Lucía dice que Juan fue agresivo, que era evidente su rabia. Juan se queja que la agresiva fue Lucía y que él se sintió atacado. Argumenta ¿cómo Lucia puede saber lo que él siente, cuando sus emociones son suyas y sólo él puede conocerlas? ¿Quién tiene la razón?
La inteligencia así como las emociones, son “objetos” que se usan para explicar nuestro comportamiento. Pero ¿existen realmente?
¿Dónde reside la inteligencia? ¿Es “algo” que se pueda medir? ¿Algunas personas tienes más inteligencia que otras?
Hablamos todo el tiempo de la inteligencia como algo que los individuos poseen como algo distintivo. De hecho decimos que los seres humanos somos los seres vivientes más inteligentes del planeta. También afirmamos que Julio es más inteligente que Pedro, o que lo que dijo zutano es más inteligente que lo dijo fulano. Y según esas distinciones y diferencias actuamos, tomamos decisiones, explicamos el pasado y vaticinamos el futuro. De modo que, atributos como la inteligencia son gravitantes en lo que hacemos día a día.
Como Coach me encuentro con esa palabra todo el tiempo, y puede ser motivo de una contratación o de un despido, de un enamoramiento o de una separación. Nadie se cuestiona que exista la inteligencia y en su nombre se justifican acciones que pueden ser muy positivas para otro ser humano… o devastadoras.
¿ES LA INTELIGENCIA UN OBJETO?
En la vida cotidiana así como en los textos científicos se habla de la inteligencia como si fuera un objeto que puede ser descrito objetivamente y estudiado, de la misma manera que cualquier objeto que existe “objetivamente” (fuera de nuestra mente) como el corazón, una molécula, una mesa, un vaso, etc. Sin embargo, a la hora de definir ese objeto las diversas teorías difieren en su definición. ¿Cómo es posible que discrepen en la misma descripción de aquello que ya están estudiando? ¿Qué están estudiando entonces? ¿Se imaginan a un biólogo o a un químico definiendo un objeto que jamás han visto, tocado o percibido experimentalmente a través de alguna señal física?
Pues bien, eso es lo que hacen muchos destacados pensadores. Primero dan por sentado que existe ese algo llamado inteligencia y luego tratan de entender que es, cómo funciona, a que se debe, que la genera o la inhibe, cuantos tipos de inteligencia tenemos, etc.
Lo que no se preguntan es ¿quién dijo que existe algo así?
La inteligencia es ante todo una palabra, en eso creo que todos estaríamos de acuerdo. El artículo LA que la precede ya nos indica que se trata de un sustantivo, es decir, un tipo de palabra que nombra a un objeto. Sin embargo de objeto no tiene nada; no lo vemos, no lo tocamos, no huele, no tiene límites observables, no es mensurable con instrumentos (mecánicos), etc. Es un “objeto conceptual” objetaran algunos, no es físico. Pero ¿Qué es un objeto conceptual?
¿DONDE VIVEN LAS EMOCIONES?
Pensemos por un momento en otro objeto conceptual: las emociones. Nadie las ve directamente, nadie sabe ciertamente cómo se generan, donde residen y se discute hasta el infinito sobre su efecto cuasi determinante en nuestro comportamiento. Al igual que la inteligencia, explica nuestro proceder de manera aparentemente muy convincente. Sin embargo, cuando dos personas (una pareja por ejemplo) se quieren poner de acuerdo en las emociones que sienten, discrepan casi siempre. Lucía dice que Juan fue agresivo, que era evidente su rabia. Juan se queja que la agresiva fue Lucía y que él se sintió atacado. Argumenta ¿cómo Lucia puede saber lo que él siente, cuando sus emociones son suyas y sólo él puede conocerlas? Pero es que tú no te ves- retruca ella-y le da a entender que todo lo que hizo demostraba tu tremenda rabia.
¿Quién tiene la razón? ¿La emoción de Juan es esa sensación que siente Juan en su cuerpo o es lo que observa desde fuera Lucía? Humberto Maturana dice que las emociones son predisposiciones a la acción, pero ¿quién debe juzga el carácter de esas predisposiciones, el que actúa o el que observa al que actúa?
Yo propongo que ambos tienen la razón, pero están hablando de entidades diferentes. Juan interpreta que sus emociones son las sensaciones físicas que le reporta su cuerpo (nudo en estomago, corazón acelerado, respiración más corta, etc.) y que ha aprendido a catalogar durante su vida en lo que el llama miedo, rabia, pena, alegría, etc. Lucía, por su parte, interpreta que las emociones son las que comandan las acciones de Juan y que por lo tanto se “rebelan” en su comportamiento (de que otra manera Lucia podría deducir una emoción en su pareja). La explicación de un tercero (el coach) podría ser es que ninguno de los dos está en realidad observando las emociones tal cual (como quien pudiera ver un color en un cuadro), lo que observan son sus “manifestaciones”. En el caso de Juan sus propias sensaciones físicas y en el caso de Lucía, el comportamiento, las conductas de Juan. Es decir, ambos están interpretando las supuestas “señales” de algo que no vemos directamente, que son las inasibles emociones.
Podríamos seguir escarbando y escarbando y- al igual que con la inteligencia- nunca llegaríamos a encontrarnos cara a cara con las emociones. Sólo frente a sus señales, sus expresiones, sus síntomas, etc. Sin embargo- y esto es lo curioso-jamás descartamos que existan, partimos del supuesto que si existe una palabra que las señala, el fenómeno tiene que existir.
NUESTRO MUNDO DE OBJETOS
Con las emociones no encontramos nuevamente con una entidad no física que todos aceptamos que existe (¿Quién se atreve a negar que existen las emociones?) pero que paradojalmente no nos hemos podido poner de acuerdo que son exactamente. Es decir, estamos ante otro objeto conceptual.
Los objetos parecer ser entidades que podemos percibir del mismo modo dado que compartimos una misma biología y tenemos órganos sensoriales similares (una mesa, una silla, etc.) Podemos relacionarnos con ellos con expectativas similares. En otras palabras, nos sirven de referencia para poder relacionarnos y coordinarnos. Sabemos que si nos ofrecen una silla podremos muy posiblemente sentarnos en ella, sabemos que si nos gritan ¡cuidado viene un auto! debemos evitarlo porque es un objeto duro en movimiento. Pero ¿Cómo nos coordinamos respecto de nuestro mundo interior?
Es aquí donde las palabras adquieren un valor especial. Cuando pensamos que Juan es inteligente es porque coincidimos con su pensamiento o porque actúa de una manera que nos gusta. Si decimos que “Juan ES inteligente” en un contexto laboral – por ejemplo- estamos queriendo probar que está habilitado para hacer bien un trabajo y que es bueno que lo contratemos. Es decir, usamos ciertas palabras (objetos conceptuales) para inducir a los demás a ver lo mismo que nosotros vemos. Pero no decimos que Juan nos gusta o que piensa como nosotros, decimos que “tiene” mucha inteligencia. En alguna medida estamos tratando de que el otro vea nuestro mundo interior del mismo modo como si viera objetos físicos externos. Como si la inteligencia fuese un atributo objetivo de la persona que señalo y no un sentimiento de coincidencia que habita en mi vivencia.
La inteligencia está en la mirada del que observa- al igual que la belleza- pero queremos influenciar a que los otros vean lo mismo que nosotros y para eso tenemos que poner el atributo afuera, lo mismo que si fuera un objeto físico.
Algo similar sucede con las emociones (el otro principio explicativo de nuestras acciones: corazón & razón) .Decimos que el otro- o uno mismo- tiene una determinada emoción para explicar y justificar su/nuestro comportamiento, pero a diferencia de la inteligencia, como algo que no podemos evitar. Somos “guiados” por las emociones, para bien o para mal, son ellas las culpables de lo que hacemos, no nosotros. Lo máximo que podemos hacer es tratar de controlarlas, nunca evitarlas porque son espontaneas, nos descubrimos inmersos en ellas.
Tenemos entonces que la inteligencia es un principio que explica un proceder adecuado, es decir que coincide con nuestras preferencias, mientras las emociones nos excusan de comportamientos de los cuales no queremos hacernos cargo.
Tenemos entonces que hemos inventado en el lenguaje dos “principios explicativos” que olvidamos que hemos creado y luego damos por cierta su existencia y los guardamos en nuestro armario de “objetos conceptuales”. Esos objetos que nos permiten describir nuestro mundo interior como si fuese exterior.
Por eso podemos decir que la inteligencia no es un atributo del observado sino del que observa. Por eso queremos proponer que las emociones viven en quien las juzga más que en lo juzgado.
Que las palabras no señalan lo que buscan alumbrar sino más bien que ocultan a quién las dice.
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