareja es: para ser pareja se necesitan dos, pero para separarse, sólo uno.
Cuando titulo “Yo (no) quiero separarme” quiero dar a entender que toda ruptura de pareja trae consigo un considerable monto de ambivalencia, entendido como los vaivenes que ocurren al desear que el dolor termine, al salir de la relación, y el deseo que el conflicto desaparezca para recomenzar la relación como ocurría en un principio. La separación no es un momento determinado en la vida de una pareja, es un proceso que comienza la primera vez que se habla del tema y termina cuando ambos tienen la certeza que pueden vivir bien sin el otro. Esto reviste varias problemáticas, ya que llegar a tener esta posición vital requiere de mucho tiempo. Recuerden que según algunas investigaciones el amor se acaba totalmente después de 2 años sin estar con el otro.
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