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Estoy agotada, no puedo más. Por más que intento cambiarlo, no logro nada.

Prefiero que se vaya, me genera mucha tensión su forma de ser. Ojala renuncie.

En plano personal, de pareja o de trabajo sucede a veces lo mismo; relaciones desgastadas que duelen mantenerlas… pero también duele perderlas. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué es lo que provoca ese dolor y ese desgaste? ¿Podemos hacer algo distinto a perder esas relaciones?

Muchas veces lo que nos tiene agotados y nos duele no es lo que la otra persona hace o deja de hacer. El cansancio lo provocamos nosotros mismos con el tremendo esfuerzo que hacemos en querer cambiar a esa persona y el dolor de interpretar que la otra persona no quiere cambiar porque no nos quiere o no valora lo que le damos. Ambos sentimientos son producto de lo que nosotros hacemos, no de lo que hace la otra persona.

Les demuestro este efecto a mis coachees con un simple ejercicio: mientras conversamos de su problema, les pido que sostenga un vaso. Les pregunto si el vaso es muy pesado para sostenerlo y obviamente me dicen que no. Al cabo de un rato de conversación se empiezan a cansar de sostener el vaso. Les recuerdo que me dijeron que no era pesado. Pero se ya se han percatado que el vaso después de sostenerlo tanto rato les resulta efectivamente pesado. En realidad el vaso no es pesado ni liviano, el peso es una sensación subjetiva, y depende de la cantidad de tiempo de esfuerzo que ponemos en sacar de su inercia a un objeto (1). Lo mismo sucede en las relaciones. Las personas son naturalmente de una manera, tienen una inercia propia de acuerdo a su personalidad, sus talentos y habilidades, intereses y creencias. Tratar de cambiar su trayectoria requiere siempre de un esfuerzo. Podemos lograrlo puntualmente. Querer cambiarlas de forma permanente requiere de un esfuerzo permanente, y es ese esfuerzo sostenido es lo que finalmente se va trasformando en cansancio y finalmente en dolor. Como el dolor en el musculo del brazo de mis coachees cuando se empeñan en sostener el vaso más allá de sus fuerzas.

La buena noticia es que el alivio está en nuestras manos. Dejar de hacer aquello que genera y aumenta nuestra emocionalidad negativa depende tan sólo de nosotros. Ya sabemos que el dolor lo provocamos con nuestra resistencia a lo que es, entonces podemos empezar a experimentar el soltar aquello que nos agota y nos duele.

Hay un viejo chiste que nos puede servir de metáfora. Una persona va al doctor y le dice: “doctor me duele todo”. Mientras con su dedo va tocando distintas partes de su cuerpo le explica sus dolencias: “me toco el estomago y me duele, me toco el pecho y me duele, me toco la cabeza y me duele…que puede ser doctor?”. El doctor mira el dedo del paciente y le dice: “tiene una herida en el dedo”.

Y a veces es así, estamos heridos en alguna parte de nuestro ser (2). Una forma de sanar es dejar de ir hacia esos lugares donde la herida se vuelve abrir. Lo que nos duele no es el otro, es siempre nuestra herida.

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(1) Los objetos pueden ser medidos por alguna balanza, pero eso nos lo hace en sí mismos pesados ni livianos. La pesadez es una relación relativa a la cantidad de energía o fuerza de la contraparte y al tiempo de su aplicación. Para una grúa una gran roca puede ser liviana, no para un ser humano. Pero hasta una grúa puede romperse (desgaste de materiales) si debe sostener esa roca por demasiado tiempo.

(2) Al igual que en el mundo físico, las heridas sicológicas se producen por esfuerzos extremos sostenidos cuando empiezan a mermar las fuerzas, las energías o los recursos para sostenerlos. Un niño, por ejemplo, puede generar una herida sicológica si se le pide que tome decisiones más grandes que sus capacidades de control propios de su edad y sus recursos internos.

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