por Ceppas | May 8, 2017 | Crisis pareja, Infidelidad, Relación pareja, Terapia pareja |
Por Ps. Dra. Alejandra Godoy H.
¿A veces dudas del amor de tu pareja y de que vuestra relación esté funcionando bien? ¿Te cuesta confiar y te proteges poniendo distancia para que tu pareja no note todo lo que la necesitas? Quizás estés entre los que fluctúan entre acercarse y alejarse para sentirse seguros en el amor.
Estas tendencias forman parte del Apego Inseguro Ambivalente-Temeroso. Los seres humanos necesitamos haber construido vínculos afectivos sanos y estrechos en la infancia para que cuando adultos podamos sentirnos seguros en nuestra relación de pareja. Es lo que se conoce como apego e influye no solo en cómo nos sentimos sino que también en cómo pensamos.
Existen principalmente cuatro tipos de apego según la combinación entre nuestra autoimagen y la imagen que tengamos de los demás. En un polo estaría el apego seguro caracterizado por una imagen positiva tanto de uno mismo como de los otros. Y en el otro polo se ubicarían tres estilos de apego inseguro: el ansioso, el evitativo y el ambivalente. Como a las personas inseguras les es difícil regular sus experiencias emocionales, les cuesta mucho mantener un equilibrio entre aproximarse y alejarse, entre depender o desconectarse de su pareja.
Quienes tienen un Apego Ambivalente poseen una imagen negativa tanto de sí mismo como de los demás. Al no confiar lo suficiente en sus fortalezas ni en sus habilidades, creen que son débiles e indefensos, como si no fuesen capaces de hacerse cargo de ellos mismos. Son quienes sufren de una autoestima bastante baja, por lo que requieren de la validación – y ojalá de la aceptación incondicional – de los demás. Es así como no solo le temen a la soledad, sino que también suelen caer en la dependencia, pero ello les genera una gran angustia. Como en el fondo desconfían de la real disponibilidad de su pareja, tienden a malinterpretar y a sobrereaccionar.
Son personas en que se combinan, entonces, la angustiante necesidad afectiva de los ansiosos con la actitud huidiza de los evitativos, por lo que tienen conflictos internos y externos. Necesitan mucho a su pareja pero es tanto su temor al rechazo y a sufrir que no se atreven a entregarse plenamente, cayendo en una suerte de inhibición conductual. Es decir, aunque serían muy dependientes, se comportan defensivamente de forma pasivo-rechazante. En su constante lucha por mostrarse autosuficientes, se retraen y terminan boicoteando la posibilidad de gozar de una relación satisfactoria. Tratan de no inclinarse ni al polo de la cercanía ni al de la distancia, permaneciendo en una tierra de nadie. Esta lucha interna les puede originar una cierta ira, tristeza, miedo, vergüenza y escasa tolerancia a la frustración.
Cuando niños sintieron que sus cuidadores tenían hacia ellos fluctuantes y desconcertantes cambios de actitud. Es así como quedaron con la sensación de que ellos eran de alguna forma defectuosos y que por eso habían sido abandonados emocional y/o físicamente. Para protegerse optaron por la hipervigilancia y por disociarse del dolor. Cuando adultos su visión del amor y de los vínculos se va tornando ambivalente. Aunque al inicio de una relación desean unirse profundamente, a medida que aumenta la intimidad los invade el miedo a salir heridos si se entregan demasiado. Sin embargo, con el paso del tiempo, oscilan entre querer fundirse con su pareja y su resentimiento justamente por depender de ella.
Parte de su habitual vaivén se refleja en que a veces tienden a dudar del amor del otro y no están seguros si están funcionando bien como pareja. Como suelen necesitar pruebas de afecto, para lograrlo se muestran indefensos o expresan su incertidumbre e inquietud respecto al futuro de la relación. En ocasiones su angustia es tan alta que se traduce en abierta molestia, con lo que ellos mismos pueden terminar provocando el alejamiento del otro, a modo de profecía autocumplida.
En el área sexual su miedo a entregarse les impide soltarse de forma adecuada por lo que no se contactan bien con sus sensaciones eróticas. Otros tienden a observar casi obsesivamente su desempeño sexual temiendo que cualquier falencia podría hacer fracasar toda la relación. De este modo su misma ansiedad puede interferir en el deseo, el funcionamiento y en el grado de satisfacción. En casos extremos algunas mujeres sufren de erotofobia, siendo dominadas por la culpa y el rechazo al sexo. A ellas les cuesta aceptarse a sí mismas como sexualmente activas, evitando tanto las fantasías eróticas como la masturbación.
por Ceppas | May 1, 2017 | Crisis pareja, Infidelidad, Relación pareja, Terapia pareja |
Por Ps. Dr. Alejandra Godoy H.
¿Son ustedes una pareja que se quiere mucho, la pasan bien juntos y casi nunca pelean? Es posible que estén evitando los conflictos y que eso les puede traer más adelante costos que no han previsto.
Las personas que conforman este tipo de pareja son agradables, amables, cooperadoras, controladas y tradicionales, aunque un tanto perfeccionistas y rígidas. Se esfuerzan en que su relación funcione, rara vez se enojan y tienden a auto-sacrificarse para complacer al otro. ¡No es de extrañar que sean vistos como la pareja ideal!.
Muchos vienen de familias más bien convencionales, exigentes e idealistas, donde no eran bienvenidos los desacuerdos ni la expresión de emociones negativas. Por lo que cuando niños generalmente aprendieron a ocultarlas y a evitar mostrar su enojo. Otras veces pudieron sentir que tampoco había espacio para evidenciar sus frustraciones, dado que existían graves problemas en su entorno familiar.
Así que cuando adultos suelen presentar una cierta inseguridad afectiva, la que se manifiesta en que no se sienten muy dignos de ser amados y tampoco confían en que el amor de su pareja sea realmente ni tan profundo ni tan estable. Es por ello que muchos temen que la relación se rompa si expresan de forma clara y abierta sus insatisfacciones y su molestia, ya que entonces podrían afloran todos esos conflictos soterrados que han estado tapando. De modo que, en cambio, intentan ser personas maduras, buenas, exitosas, que se manejan muy bien en todos los ámbitos de la vida. Especialmente tratan de hacer lo correcto en la relación de pareja, por lo que son pacientes y casi nunca discuten.
No obstante, a pesar de la cordialidad que reina en su vida cotidiana, adolecen de serios déficit en el área de la intimidad emocional y prefieren privilegiar los espacios familiares por sobre los momentos a solas con la pareja, así como también priorizan los aspectos laborales y económicos por sobre los relacionales. Y es que a estas parejas parece incomodarles tanto el exceso de distancia como el exceso de proximidad, fluctuando ambivalentemente entre el necesitar al otro y el proteger su autonomía. Es como si tuviesen miedo a la posibilidad de una separación porque se saben dependientes, pero al mismo tiempo se sintiesen ahogados si están demasiado cerca. En efecto, no solo temen perder al ser que aman, sino que asimismo temen perder la sensación de apoyo y de pertenencia.
En aquellas escasas ocasiones en que procuran entablar una conversación más de fondo, la comunicación entre ellos no es muy fructífera debido a que se encuentra limitada por los denodados esfuerzos que hacen por soslayar las discusiones. Inconscientemente ambos eluden aquellas circunstancias que pudiesen conducir a una confrontación abierta durante la cual salieran a la luz los problemas que están encubiertos. Ello lleva a que al final no puedan resolver sus diferencias, sino que se limitan a ir acomodándose a las distintas situaciones.
Por otro lado, como muchas veces sus expectativas son más bien idealizadas que realistas, generalmente se ha ido instalando un trasfondo de gran insatisfacción. Peor aún, en ocasiones ni siquiera están plenamente consciente de cuán descontentos están. A estas alturas la pareja ha arribado a una situación de impasse en que se han ido acumulando y agravando una serie de conflictos que tienden a percibir como inmanejables e irresolubles, estando seguros además que si los abordasen implicaría ineludiblemente una ruptura definitiva.
Sin embargo, esta contención de la expresión emocional y el no comunicar abiertamente sus desacuerdos, obviamente que a la larga les acarreará importantes costos. Por una parte, puede bloquearse el contacto tanto con sus emociones positivas como con sus sentimientos de amor hacia su pareja, algo que los asusta y los angustia. Por otra parte, al reprimir durante tanto tiempo las emociones negativas, el resentimiento se ha ido instalando de forma imperceptible. De este modo la relación se va deteriorando, en un principio de manera silenciosa, pero posteriormente uno de ellos o los dos pueden presentar algún tipo de síntoma tal como depresión, ansiedad, arranques explosivos, infidelidad o alguna disfunción sexual, principalmente la pérdida del deseo sexual por la pareja, fenómeno al que le hemos acuñado el nombre de ‘Selectivo Relacional’).
A veces el síntoma o la infidelidad cumplen la función de generar una crisis tal que los obligue a dejar de lado ese manto de amabilidad controlada tras el cual se ocultaban. En estos casos el propósito final – si bien inconsciente – sería forzar un cambio en la relación con el objetivo último de salvarla. No obstante, aunque dicha crisis pueda haber evidenciado esos conflictos que no se habían atrevido a enfrentar, no es infrecuente que ambos después se coludan para que las cosas vuelvan al status quo anterior. Pero, si no estuviesen dispuestos a reconocerlos y resolverlos, es posible que se desaten nuevas crisis y que finalmente terminen separándose.
La buena noticia es que en estas parejas evitadoras de conflicto el pronóstico suele ser muy bueno si recurren a la ayuda de un profesional para solucionar sus problemas, especialmente en aquellos casos que han consultado poco tiempo después de ocurrida la crisis y han estado dispuestos a trabajar juntos para descubrir como participó cada uno de ellos en construir esa dinámica relacional que originó el impasse.
por Ceppas | May 1, 2017 | Crisis pareja, Infidelidad, Relación pareja, Sexualidad, Terapia General, Terapia pareja |
Por Ps. Dr. Alejandra Godoy H.
¿Sientes a veces que tu pareja pone distancia, que no te prioriza? ¿Sientes que tú eres más demostrativo y entregas más a la relación que tu pareja? Quizás estés entre los que se sienten inseguros y se ponen ansiosos en el amor.
Estas tendencias forman parte de lo que se conoce como Apego Inseguro Ansioso-Dependiente. Todos nosotros necesitamos construir vínculos afectivos sanos y estrechos durante la infancia para que, cuando adultos, podamos movernos seguros dentro de nuestras relaciones afectivas. Esto es lo que se llama apego y nos influye no solo en cómo nos sentimos sino que también en lo que pensamos.
Existen principalmente cuatro tipos de apego según como sea la combinación entre tu autoimagen y la imagen que tengas de los demás. En un polo está el apego seguro, en que hay una imagen positiva tanto de ti mismo como de los otros. Y en el otro polo estarían tres estilos de apego inseguro: el ansioso, el evitativo y el ambivalente. Quienes goza de un apego seguro regulan sus experiencias emocionales manteniendo un adecuado equilibrio entre cercanía y distancia, en tanto que los inseguros se inclinan – en exceso – ya sea hacia la dependencia, hacia la desconexión o hacia ambos.Los ansiosos poseen una imagen negativa de sí mismo, pero una positiva de los demás, aunque los ven como reacios a comprometerse y a entregarse totalmente. Como no se creen muy inteligentes y se perciben un tanto débiles, dudan de su propia valía y de cuán queribles son realmente. Es por ello que su autoestima depende de como los evalúen los otros. Así su autonomía se torna deficiente, pasan a sentirse de algún modo como indefensos y pueden caer en actitudes sumisas y complacientes.
Cuando niños percibieron que sus padres los trataban de forma ambivalente, impredecible e injusta. A veces eran afectuosos con ellos, cálidos, consentidores e inclusive dificultaron que se independizaran al sobreprotegerlos y evitar que asumieran riesgos. Pero en otros momentos eran indiferentes, insensibles y los castigaban sin mayor motivo. Así se fueron tornando hipersensibles y con tendencia a angustiarse fácilmente en el ámbito afectivo.
Cuando adultos las relaciones amorosas les son demasiado importantes y no les gusta pasar mucho tiempo solos. Suelen enamorarse de forma rápida e impulsiva, mostrando una intensa y temprana apertura emocional. Acostumbran iniciarse muy temprano en su vida sexual, a veces para que el otro no se enoje y los pueda abandonar. En general usan el sexo para sentirse más cerca y queridos, no tanto para la gratificación sexual. Si se sienten inseguros de su pareja, pueden perder el deseo y algunas mujeres caen en relaciones de dominación-sumisión.
Al comienzo de una relación idealizan a su pareja, pero luego inevitablemente se decepcionan porque no la ven capaz de comprometerse tanto como ellos ni de entregarles un “amor verdadero”. Sienten que no hay reciprocidad, que les pone distancia, que es injusta o incluso que abusa, sintiéndose al final víctimas, utilizados, explotados o maltratados. Y es que para que los amen suelen adaptaron en exceso al otro hasta cuasi perder su individualidad, mostrándose demasiado obsequiosos y obedientes en vez de buscar su propia autonomía. A lo largo de la relación van poniendo a prueba a su pareja para comprobar si realmente los ama y si está plenamente comprometida, fijándose en si los cuida, si los acompaña a sus cosas, si los ayuda a resolver sus problemas e incluso en si es generosa en los regalos que le hace, como ellos sí lo son.
Por su miedo latente a ser abandonados requieren de una estrecha cercanía física que les entregue la ilusión de control sobre la relación. Si la pareja se distancia – aunque sea de manera transitoria – ya sea física o emocionalmente se sienten amenazados y se enojan, le reprochan que ya no les pone atención como antes, que no les contestan enseguida, que prefiere estar con otra gente u ocupada en sus cosas. Se pueden obsesionar tanto que hasta tienen dificultad para concentrarse bien en su trabajo. Llaman o mandan mensajes insistentemente como un modo de asegurarse la presencia de la pareja, aunque sea forzadamente.
Cuando no se sienten queridos como esperan, caen en altibajos emocionales, celos, amenazas, chantajes y reacciones de rabia, pudiendo descontrolarse y tener condcutas destructivas. A veces se comportan autodestructivamente para que su pareja se sienta culpable. En estos casos se vuelven aún más exigentes y más dependientes, quieren estar siempre en contacto, saber dónde está en cada momento y que los segurise confirmándoles su amor lo más seguido posible. Debido a su profunda inseguridad son muy susceptibles y tienden a manipular exacerbando su necesidad de afecto o amplificando su malestar con el fin de presionarla para respondan a sus expectativas.
Si su pareja frustra sus expectativas pueden experimentar una intensa rabia y exigen que les pida perdón. O se van al otro extremo y la ignoran, algunos hasta se involucran con terceras personas y amenazan con terminar la relación. Pero lo más frecuente es que arrastren por largo tiempo la decisión de separarse, pese a que les es evidente hace mucho que ya no les está funcionando como ellos quisieran. Aunque se sientan infelices les es preferible continuar igual que sucumbir en ese pozo de soledad en que se sienten vacíos. Y es que les cuesta mucho construirse una vida sin pareja.
Si finalmente se rompe la relación, muestran una muy escasa tolerancia al dolor, reaccionando con altos niveles de sufrimiento. Por lo general, si alguien los rechaza o si son abandonados, quedan devastados y se preguntan en qué se equivocaron. Mientras que algunos se quedan pegados a su expareja, muchos optan por buscar rápidamente otra pareja a la cual aferrarse. Así que después de lo que parecía un sufrimiento muy intenso y que sería eterno, este tiende a desaparece como por encanto al encontrar a esa otra persona.
por Ceppas | Abr 24, 2017 | Infidelidad |
Por Ps. Dra. Alejandra Godoy H.
¿Son ustedes una pareja que pelea mucho y que en algunas discusiones amenazan con terminar la relación, sin embargo, al poco rato, se reconcilian apasionadamente y se vuelven a proyectar juntos?
Si se sintieron identificados con esta pregunta querrán saber más de qué se trata este estilo de relación. Verán, en esta forma de relacionarse los dos suelen ser extrovertidos y alegres, pero un tanto directos, confrontacionales, impulsivos y muchas veces descontrolados. Estas parejas acostumbran a mantener frecuentes e intensas discusiones por casi cualquier motivo y, por muy menor que sea, vuelan las críticas, los reproches, las acusaciones y los sarcasmos. Llegan a un punto donde sus peleas pueden llegar a escalar alturas épicas. Se llevan como el «perro y el gato», como esos trágicos personajes de ópera o tango.
Podemos contarles además que ambos suelen provenir de familias en que las demostraciones de cariño eran bastante escasas y donde los severos conflictos se ocultaban tras una fría fachada. Es decir, reinaba una tensa y tranquila atmósfera de que no pocas veces era interrumpida por violentas agresiones verbales, físicas, producto de distintas causas, como por ejemplo el abuso del alcohol. Dado tal escenario, durante su infancia dudaron de que sus padres se quisieran realmente y donde tampoco les fue posible sentirse queridos de forma incondicional como hijos.
Así crecieron afectivamente inseguros, lo que después se les manifiesta en serias dificultades para confiar en el amor. Así que cuando adultos, aunque anhelan entregarse para poder tener una relación plena, al mismo tiempo parecieran arreglárselas para alejarse una y otra vez. Al final estas parejas le tienen más miedo a la proximidad que al distanciamiento, sintiéndose fácilmente ahogados, exigidos. Creen que si dejaran de protegerse perderían su identidad o su autonomía.
Pero lo que realmente temen es que, en un minuto de mucha intimidad emocional, quede en evidencia que – a pesar de todo – necesitan afectivamente a su pareja. Así es, terminarían sintiéndose demasiado expuestos y vulnerables, como estando “a merced” del otro. Y el resultado es que se quedan entrampados en una suerte de danza, en que si bien quisieran expresarle al otro sus sentimientos más profundos, no se atreven por miedo a mostrarse débil. Sin embargo, la mayor angustia se les genera ante la posibilidad de ser abandonados ya que, como tienden a una ciega búsqueda de placer, saben que no soportan bien el sufrimiento y menos aún el sufrir por amor.
Es por ello que optan por estar constantemente en guardia, luchando soterradamente por el poder, en una permanente actitud de ataque-defensa para así mantener la distancia suficiente que los resguarde de la sensación de vulnerabilidad. Pero no se confundan, estos constantes enfrentamientos no tienen como objetivo resolver realmente sus conflictos. Efectivamente, ni siquiera llegan a un punto cercano a la negociación; van dejando un sinnúmero de cabos sueltos que usan como excusa para volver a pelear. Parecen limitarse a esas verdaderas batallas campales en que no quieren perder ni un punto. Es dentro de este contexto que las críticas y reproches representan, de cierta manera, un mecanismo inconsciente para socavar la seguridad del otro y poder sentirse superior y más fuerte, o al menos más valioso y digno de ser apreciado.
Sin embargo, paradojalmente, a falta de intimidad real, la sensación de conexión emocional la encuentran en la intensidad de sus peleas. Aunque no es lo habitual, algunos se ven envueltos en una infidelidad como otro medio más para alejarse y si es descubierta estallará otra crisis de proporciones.
Las apasionadas reconciliaciones sexuales son las que los vuelven a acercar. Es como si las confrontaciones y el sexo les sirviesen de regulador del grado de cercanía dentro de su eterno círculo vicioso. Así que, como cuando están dominados por la ira dejan de sentir que dependen del otro, su inseguridad afectiva permanece oculta detrás de un permanente clima de agitación. Y es que pareciera que no quisiesen alcanzar una distensión que sea muy duradera, porque creen que de ser así correrían el riesgo de verse envueltos en esa intimidad emocional que tanto temen.
Este tipo de parejas suelen acudir a la consulta buscando una solución para mejorar su convivencia y dejar de “llevarse tan mal”, como ello lo verbalizan. Nos es común escuchar en las primeras sesiones de terapia como ambos se dedican a culpar al otro por casi todos los problemas que tienen. Se reprochan mutuamente no ser escuchados por el otro y por recibir continuas críticas de su parte. Se quejan amargamente que los comentarios son en su mayoría negativos y casi nunca destacan lo positivo de su pareja. En el caso que haya habido alguna infidelidad, la justifican aludiendo a que esa tercera persona sí que los trataba bien y haciéndolos sentirse valiosos y les daba cariño, atención y comprensión.
Muchas veces el pronóstico en estas parejas es auspicioso, con baja probabilidad de separación. Claro que el resultado de la terapia obedecerá a la disposición de los dos por asumir y por trabajar terapéuticamente que su inclinación a pelear es un mecanismo para evitar la intimidad emocional. Resulta muy importante que logren entender y elaborar la idea que todas estas peleas tienen que ver con huir de la cercanía porque temen mostrarse necesitados y quedar vulnerable ante el otro, lo que, finalmente responde a sus inseguridades afectivas y a su miedo a la dependencia.
por Ceppas | Dic 1, 2014 | Infidelidad, Separación |
Existe un mito ampliamente extendido que dice que si hubo una infidelidad, la pareja no tiene vuelta, por lo que tarde o temprano se va a separar. Los estudios muestran que esto no es así y que en muchas ocasiones existen otras alternativas. Sin embargo, sí es efectivo que, en la mayoría de los casos de separación o primer divorcio, pareciera haber estado presente algún tipo de problemática asociada al ámbito de la infidelidad. No obstante, los autores no indican ni cuál es la conducta infiel, ni si fue la única causa y menos si fue la causa de fondo del rompimiento del vínculo.
Si se les pregunta a hombres y mujeres qué harían si su pareja les fuese infiel, casi todos aseguran que se separarían. Pero cuando de hecho ocurre, más de uno cambia de idea. Recientes investigaciones muestran repetidamente que sólo un tercio de las parejas se separan realmente después de una infidelidad y que otro tercio no lo hacen, aunque la relación se deteriora; en tanto que el tercio restante no solamente logra resolver bien la crisis sino que incluso quienes la enfrentaron constructivamente señalan que salieron robustecidos. En otras palabras, mientras que muchos van a sufrir una ruptura definitiva o quedarán muy dañados, otros sí son capaces de asumir y aceptar el fondo de la situación, en tanto que hay también algunos que le sacan partido a la crisis logrando que su relación evolucione, es decir, aumentan su grado de intimidad emocional y el compromiso entre ellos.
Pero lejos el dato más importante que hay que tener presente es que – la inmensa mayoría (más del 90%) de las parejas que optan por trabajar juntas en terapia después de que se enfrentaron a algún tipo de infidelidad – superan el problema y su relación resulta beneficiada. Es en este sentido que sería de gran utilidad que se efectuasen algunas preguntas que consideramos esenciales: ¿hay razones para continuar juntos?; ¿vale la pena trabajar por esas razones?; ¿están dispuestos a comprometerse en este proceso?; ¿están dispuestos a mirar su dinámica de pareja desde otra perspectiva y reconocer la contribución de ambos a lo ocurrido?
Recordemos que los seres humanos somos muy complejos, que no podemos funcionar como si todo fuese blanco o negro, así que una crisis asociada a alguna infidelidad no necesariamente va a culminar en la ruptura, sino que muchas parejas encuentran verdaderos caminos de salida que los dos prefieren transitar juntos en vez de separarse.
por Ceppas | Oct 19, 2014 | Infidelidad |
¿Creen que un coqueteo es infidelidad? ¿Qué pasa con los mensajes privados que tenemos con otr@s por Whatsapp? Hoy en día es cada vez más frecuente que una pareja discrepe en si tal o cual comportamiento es o no infidelidad. El presunto “infiel” insiste en que no lo fue, mientras que el supuesto “engañado” considera que sí lo fue. Y es que antes era mucho más sencillo: si no había habido coito, no había sido realmente infidelidad. Por el contrario, actualmente solemos calificar como infieles comportamientos que van desde consumir pornografía hasta haber conformado dos familias al mismo tiempo. Recordemos que el concepto de infidelidad es una construcción cultural que se transmite de generación en generación y que varía en la medida en que lo hacen una serie de variables del contexto ambiental.
Dado los vertiginosos cambios sociales ocurridos en las últimas décadas – en especial con la llegada de internet y la mensajería – definir este concepto se ha vuelto especialmente controversial. Estamos inmersos dentro de un período de transición en que no hay una única definición de infidelidad sino que coexisten visiones muy distintas, incluso entre los especialistas. Es por ello que no deberíamos hablar de LA infidelidad, sino que de INFIDELIDADES. ¡Son tantos los tipos y grados que el panorama resultante es altamente complejo!.
Cuando hablamos de transición, nos referimos a que los antiguos modelos tradicionales y nuevos modelos posmodernos coexisten, haciendo este concepto más confuso. Es así como quienes son más tradicionales continúan concibiendo la infidelidad desde un doble estándar: los hombres serían infieles por naturaleza, donde el puro coito sin involucramiento afectivo, no tiene ninguna importancia. Mientras que por otro lado asumen que, como las mujeres no pueden evitar involucrar sus sentimientos, una infidelidad femenina es siempre algo serio, haya habido o no sexo.
Desde la otra vereda, quienes están más inmersos en el nuevo modelo posmoderno han ido ampliando enormemente la gama de criterios para definirla, conformando un continuo imaginario que iría desde simplemente soñar con otra persona hasta relaciones paralelas de larga data, pasando por fantasías sexuales, mensajes virtuales o sentimientos románticos platónicos. Al parecer el posmodernismo trajo aparejado lecturas más sofisticadas y exigentes de la realidad. Lo importante es que comprendamos que ambas miradas (tradicionales y posmoderna) cohabitan hoy en nuestra cultura, complicándonos y confundiéndonos. ¿Cómo vamos a definir entonces una infidelidad, dónde empieza realmente una infidelidad?
Pero aunque no hayamos alcanzado aún una definición consensuada, sí se han mencionado algunos indicadores que presumiblemente caracterizarían a una infidelidad: incumplimiento del pacto de exclusividad establecido ya sea explícita o implícitamente con nuestra pareja formal, en la medida en que el presunto trasgresor se habría – de alguna forma – involucrado con otra persona. Dicho involucramiento puede haber sido emocional y/o sexual, en persona o virtualmente, con alguien conocido o desconocido, de mayor o menor intensidad, de corta o larga duración, en una sola ocasión o reiteradamente. Como pueden ver, esta descripción es tan amplia y vaga que, en última instancia, casi cualquier comportamiento ameritaría ser catalogado como de infiel, con las consiguientes consecuencias que ello implicaría para la relación. Es como si ahora todo valiese lo mismo y todo cupiese dentro de un mismo saco.
Entonces, no existiendo una delimitación precisa de la infidelidad, creemos fundamental construirla en pareja. Sería muy importante conversar abiertamente con nuestra pareja, desde un inicio, lo que nosotros dos en particular vamos a considerar subjetivamente como actos infieles. En otras palabras, transformemos un acuerdo implícito y vago en otro explícito y detallado que no deje cabos sueltos que se puedan prestar a futuro para malos entendidos. De este modo, el calificar si hubo o no infidelidad no dependerá de cánones objetivos externos sino que de aquellas expectativas subjetivas que ambos hayamos acordado al respecto. Pero asimismo, como no todos los comportamientos infieles son iguales ni tampoco equivalentes, tendríamos que contextualizarlos, puesto que es muy distinto el daño que puede provocar un acto aislado gatillado por ciertas circunstancias que un involucramiento afectivo-sexual que haya durado años. Para ello les proponemos que ustedes le asignen nombres específicos diferentes a los distintos grados y tipos de infidelidad, teniendo presente además aquellos factores que pueden estar jugando un rol atenuante o bien agravante.
Quisiéramos sugerirles que en este proceso de definición tuviesen en cuenta dos aspectos que consideramos fundamentales: el contexto cultural y el ocultamiento. Dada su larga tradición judeo-cristiana, en nuestra sociedad occidental se nos transmite desde la infancia una postura valórica en torno a la deseabilidad de una exclusividad entre una pareja – tanto en lo afectivo como en lo sexual – por lo que consecuentemente, al consultársele, la inmensa mayoría de la población asegura que la fidelidad es un comportamiento positivo esperable y que la infidelidad, por el contrario, daña cualquier relación. Si antes era socialmente más aceptado el adulterio y las conductas infieles en los hombres, en las últimas décadas el juicio moral y la suposición implícita de un pacto de fidelidad es hoy prácticamente igual para ambos sexos.
Quizás uno de los criterios más indiscutibles para delimitar la infidelidad sea el hecho de que, por lo general, esta acción se ejecuta premeditadamente a escondidas o a espaldas de nuestra pareja, incurriendo en aquellos inevitables disimulos y falsedades que llevan aparejados. Dicho ocultamiento está denotando que el “infractor” es plenamente consciente de que está cometiendo una afrenta, de que está trasgrediendo una cláusula del contrato básico de lealtad asumido por ambos y teme que, de saberse, habría de seguro más de alguna consecuencia negativa.
Todavía algunos justifican la decisión de ser infiel en que la monogamia en los humanos es un mito, como si los impulsos que tienen alguna base biológica constituyesen un determinismo absoluto contra el cual nada pudiésemos hacer, olvidando que la infidelidad es una conducta y, como tal, es siempre una decisión voluntaria. Así que en vez de quedarnos atrapados en la bizantina discusión de si somos o no infieles por naturaleza, habría que comprender más a fondo en qué consiste y cómo afecta una infidelidad a nuestra pareja. Más que una norma moral, el comportamiento infiel estaría contraviniendo un ideal ético que subjetivamente anhelábamos respetar y un acuerdo que nos proponíamos cumplir. Al tomar la decisión de ser infiel estamos rompiendo un pacto de lealtad que le va a ocasionar sufrimiento a nuestra pareja junto con la pérdida de confianza producto de las mentiras. Y, lo más importante en toda esta discusión: No tapemos el sol con el dedo y miremos el dolor que podemos causar.
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