Atiéndeme, quiero decirte algo
que quizá no esperes, doloroso tal vez
Escúchame, que aunque me duela el alma
yo necesito hablarte, y así lo haré.
Pedro Junco
“Mi pareja no me escucha” es una de las quejas más frecuentes en el coaching de pareja y a veces es el presagio de que algo anda muy mal en la relación. Con el tiempo, él o ella se cansa de intentar hacerse escuchar, prefieren callar y entonces, un día pasa un ángel…quizás ese ángel del que habla Silvio Rodríguez: Ángel para un final.
Emilio es colombiano, llegó a mi consulta por un tema laboral. Se vino a Chile contratado por una empresa chilena, (no había mucho trabajo en su país) pero no le estaba yendo muy bien en su nuevo trabajo. Su jefe directo le dio un feedback muy duro respecto de sus habilidades comunicacionales y temía que lo echaran. Cuando detectamos que su problema no estaba en su oratoria si no en su capacidad de escucha, me confesó con un fuerte sentido de injusticia: “mi pareja me dice lo mismo.”
La llamada Escucha Activa es una de las habilidades más valoradas actualmente en las organizaciones y el mejor predictor de éxito en el matrimonio. Todos sabemos lo importante que es. Sin embargo, es probable que más de alguna vez hayan sido acusados injustamente de no “no estar escuchando”. A su vez, también han sentido esa desagradable sensación de no sentirnos escuchados por el otro.
¿De qué estamos hablando cuando decimos que no somos escuchados?
Emilio me contaba que no lograba darse a entender con los demás gerentes en las presentaciones. El pensaba que se trataba de un tema cultural, pero yo sospechaba que detrás de su estilo de influencia había otro problema. Le propuse practicar su capacidad de escucha con su pareja. Patricia se había venido a Chile siguiéndolo, pero desde hace tiempo ya que estaban distanciados y casi no hacían el amor. Ella declaraba sentirse sola y no escuchada por Emilio.
Le pedí a Patricia que le contara a Emilio alguna preocupación que la aquejaba y allí pudimos entender de qué estaba hecho el equívoco. Emilio, al cabo de un rato dejaba de mirarla, se concentraba en el problema que le contaba Patricia y en medio de la narración la interrumpía para hacerle ver sus errores y decirle lo que tenía que hacer. Además, para ilustrar su idea se ponía hablar de ejemplos donde EL había resuelto un problema similar. En la cara de Emilia se podía ver evidente su frustración y desaliento. A pesar de los esfuerzos su pareja por ayudarla (Emilio en verdad la había escuchado), claramente Patricia no se estaba sintiendo escuchada.
Nos pusimos de acuerdo entonces en una distinción: una cosa es la capacidad de ESCUCHAR y otra la habilidad para lograr que el otro SE SIENTA ESCUCHADO.
¿Dónde reside la escucha?
Claudia es gerente de Recursos Humanos, muy orientada a los resultados y con una capacidad de aprendizaje como fortaleza. Estaba muy disgustada por los resultados en su área, algunas personas claves habían renunciado y eso era muy mal visto por sus pares. Tratándose justamente del área que lidera el tema del “clima laboral”, no era admisible. Ella misma pidió una evaluación 360 (donde opinan sus colaboradores, pares y su jefe). Una de las oportunidades de mejora que más se repetía en el informe era: “necesita aprender a escuchar más”. “Eso no es verdad”- se defendió en su primera sesión de coaching- “yo los escucho muy bien, incluso se los he probado repitiendo textualmente todo lo que acaban de decirme”.
Escuchar es una actividad que todos realizamos pero que nadie, que no sea uno mismo, puede dar fe de ella, porque es una actividad interna y subjetiva. Sin embargo se la trata como si fuera una capacidad física tangible y observable, como saber manejar un auto o calcular una formula. Incluso en las empresas se la mide como si fuera una sustancia que algunos ejecutivos poseen en mayor menor cantidad (como quien mide la bencina de un auto). Y nos ha tocado ver muchas veces que estos se esfuerzan en vano en poner mucha atención para aumentar su capacidad de escucha. (1) Por el contrario, aquí quiero proponer que “saber escuchar” es un atributo que no puede calificar o evaluar el que escucha, si no el que necesita ser escuchado. Al igual que la belleza, está en los ojos del observador.
La habilidad que podemos practicar entonces no es escuchar más, sino más bien lograr que el otro se sienta escuchado.
Con Emilio simulamos y ensayamos sus próximas presentaciones y detectamos que no parecía reparar en las preguntas que yo le hacía, seguía con discurso como si no hubiera hablado, sin embargo cuando le preguntaba era capaz de repetir fielmente lo que yo había dicho. Le pasaba lo mismo que con su pareja; no demostraba haber escuchado lo que había escuchado.
Demostrar escucha no se trata de repetir literalmente lo que el otro dijo. Eso lo podría hacer una grabadora. Lo que esperamos es que el otro haga algo diferente a lo que estaba haciendo antes de escucharnos, algo que nos demuestre que lo que dijimos modificó su forma de ver las cosas y cambio en algo su conducta. Esperamos que lo que dijimos haga una diferencia en el comportamiento del otro.
Y a veces puede ser algo muy simple.
En una sesión de coaching de equipo algunos colaboradores se atrevieron a confesarle a Claudia que no se sentían escuchados por ella. Les hice ver que no podían asegurar que su jefa no nos escuchaba y les pregunte: ¿Cuándo no se sienten escuchados? ¿Qué hace que los hace pensar que no los escucha?
Según el relato de los hechos, entre otras cosas, quedaba claro que Claudia no dejaba de mirar su computador o su celular mientras ellos les hablaban. Después de la sesión le sugerí a la gerente que cerrara su laptop cada vez que su gente le hablara y dejara a un lado su celular antes comenzar cualquier conversación con ellos. Y así lo hizo durante las dos semanas siguientes. En la siguiente sesión de coaching el reporte fue claro. Las cosas habían cambiado totalmente, Claudia los estaba “escuchando mucho mejor”. Sentirse mirados por su jefa hizo toda la diferencia.
¿Cómo hacer que el otro se sienta escuchado?
El otro no está “dentro” de nosotros como para saber que objetivamente estamos escuchándolo. Por lo tanto, su sensación de estar siendo escuchados tiene que ver necesariamente con algunas cosas que hacemos o dejamos de hacer en el momento mismo de la conversación.
A continuación algunos consejos prácticos para lograr que los demás se sientan escuchados:
Escuchar al otro sin interrumpir es algo básico que todos aconsejan para la escucha activa. Esto significa dejarlo llegar al punto que quiere mostrarnos antes de reaccionar. Si escuchamos hasta el final vamos a poder percatarnos del significado central de lo que el otro quiere decirnos: ¿nos está pidiendo algo? ¿Está mostrando un éxito? ¿Está reclamando? ¿Nos está agradeciendo? ¿Necesita que lo entienda?
Estar atento al rasgo fundamental de la intención comunicativa es poner la atención en la persona, no sólo en el contenido. Para eso tenemos que sostener durante la escucha la pregunta por el motivo que inspira al escuchado: ¿para qué me está contando esto? ¿Qué necesita de mí en este momento? (contención, confirmación, apoyo, consejo, reconocimiento, admiración, tiempo de escucha…). Esto nos permitirá responder empáticamente a la inquietud del otro, lo cual lo hará sentirse verdaderamente escuchado.
Emilio comprendió que su mujer necesitaba ser entendida primero, antes de poder escuchar ninguna solución. Se dio cuenta que en su relato ella le estaba mostrando sus esfuerzos, incluso que había seguido sus consejos y lo que esperaba era valoración y reconocimiento de su parte. Y por supuesto, ser ella la protagonista de la historia y no él. Con un poco de práctica Emilio comprobó que su nueva habilidad de escucha era mucho más sexy para su pareja que mostrase como el macho solucionador, siempre seguro de sí mismo, que tiene todas las respuestas.
Todo lo que hacemos es una respuesta
A Claudia le costó entender un principio clave de la comunicación; lo que hacemos o dejamos de hacer es vista por el otro como una respuesta. Por eso no se daba cuenta que no mirar a su interlocutor mientras habla es como decirle que su computador o la persona que le mando un correo a su celular es más importante que la persona que está al frente nuestro.
Lo he podido comprobar en varias reuniones gerenciales que me ha tocado observar. Los ejecutivos acostumbran a pelearse la atención del gerente general en forma consecutiva. Cuando habla un gerente, los otros miran sus celulares y cuando termina de hablar, cambian de tema abruptamente como si nadie hubiera hablado. La sensación de frustración y desamparo del que hablo antes es evidente, pero nadie se da cuenta porque no lo miran. Aunque nadie le contesto nada, el silencio mismo fue la respuesta. Y la respuesta es: no me interesas, no me importa lo que dices.
Por esta razón no basta con quedarse callado para demostrar escucha, porque el otro puede interpretar nuestro silencio como que estamos pensando en cualquier otra cosa (algo que puede estar sucediendo efectivamente) o como una agresión contenida. Tan importante como guardar silencio es apoyar y favorecer que el otro se sienta escuchado en todo momento y para eso es fundamental es mirar a los ojos, asentir, decir algunas expresiones como por ejemplo: ok, te entiendo, te sigo, o cualquier otra expresión de atención, cada vez que sintamos que el otro requiere confirmación de ser entendido en lo que dice. Estas expresiones le dan confianza y seguridad de que está siendo seguido en su discurso. Por el contrario, una cara inexpresiva, o una mirada evasiva hacia la ventana, el celular o el reloj, pueden hacerle perder toda la confianza en la escucha del otro.
De vez en cuando es muy importante chequear si estamos entendiendo bien y para eso sirve parafrasear (repetir con mis propias palabras) lo que estoy comprendiendo, con frases cortas, para corroborar que lo que interpreto es lo correcto. De paso, esas frases le servirán al otro para escucharse a sí mismo y adaptar su habla a nuestra compresión, dar ejemplos, explicar, etc.
Hacer breves preguntas es otra forma de chequear compresión y sobre todo para profundizar en el sentimiento del otro, con frases tales como » ¿Y cómo te lo viviste?»…¿»Qué pensaste en ese momento»? …¿Qué sentiste?
Hasta aquí algunas maneras de demostrar atención mientras el otro desarrolla su pensamiento, pero el momento crucial donde demostramos una escucha profunda es cuando respondemos. Es aquí donde se juega la verdadera habilidad de hacer que el otro se sienta escuchado, y es en este momento donde muchos se saltan o pierden oportunidades valiosas de lograr ese vínculo.
Los Conectores: ¿Qué tiene que ver lo digo con lo que dijiste?
Tenemos la costumbre de escuchar al otro desde nuestro pensamiento, nuestras creencias y nuestros juicios. Y lo demostramos ostensiblemente cuando el otro termina de hablar y nosotros acostumbramos a saltar a nuestra idea, a nuestra opinión, sin la menor consideración por lo que el otro acaba de decir.
Las personas ansiosas, muy orientada a los logros y a las soluciones pierden de vista la importancia de ligar lo que piensan con lo que el otro dijo. Emilio se dio cuenta al ver los videos de las conversaciones con su pareja: “Es como si olvidara que ella está allí”- me dijo.
Una forma de evitar este olvido es adquirir la costumbre de hacer siempre un comentario sobre lo último que acaba de decir el otro, antes de expresar ningún pensamiento nuestro: “me hace sentido eso que dijiste que…” “estoy de acuerdo en ese punto donde mencionaste…” “me genera una duda eso último…”, etc. Una buena forma de hacerlo es manifestando alguna emoción o sentimiento –idealmente positivo-respecto de lo que acaban de contarte: ¡me gusto lo que dijiste, que pena que te pasara eso, encuentro genial lo que hiciste, me alegra que pienses así, te felicito por lo que lograste!
De esta manera demostramos que lo hemos escuchado hasta el final y de paso, nos obligamos a hacerlo realmente.
Tan importante como lo anterior es conectar, explicar cuál es la relación entre lo que voy a decir con lo que acabo de escuchar del otro. De esa manera, éste puede darse cuenta no sólo que fue escuchado verdaderamente, sino que lo que dijo generó un aporte, una diferencia en mí. Normalmente no hacemos eso, si no que saltamos directamente al pensamiento que nos surgió en algún momento de la conversación y demostramos que sólo estamos esperando que el otro termine para decir lo nuestro. No es que no escuchamos al otro, por el contrario, lo que el otro dijo no hizo asociar ideas, prendió nuestra mente y nos permitió iluminar cosas nuevas. Pero olvidamos decírselo. Olvidamos explicitar la conexión de lo que vamos a decir con lo que él acaba de contarnos. Es tan simple como empezar diciendo por ejemplo: lo que acabas de decir (parafrasear lo que entendimos) me hizo pensar que…o…en relación a tu idea (parafrasear lo que entendimos) yo quisiera agregar que…etc. Y es algo que podemos ir hilvanando en todo momento, – lo que tu dijiste con lo que yo digo- como si la conversación fuera trenzado un lazo que nos une.
Todo lo anterior puede sonar mecánico o manipulador, como una fría fórmula para lograr que el otro se sienta escuchado. Lo maravilloso es que si lo hacemos permanentemente, los transformados seres nosotros:
– para poder comentar lo último que nos dijo el otro, necesariamente lo vamos a tener que escuchar hasta el final;
– al tratar de conectar lo que vamos a decir con algo de lo que dijo el otro, muy probablemente descubriremos el sentido profundo de lo que el otro me quiso transmitir;
– al parafrasear en nuestras palabras lo que el otro expreso, las haremos nuestras;
– expresar nuestra emoción será entonces algo que nos fluya naturalmente;
– y las ganas de saber si el otro se sintió escuchado serán genuinas y evidentes
Lo quieras o no, si haces todo este esfuerzo para que el otro se sienta escuchado, lo que lograras finalmente es escucharlo. Lo sentirás claro y fuerte adentro, como algo cálido que fluye, como algo nuevo que habita en ti y te cambió.
Comentarios recientes