¿Cómo sabemos que algo anda mal con nuestra pareja? ¿Existe algún factor común detrás de las separaciones? La respuesta a ambas preguntas sería una sola: ¡las expectativas!.
Así es, ni las peleas, ni la falencias en la comunicación, ni la rutina, ni tan siquiera la famosa “incompatibilidad” serían los generadores de fondo de la mayoría de las decepciones, conflictos o distanciamiento en las parejas. Si observamos con atención podemos ver que al final todo parece reducirse a la enorme frustración que sentimos porque nuestras expectativas no se estarían cumpliendo, ya que pensamos que no estamos funcionando como debiésemos. Pareciera que supiésemos muy bien cómo tendría que ser nuestra relación para que pudiésemos ser felices, cómo tendría que comportarse nuestra pareja si nos amase de verdad e incluso qué tendríamos que sentir nosotros si estuviésemos realmente enamorados.
Más de alguien podría refutarnos: ¿pero qué pasa con la infidelidad, los problemas sexuales, los maltratos, las adicciones, …? Aparentemente no tendrían nada que ver con las expectativas. Mas ¿qué llevó a que una persona fuese infiel, desarrollase una disfunción sexual, tratase agresivamente a su pareja o cayese en un hábito autodestructivo?. Muchas veces todas estas situaciones son el resultado de la insatisfacción por no estar recibiendo lo que esperábamos .
Nuestra sociedad está plagada de juicios normativos basados en ideas prejuiciosas que vamos absorbiendo desde niños sin darnos cuenta. Es así como fuimos forjando una serie de creencias que con el tiempo se transformaron en verdades absolutas y suponemos que nuestra felicidad depende de que ellas se materialicen en nuestra vida. Pero como en general son aspiraciones poco realistas, es muy difícil que se den en la realidad. Entonces interpretamos que ESA sería la causa de nuestras desdichas y por lo tanto sentimos que su realización es para nosotros una verdadera necesidad, confundiendo preferir algo con necesitarlo.
Particularmente en el ámbito de las relaciones solemos culpar a nuestra pareja por no querer o no poder satisfacer nuestras “necesidades”. Sin embargo, más que una necesidad genuina lo que pareciera que “necesitamos” es esa tranquilidad de sentir que estamos llevando nuestra relación de la forma correcta, como si así estuviésemos respetándonos a nosotros mismos y no estuviésemos en una posición indigna, confundiendo orgullo con dignidad, creyendo que defendemos nuestro yo cuando lo que estamos protegiendo es meramente a nuestro ego.
¡Es tanto lo que hoy en día le demandamos a la persona que amamos! Y es que los ideales románticos que impregnan nuestra cultura han llevado a la construcción de un montón de mitos en torno al amor. Aspiramos a que nuestra pareja nos ame incondicionalmente, nos haga sentir seguros y deseables, nos comprenda, nos contenga, nos ayude, nos cuide, nos precave de la soledad, sea generosa, se sacrifique por nosotros, colme todos nuestros anhelos, etc, etc. Más aún, como se supone que para que nuestra relación funcione tendríamos que ser compatibles y por tanto desear lo mismo en la vida, no deberían producirse discusiones y ni siquiera sería necesario negociar.
Como semejantes metas son imposibles de lograr nos sentimos muy decepcionados. Ahí es donde arrecian los reclamos hacia nuestra pareja – con cara de exigencia ofendida – como si tuviésemos derecho a ello, como si tuviese la obligación de hacernos feliz, so pena de acusarla de no amarnos como debería o, peor aún, de no saber amar. No obstante, olvidamos que el amor parte de la seducción, no de la imposición y que se vive en el mundo real, no en un mundo ideal.
Ante las inevitables desilusiones, hay quienes consideran que no quedaría otra que separarse y muchos optan por buscar a otra persona que sí les cumpla sus expectativas. Y es que estamos convencidos de saber cuál es el origen de nuestras dificultades y pensamos que la solución es obvia y muy simple: si tan solo el otro fuese…, no fuese…, hiciese…, no hiciese…, etc. Nos sentimos tan seguros de estar en la razón que no vemos la necesidad de cuestionar nuestras opiniones ni menos preguntarnos cómo llegamos a ellas, como si hubiesen sido el resultado final de sesudos meta-análisis. Pero tengamos muy presente que nuestras sensaciones de descontento son inevitablemente muy subjetivas y relativas, puesto que en última instancia dependen de nuestras creencias y expectativas. Mientras más alta sea la vara de los ideales a alcanzar, mayor será la probabilidad de frustrantes decepciones.
Recordemos que lo primero es el pensamiento y que de ahí proviene después la emoción. Es decir, detrás de cada perturbación emocional habría una interpretación de que algo no está funcionando bien, como si nuestro cuerpo nos estuviese hablando, advirtiéndonos. A su vez traducimos esas sensaciones corporales negativas como si fuesen la confirmación de nuestros problemas de pareja, cerrándose así un perfecto círculo vicioso. Sin embargo, todas esas lecturas las estamos haciendo desde la mirada dictada por nuestros “deberías” y por nuestros “no-deberías”.
El amor es un juego con expectativas o, más exactamente, con expectativas esperables y por eso esperadas. Pero cuanto más altas se vuelvan las expectativas y las expectativas de las expectativas, tanto menos pueden cumplirse (Richard David Precht, filósofo alemán).
Comentarios recientes