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Por Ps. Dr. Alejandra Godoy H.

¿Son ustedes una pareja que se quiere mucho, la pasan bien juntos y casi nunca pelean? Es posible que estén evitando los conflictos y que eso les puede traer más adelante costos que no han previsto.

Las personas que conforman este tipo de pareja son agradables, amables, cooperadoras, controladas y tradicionales, aunque un tanto perfeccionistas y rígidas. Se esfuerzan en que su relación funcione, rara vez se enojan y tienden a auto-sacrificarse para complacer al otro. ¡No es de extrañar que sean vistos como la pareja ideal!.

Muchos vienen de familias más bien convencionales, exigentes e idealistas, donde no eran bienvenidos los desacuerdos ni la expresión de emociones negativas. Por lo que cuando niños generalmente aprendieron a ocultarlas y a evitar mostrar su enojo. Otras veces pudieron sentir que tampoco había espacio para evidenciar sus frustraciones, dado que existían graves problemas en su entorno familiar.

Así que cuando adultos suelen presentar una cierta inseguridad afectiva, la que se manifiesta en que no se sienten muy dignos de ser amados y tampoco confían en que el amor de su pareja sea realmente ni tan profundo ni tan estable. Es por ello que muchos temen que la relación se rompa si expresan de forma clara y abierta sus insatisfacciones y su molestia, ya que entonces podrían afloran todos esos conflictos soterrados que han estado tapando. De modo que, en cambio, intentan ser personas maduras, buenas, exitosas, que se manejan muy bien en todos los ámbitos de la vida. Especialmente tratan de hacer lo correcto en la relación de pareja, por lo que son pacientes y casi nunca discuten.

No obstante, a pesar de la cordialidad que reina en su vida cotidiana, adolecen de serios déficit en el área de la intimidad emocional y prefieren privilegiar los espacios familiares por sobre los momentos a solas con la pareja, así como también priorizan los aspectos laborales y económicos por sobre los relacionales. Y es que a estas parejas parece incomodarles tanto el exceso de distancia como el exceso de proximidad, fluctuando ambivalentemente entre el necesitar al otro y el proteger su autonomía. Es como si tuviesen miedo a la posibilidad de una separación porque se saben dependientes, pero al mismo tiempo se sintiesen ahogados si están demasiado cerca. En efecto, no solo temen perder al ser que aman, sino que asimismo temen perder la sensación de apoyo y de pertenencia.

En aquellas escasas ocasiones en que procuran entablar una conversación más de fondo, la comunicación entre ellos no es muy fructífera debido a que se encuentra limitada por los denodados esfuerzos que hacen por soslayar las discusiones. Inconscientemente ambos eluden aquellas circunstancias que pudiesen conducir a una confrontación abierta durante la cual salieran a la luz los problemas que están encubiertos. Ello lleva a que al final no puedan resolver sus diferencias, sino que se limitan a ir acomodándose a las distintas situaciones.

Por otro lado, como muchas veces sus expectativas son más bien idealizadas que realistas, generalmente se ha ido instalando un trasfondo de gran insatisfacción. Peor aún, en ocasiones ni siquiera están plenamente consciente de cuán descontentos están. A estas alturas la pareja ha arribado a una situación de impasse en que se han ido acumulando y agravando una serie de conflictos que tienden a percibir como inmanejables e irresolubles, estando seguros además que si los abordasen implicaría ineludiblemente una ruptura definitiva.

Sin embargo, esta contención de la expresión emocional y el no comunicar abiertamente sus desacuerdos, obviamente que a la larga les acarreará importantes costos. Por una parte, puede bloquearse el contacto tanto con sus emociones positivas como con sus sentimientos de amor hacia su pareja, algo que los asusta y los angustia. Por otra parte, al reprimir durante tanto tiempo las emociones negativas, el resentimiento se ha ido instalando de forma imperceptible. De este modo la relación se va deteriorando, en un principio de manera silenciosa, pero posteriormente uno de ellos o los dos pueden presentar algún tipo de síntoma tal como depresión, ansiedad, arranques explosivos, infidelidad o alguna disfunción sexual, principalmente la pérdida del deseo sexual por la pareja, fenómeno al que le hemos acuñado el nombre de ‘Selectivo Relacional’).

A veces el síntoma o la infidelidad cumplen la función de generar una crisis tal que los obligue a dejar de lado ese manto de amabilidad controlada tras el cual se ocultaban. En estos casos el propósito final – si bien inconsciente – sería forzar un cambio en la relación con el objetivo último de salvarla. No obstante, aunque dicha crisis pueda haber evidenciado esos conflictos que no se habían atrevido a enfrentar, no es infrecuente que ambos después se coludan para que las cosas vuelvan al status quo anterior. Pero, si no estuviesen dispuestos a reconocerlos y resolverlos, es posible que se desaten nuevas crisis y que finalmente terminen separándose.

La buena noticia es que en estas parejas evitadoras de conflicto el pronóstico suele ser muy bueno si recurren a la ayuda de un profesional para solucionar sus problemas, especialmente en aquellos casos que han consultado poco tiempo después de ocurrida la crisis y han estado dispuestos a trabajar juntos para descubrir como participó cada uno de ellos en construir esa dinámica relacional que originó el impasse.

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