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Por Ps. Dra. Alejandra Godoy H.

¿A veces dudas del amor de tu pareja y de que vuestra relación esté funcionando bien? ¿Te cuesta confiar y te proteges poniendo distancia para que tu pareja no note todo lo que la necesitas? Quizás estés entre los que fluctúan entre acercarse y alejarse para sentirse seguros en el amor.

Estas tendencias forman parte del Apego Inseguro Ambivalente-Temeroso. Los seres humanos necesitamos haber construido vínculos afectivos sanos y estrechos en la infancia para que cuando adultos podamos sentirnos seguros en nuestra relación de pareja. Es lo que se conoce como apego e influye no solo en cómo nos sentimos sino que también en cómo pensamos.

Existen principalmente cuatro tipos de apego según la combinación entre nuestra autoimagen y la imagen que tengamos de los demás. En un polo estaría el apego seguro caracterizado por una imagen positiva tanto de uno mismo como de los otros. Y en el otro polo se ubicarían tres estilos de apego inseguro: el ansioso, el evitativo y el ambivalente. Como a las personas inseguras les es difícil regular sus experiencias emocionales, les cuesta mucho mantener un equilibrio entre aproximarse y alejarse, entre depender o desconectarse de su pareja.

Quienes tienen un Apego Ambivalente poseen una imagen negativa tanto de sí mismo como de los demás. Al no confiar lo suficiente en sus fortalezas ni en sus habilidades, creen que son débiles e indefensos, como si no fuesen capaces de hacerse cargo de ellos mismos. Son quienes sufren de una autoestima bastante baja, por lo que requieren de la validación – y ojalá de la aceptación incondicional – de los demás. Es así como no solo le temen a la soledad, sino que también suelen caer en la dependencia, pero ello les genera una gran angustia. Como en el fondo desconfían de la real disponibilidad de su pareja, tienden a malinterpretar y a sobrereaccionar.

Son personas en que se combinan, entonces, la angustiante necesidad afectiva de los ansiosos con la actitud huidiza de los evitativos, por lo que tienen conflictos internos y externos. Necesitan mucho a su pareja pero es tanto su temor al rechazo y a sufrir que no se atreven a entregarse plenamente, cayendo en una suerte de inhibición conductual. Es decir, aunque serían muy dependientes, se comportan defensivamente de forma pasivo-rechazante. En su constante lucha por mostrarse autosuficientes, se retraen y terminan boicoteando la posibilidad de gozar de una relación satisfactoria. Tratan de no inclinarse ni al polo de la cercanía ni al de la distancia, permaneciendo en una tierra de nadie. Esta lucha interna les puede originar una cierta ira, tristeza, miedo, vergüenza y escasa tolerancia a la frustración.

Cuando niños sintieron que sus cuidadores tenían hacia ellos fluctuantes y desconcertantes cambios de actitud. Es así como quedaron con la sensación de que ellos eran de alguna forma defectuosos y que por eso habían sido abandonados emocional y/o físicamente. Para protegerse optaron por la hipervigilancia y por disociarse del dolor. Cuando adultos su visión del amor y de los vínculos se va tornando ambivalente. Aunque al inicio de una relación desean unirse profundamente, a medida que aumenta la intimidad los invade el miedo a salir heridos si se entregan demasiado. Sin embargo, con el paso del tiempo, oscilan entre querer fundirse con su pareja y su resentimiento justamente por depender de ella.

Parte de su habitual vaivén se refleja en que a veces tienden a dudar del amor del otro y no están seguros si están funcionando bien como pareja. Como suelen necesitar pruebas de afecto, para lograrlo se muestran indefensos o expresan su incertidumbre e inquietud respecto al futuro de la relación. En ocasiones su angustia es tan alta que se traduce en abierta molestia, con lo que ellos mismos pueden terminar provocando el alejamiento del otro, a modo de profecía autocumplida.

En el área sexual su miedo a entregarse les impide soltarse de forma adecuada por lo que no se contactan bien con sus sensaciones eróticas. Otros tienden a observar casi obsesivamente su desempeño sexual temiendo que cualquier falencia podría hacer fracasar toda la relación. De este modo su misma ansiedad puede interferir en el deseo, el funcionamiento y en el grado de satisfacción. En casos extremos algunas mujeres sufren de erotofobia, siendo dominadas por la culpa y el rechazo al sexo. A ellas les cuesta aceptarse a sí mismas como sexualmente activas, evitando tanto las fantasías eróticas como la masturbación.

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