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Ella tenía el juicio que las parejas deben vivir juntas o no merecen llamarse «parejas». Eran maduros, ambos con hijos y el no lo creía conveniente. Ella pensaba que tenía la razón y debía ser consecuente y dejarlo, pero se sentía deprimida de sólo pensar en perder esa relación. Le pregunte: ¿prefieres tener la razón o ser feliz?

 

«Lo que más nos preocupa no es lo que nos hicieron,  

si no lo que nosotros dejamos de hacer»

Alvaro Godoy, Coach Integral UC

 

Ella tenía juicios fuertes y duros respecto de su pareja. Estaba muy segura de tener la razón, pero tenía mucha pena, porque se sentía peligrosamente cerca de tener que romper con su relación.

El llegaba a las reuniones con sus colaboradores con las decisiones ya tomadas, porque tenía el juicio que ellos no tenían creatividad ni iniciativa, pero al mismo tiempo se quejaba que no se hacían cargo de su trabajo.

Nuestros juicios son como esos lentes de colores, que nos permiten ver muy bien ciertos tonos, y definitivamente no son capaces de mostrarnos otros. De vez en cuando hay que cambiar de lentes. Pero para eso debemos darnos cuenta primero que los tenemos puestos.

Rara vez relacionamos nuestros juicios con nuestras decisiones. Más bien pensamos que no tenemos alternativa, que estamos obligados a hacer lo que hacemos. Peor aún, que es el otro el que nos obligó a actuar así. Lo único que no se nos ocurre es revisar nuestros juicios.

No se nos ocurre, porque no vemos nuestros juicios como juicios. Estamos convencidos que son descripciones de la realidad.

Los hechos son acontecimientos que han ocurrido en el pasado, para poder describirlos tienen que haber ocurrido antes. Los juicios, en cambio, hacen que las cosas ocurran, anteceden a lo descrito. Esto es así porque los juicios no son descripciones, son evaluaciones. Antes de evaluara que lo dicho por alguien es tonto, esa realidad no existía. Esto es así porque la tontera no es un hecho, es una opinión sobre un hecho. De allí, que habitualmente no coincidamos en nuestros juicios.

John Austin se refería a los juicios como “falacias descriptivas” porque parecen estar describiendo algo que existe en la realidad, cuando en verdad la están calificando. Dicho de otro modo, los juicios tiene la apariencia de un sustantivo cuando en verdad son adjetivos. Hablamos de La Mesa de la misma manera que hablamos de La Inteligencia. Construimos la misma frase cuando afirmamos que Julio ES chileno o cuando afirmamos que Pedro ES inteligente.

Todo lo anterior nos confunde. Somos atrapados por nuestros propios juicios, la propia estructura del lenguaje confabula para que redactemos nuestros adjetivos como si fueran sustantivos.Por esta razón dejamos de verlos como nuestros juicios y nos desresponsabilizamos de ellos. En el mismo instante que perdemos la paternidad de nuestros juicios, perdemos el poder sobre ellos. Cuando perdemos el poder sobre nuestros juicios, quedamos a merced de ellos.

¿Por qué perdemos poder?

Los hechos, dijimos, han ocurrido en el pasado. No podemos cambiarlos. Los juicios, sin embargo, si podemos cambiarlos.

Cuando tratamos a los juicios como hechos los contaminamos con sus cualidades: creemos que no podemos cambiarlos. En ese momento nuestros juicios comienzan a dominarnos.

Los juicios son nuestra principal herramienta para tomar decisiones. No hablan tanto del pasado, como del futuro. No sólo califican un conjunto de comportamiento pasados, sino que sobre todo proyectan su tendencia en el porvenir. Si describo a alguien como irresponsable, probablemente pensaré que lo seguirá siéndolo en el futuro, no confiaré en él, ni le encargue nada.

Cuando perdemos conciencia de cómo construimos nuestros juicios, el poder de decisión se transfiere de nosotros a la palabra. La palabra comienza a tener vida propia y comienza obligarnos a actuar de una determinada manera. Cuando sentimos que estamos viviendo un quiebre en nuestra vida, es probable que se deba a que nuestros juicios pasados han entrado en contradicción con nuestra vida actual. Estamos incómodos, perdimos la transparencia cotidiana. Entonces hacernos cargo de nuestro quiebre significa cambiar nuestras circunstancias o cambiamos nuestros juicios.

Esa mujer que juzgaba a su pareja desde hace tiempo en forma negativa, había dejado de revisar sus juicios hacia él. Por lo tanto, había cerrado la posibilidad de cambiarlos. Se había escuchado tantas veces decir esas palabras, que ya le parecían verdaderas, irrefutables. Se encontraba entrampada en la paradoja de pensar que estaba obligada a terminar con su relación, aun cuando su emoción le dictaba algo muy diferente. Ella quería ser consecuente con su razonamiento, con la verdad que emergía de sus juicios pasados. Pero se sentía deprimida de sólo pensar en perder esa relación. Le pregunte: ¿prefieres tener la razón o ser feliz?

Al cabo de tiempo la volví a ver. Seguían cada uno viviendo en sus casas, pero ella estaba contenta y sin contradicción. La relación seguía igual, lo que había cambiado eran sus juicios.


El jefe descontento de sus colaboradores dejo de llegar a las reuniones con decisiones tomadas. Se puso a observar sus juicios, lo que entendía por creatividad y por iniciativa y como el mismo generaba esa actitud de descompromiso al imponer sus decisiones.

Necesitamos hacer juicios para poder decidir. Cuando emitimos un juicio estamos cerrando la posibilidad de ciertas acciones y abriendo otras. Juicio y cursos de acción están íntimamente ligados. Por eso es tan importante hacer juicios en forma consciente y responsable y revisarlos de vez en cuando, de lo contrario nuestros juicios tomarán decisiones por nosotros.

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