Los pacientes suelen preguntarnos a los terapeutas de pareja si es posible estar enamorado de dos personas a la vez. Y ojo que no se trata de esos casos de infidelidad que son simple alimento para el ego o pasajeras aventuras sexuales, aunque es cierto que muchas relaciones que comienzan así pueden evolucionar a algo más serio si se alargan en el tiempo. Estamos refiriéndonos a cuando se está afectivamente tan involucrado con dos personas simultáneamente que se siente que se está realmente enamorado de ambas a la vez. ¿Es esto posible?
Para acercarnos a un conato de respuesta habría que recurrir a la bioquímica y a la semántica, a pesar de que no suene precisamente muy romántico. Es decir, habría que partir por mencionar las diferencias neurofisiológicas propias de las distintas etapas de una relación de pareja y con esa lectura en la mira osar definir lo que entenderemos por amor. La primera fase se conoce como enamoramiento y dura solamente entre ocho a quince meses. En ella priman las emociones, las cuales se caracterizan por invadirnos rápidamente y por ser muy intensas; pero, nuestro cuerpo está biológicamente imposibilitado de continuar sintiéndolas por mucho tiempo. Las principales sustancias químicas presentes son la adrenalina y la dopamina – hormona del placer que pone en funcionamiento el sistema de recompensa cerebral – la que aumenta su producción gracias a la avalancha de estímulos nuevos. Algunos se hacen adictos a estas sensaciones. Son los que podríamos calificar como enamorados del amor y que para poder seguir experimentándolas van cambiando de pareja cada vez que la intensidad decrece.
En aquellos casos en que la relación continúa se pasa a una segunda etapa conocida como amor romántico que puede prolongarse por un máximo aproximado de tres o cuatro años. En este período ya han perdido fuerza esas intensas emociones iniciales mas han ido emergido nuevas sensaciones asociadas a la acción de otros neuroquímicos entre los que destaca la oxitocina, la hormona del apego. Así se van construyendo muy paulatinamente los sentimientos, los que a diferencia de las emociones son mucho más profundos y duraderos. Sin embargo, según los expertos, lo que se siente durante estos primeros años se caracterizaría por ser aún un amor un tanto egocéntrico e inmaduro, donde más que el otro lo que nos importa es lo que nos da y lo que nos hace sentir.
De esta forma, recién después de cuatro años las parejas estarían en condiciones de llegar a una tercera etapa que, siguiendo el concepto desarrollado por Otto Kernberg, se denominaría amor sexual maduro y que por lo tanto podríamos catalogar de amor más “verdadero”. Dada su profundidad y estabilidad se trataría de un sentimiento mucho más real – aunque paradojalmente sea menos intenso – caracterizado por intimidad emocional (conexión profunda con sinceridad y confianza), generosidad y empatía, donde deseamos lo mejor para el otro y donde su sufrimiento nos es tan importante como el nuestro, por lo que no cabría dañarla con una infidelidad. Supuestamente si se llega bien a esta fase se habría producido una entrega total, definida como aquella basada en los tres pilares distintivos de una relación de pareja: sentimiento de amor, pasión sexual y compromiso con proyección a futuro. No obstante, no todas las relaciones de pareja que llevan años juntas han sido capaces de alcanzar este tipo de amor más evolucionado.
En consecuencia, si entendemos por Amor este llamado amor sexual maduro, creemos que aquellos que se sienten confundidos afectivamente entre dos personas, la mayoría de las veces lo que están confundiendo son las emociones – más propias de los primeros tiempos de una relación de pareja – con los sentimientos que se corresponden más con la consolidación posterior. No son lo mismo esas intensas sensaciones que nos invaden cuando estamos recién conociendo a alguien nuevo que nos atrae, que esos otros sentimientos más profundos que son los que sustentan un amor más perdurable. Lo que generalmente puede estar ocurriendo es que con la primera pareja – la de más larga data – se encuentre en la segunda o tercera fase de la relación, en tanto que con la nueva pareja estaría en la primera o inicios de la segunda etapa.
Lo más frecuente es que esta sensación de amar a dos personas al unísono no dure por mucho tiempo, ya sea porque se desinfló al haberse basado predominantemente sobre la química; o porque es muy difícil mantener planes a futuro con dos personas distintas simultáneamente o ya sea debido a que alguna de las otras personas involucradas dan por terminada la relación. En cualquier caso estas relaciones paralelas suelen culminar con sufrimiento y daño a la salud psíquica y física de todos los implicados, al menos en nuestra sociedad occidental donde se valora la monogamia como un valor intrínseco y por lo tanto se tiene que vivir largo tiempo ocultando a los demás un aspecto importante de la vida.
No obstante, también existen relaciones paralelas que llevan muchos años así y a veces teniendo hijos con las dos. Es posible que con la segunda pareja haya perdurado la intensidad de las sensaciones iniciales más de lo común debido a que, al ser una relación clandestina y llena de obstáculos, haya continuado el aumento de producción de adrenalina y dopamina. En este tipo de situaciones muchas veces existe una disociación amor-sexo en que el cariño tierno está presente en una de las relaciones – casi siempre en la primera – y la pasión sexual con la segunda pareja.
Lo que sí podríamos conjeturar es que cuando se cree sentir “amor” por dos personas al mismo tiempo, de acuerdo con la definición de amor sexual maduro, no se estaría amando realmente a ninguna de las dos. Posiblemente aquellas personas propensas a confundir sus sentimientos sean aquellas que no han podido evolucionar con su pareja inicial a la fase de amor maduro, muchas veces debido a que prevalece el miedo a la intimidad emocional o a la entrega total a una sola persona. En estos casos la nueva pareja vendría a jugar el rol de lo que se conoce en psicología como el “tercero incluido”, cuya función es precaverse de una cercanía que estiman riesgosa, papel que también puede cumplir el exceso de trabajo, la excesiva dedicación a los hijos, el abuso del alcohol, etc.
Tú eres el grave problema
que yo no sé resolver
y acabo siempre en tus brazos
cuando me quieres tener
(Desahogo Roberto Carlos)
¿Por qué sufrimos?
Si podemos acercarnos a lo que deseamos, a lo que amamos, no hay drama, todo bien. Si pudiéramos alejáramos de lo que no queremos, de lo que nos hace daño, no habría problema. Las canciones y las películas lo saben muy bien. Para que exista drama, debemos sufrir una situación en la que algo nos impide acercarnos a lo que amamos o algo nos ata a lo que nos hace daño.
Si se trata de un drama amoroso, es posible que sucedan ambas cosas a la vez: no puedo estar contigo…ni estar sin ti (with or without)
Algo parecido les pasa a muchas personas en su trabajo. Quisieran renunciar tantas veces, pero no se deciden hacerlo, quisieran decirle varias verdades a su jefe, pero no se atreven.
¿Por qué no tomamos una decisión? ¿Por qué no renunciamos de una vez?
Tal vez porque tememos que podemos tener un problema mayor, tal vez porque presentimos que el problema no esta allí.
Problema es aquello que quiero resolver
Tenemos la idea que son los problemas los que separan a las parejas y los que generan conflictos en las organizaciones. En este artículo propongo lo contrario: tal vez los problemas sean nuestra solución, porque los problemas no separan a las personas…las unen.
Los problemas están hechos para ser solucionados. Al momento mismo de calificar una situación como problemática, es indicativo de que queremos modificarla. Por el contrario, las situaciones inmodificables generalmente no las llamamos problemas, los llamados hechos. La muerte – por ejemplo-es un hecho.
Los problemas no son igual que las sillas y las mesas. No son objetos. Tampoco son hechos, porque un mismo hecho puede ser problemático para una persona y no serlo para otra. Sin embargo, las empresas contratan a gerentes para solucionar problemas y las parejas a terapeutas para solucionar los suyos.
¿Qué son entonces los problemas?
Cuando dos o más personas miran y definen una situación como un problema, podemos suponer que comparten el deseo de modificarla. Afirmamos entonces que problemas son situaciones que definimos como indeseables y que unen a las personas en torno a un propósito común de cambio. Es lo que sucede cuando una pareja conversa preocupada sobre la educación de sus hijos, cuando un grupo de gerentes enfrenta la baja en las ventas o la productividad. Aunque pueden tener diferencia de cómo enfrentar el problema, es decir en cómo solucionarlo, están de acuerdo en lo principal: están viendo el mismo problema y ese factor mantiene cohesionado el sistema, sea este una familia, una pareja o un equipo de trabajo.
Conflicto: cuando el problema es el otro
Sin embargo, en nuestra experiencia diaria observamos que los problemas generan discusiones, peleas, y quiebre en las relaciones. ¿Cómo entonces proponer que los problemas no unen?
El problema no son los problemas, si no como los enfrentamos. Cuando en la búsqueda de la solución nos aferramos a una sola estrategia para lograrla, perdemos de vista lo que nos une, y el medio pasa a ser el fin. Entonces, comenzamos a ver a los que no están de acuerdo con nuestra estrategia como un obstáculo y terminamos definiendo que el problema es el otro.
Cuando eso sucede, cuando el problema es el otro, estamos frente un conflicto.
Para una pareja, un grupo o una organización un problema es algo que no forma parte del sistema, pues es justamente lo que debemos cambiar para poder preservarlo. El problema es algo que está afuera. En caso del conflicto es lo contrario; el problema forma parte del sistema, porque es el otro. Nuestra mente empieza a pensar así: puesto que el problema es aquello que quiero solucionar, si el otro es el problema, la solución es que ese otro deje de ser parte del sistema.
Cuando el problema deja de estar afuera del sistema y comienza a estar adentro, el sistema corre el fuerte riesgo de romperse. Son los conflictos- no los problemas- los que destruyen parejas, equipos, familias, organizaciones y empresas.
¿Cómo solucionar el problema de los conflictos?
Ya dijimos que si dos personas o un grupo identifican el mismo problema, tienen un factor común clave: la necesidad y las ganas de solucionarlo. Es probable que no estén de acuerdo en cómo solucionarlo, pero eso tampoco necesariamente tiene que derivar en conflicto, a diferencia de los que muchos piensan y temen. Por el contrario, el conflicto surge cuando la diferencia no es admitida, cuando una parte del sistema piensa que a cada problema le corresponde una sola solución y además cree tener acceso a ella.
Para quien llega a pensar así, la situación se torna dolorosa. Si la solución es tan obvia ¿Por qué entonces el otro no es capaz de ver lo mismo que veo yo? ¿Cómo es posible que no vea lo obvio? Lamentablemente desde la verdad no son muchas las explicaciones a no ver la realidad tal cual es: o la otra persona carece de la capacidad de ver la realidad (es tonto, enfermo o ignorante) o, por lo contrario, ve la misma realidad que yo pero la niega por alguna razón que no quiere evidenciar (tiene intenciones ocultas, me está manipulando, es deshonesto, etc.)
Como podrán imaginar, una persona que piensa lo primero; que el otro no posee esencialmente la misma capacidad que yo para acceder a la verdad, genera un tipo de conversación y de razonamiento que muy pronto le deja claro al otro que no es considerado como interlocutor válido en este aparente diálogo. Nada bueno puede surgir sobre esta base. La conversación se apartara muy pronto de la búsqueda de las soluciones (el hacer) y derivara inevitablemente en una discusión sobre las capacidades de los propios interlocutores (el ser)
Las frases como: ¿quién te crees que eres… desde cuando tú…qué quieres decirme con eso? Son indicadores claros que dejamos de discutir del problema y estamos discutiendo de la relación, del valor de nuestra palabra en la solución del problema. Son las frases del conflicto.
¿Cómo volver entonces a lo que nos unía? El principio es siempre el mismo: necesitamos volver a tener un problema común.
La misma diferencia en cómo solucionar el problema puede ser vista como un problema a solucionar: ¿Cómo resolverán esta diferencia de estrategia? le planteo a una pareja, para sacarlos de la pelea por la verdad. A los equipos les propongo mirar el mismo conflicto como algo que “les ocurre”, es decir, como un desafío común que el equipo puede enfrentar.
El drama, del que hablábamos al inicio de este artículo, resulta de ver al otro como el obstáculo para lograr lo que deseamos, cuando en verdad lo necesitamos como nuestro aliado. En el amor y en cualquier relación que pretenda sostenerse en el tiempo, no nos sirve tener la razón, porque eso deja sin razón al otro.
La solución a los conflictos no pasa por zanjar las diferencias, ni menos por negarlas. Tampoco pasa por prohibir los conflictos. Lo que realmente nos ayuda es volver a generar un foco de atención respecto de algo común que esta fuera de nosotros y que ambas parten queremos cambiar: nuestros queridos problemas.
Alvaro Godoy Coach Integral Universidad Católica Correo: alvarogodoy@uc.cl
¡Bienvenido Verano! Hace rato te esperábamos. Estamos contentos por que sube la temperatura y añoramos descansar o pasar un buen momento en el campo, frente al mar, en cualquier lugar, menos aquel que asociamos al trabajo.
Sin embargo, suele pasar que, en época de fiestas o a final de año, las problemáticas de pareja se exacerban. Ya sea por el cansancio de llevar a cuestas problemas que se arrastran hace mucho tiempo, la emocionalidad intensificada por las celebraciones familiares, o por diversos sucesos que las agravan, qué terminamos el año en medio de una crisis de pareja. Sin embargo, muchos podríamos tener los planes familiares para las vacaciones organizados con mucha antelación. ¿Qué hacer cuando estás en medio de una crisis y quieres (debes) igualmente salir de vacaciones?
Para poder decidir qué hacer, hay que tener en cuenta muchos factores, que intentaré resumir en este breve artículo.
Primero, tenemos que preguntarnos ¿qué tan grave es la situación de pareja en estos momentos? Evidentemente nos podemos encontrar con que nuestra contraparte discrepe con nuestra apreciación. Es decir, uno lo ve como algo grave, y el otro no tanto. E incluso, creamos que las vacaciones pueden ser una buena instancia para arreglar todos los problemas. Siendo muy directo en este menester, en general, las vacaciones no ayudan mucho a resolver las crisis de pareja. A veces, según la enfrenten, puede transformarla en un problema mayor .
Si al menos uno de los dos considera que es grave, hay que quedarse con esta apreciación, ya que si el otro tiende a minimizar esta urgencia, puede causar mayor molestia. Es importante agregar que si esta crisis obedece a un problema puntual donde nunca se ha hablado de una posible separación, estamos ante un escenario menos complejo. Es un problema importante, sí; pero no amenaza la relación. Para este caso es muy sugerible negociar muy claramente donde van de vacaciones, si es que no lo han hecho antes. No lo que ella quiere, ni lo que él quiere, sino una tercera alternativa “neutra”. Esto evita que este tema sea material para continuar enojados (recuerden que en una crisis lo que abunda es la rabia en uno o ambos y cualquier tópico puede ser excusa para seguir enojados). Nunca está demás decir que es importantísimo no involucrar a los hijos en esta negociación.
Siempre es tentador intentar crear una atmosfera romántica cuando se está de vacaciones, justamente para tratar de limar asperezas. Quizás, esperando que mágicamente este ambiente les ayude a “reenamorarse”. Sin embargo, si el otro no está en la misma disposición emocional, puede ser contraproducente. Muchas parejas cuentan que en estas circunstancias tienen que funcionar “como si” estuvieran bien, especialmente para que los hijos no se sientan afectados. Este “como si” es visto como un esfuerzo en contener el malestar, generando en realidad, emociones negativas que, posiblemente, estén controladas consciente o inconscientemente. Con esto, difícilmente es posible tener una disposición amorosa. Por esto es que las vacaciones no debiesen ser usadas para resolver el problema, o conversar acerca de éste, sino más bien considerarlas como un espacio de tregua, explícita y clara. Pueden incluso comprometerse a seguir las conversaciones a la vuelta.
Sin embargo, hay crisis que revisten mayor gravedad, especialmente cuando se ha hablado de separación. Si las discusiones entre ambos han llevado a descalificaciones u otras conductas agresivas y, aún así quieren ir juntos de vacaciones, hay que considerar otras alternativas.
En general, es sugerible en estas circunstancias ponerse de acuerdo para mantener cierta independencia. La consigna detrás de esta alternativa es: “las vacaciones son para pasarlo bien”. Una de las pocas maneras para cambiar las emociones en ambos es dejar de poner tanta atención en el problema, dejar que el malestar decante. La idea es no forzarse a pasar todo el tiempo juntos, sino organizar espacios a solas, repartir responsabilidades, tiempo con los hijos, e incluso ver si les acomoda dormir en piezas separadas. No sólo es una oportunidad de acercamiento a los hijos, sino una aceptación explícita de la crisis, sus propios estados emocionales y el genuino derecho a disfrutar de sus vacaciones sin culpa.
Finalmente, es necesario comentar acerca de las situaciones de crisis donde hay mucha rabia entre ambos, o que hayan tenido experiencias previas de separación. Esto hace muy difícil la pura idea de convivir en esas circunstancias. Muchas veces hay que considerar la posibilidad de salir de vacaciones por separado. Esto se puede lograr negociando la manera más justa de hacerlo, considerando espacios equitativos de cuidado de los hijos. En general, es importante comunicar esta decisión a los hijos sin alarmarlos, pues aún no se han separado.
Lo más importante de las vacaciones es acotar su objetivo. No va a traer cambios mágicos, ni va a suavizar nuestros problemas. Vacacionar tiene el simple objetivo de ser un espacio de descanso y buenos momentos. Aún en crisis, podemos pasarla bien, así que, a hacer las maletas y ¡buen viaje!
Para nadie es novedad que nuestra sociedad ha ido cambiando, y que la vivencia del amor y la sexualidad es hoy bastante distinta de la que tenían nuestros padres. Para qué decir nuestros abuelos, y por supuesto nuestros hijos. Todos hemos ido siendo actores y a la vez testigos de los cambios del discurso del amor y el sexo, y de la práctica sobre estos temas.
Ya no es algo que miramos desde lejos, como si ocurriera en el extranjero; es también un fenómeno presente en Chile. Comenzando con la llegada de los métodos anticonceptivos al país a mediados del siglo XX, pasando por las revoluciones sociales y posterior democratización del poder, llegamos a una mayor igualdad de roles de género, la transformación de la estructura familiar y la legalización del divorcio. Asimismo ocurre una mayor apertura ante la diversidad sexual, y – cómo no – una globalización de la información tan evidentemente reflejada en la actualidad en un medio como Internet. A cualquiera que uno le pregunte, va a responder “sí, las cosas han cambiado”, pero ¿cómo han cambiado?
El sociólogo británico Anthony Giddens (1992) se refería al amor romántico como el modelo que venía imperando en la sociedad moderna, y que ha sido fundamento por siglos del matrimonio y la monogamia, sobre todo en la cultura occidental.
De seguro todos conocemos un sinnúmero de películas donde el o la protagonista corre tras su amor (hacemos la distinción de género, porque décadas atrás habría sido casi impensable ver en el cine a una mujer corriendo tras un hombre…), probablemente en un aeropuerto, mientras el “solo y único amor de su vida” está abordando un vuelo que, de tomarlo o no, definirá si podrán casarse y seguir juntos “para el resto de sus vidas”, y sellando con el beso final – como en el mejor cuento de hadas – un final donde toma vida el ya clásico “y vivieron felices para siempre”. Corren los suspiros en la sala… pero, ¿y qué pasa con la audiencia si el protagonista se va en ese avión para no volver? Los estudios demuestran que entonces el público no aprueba la película y ésta se vuelve un fracaso.
Canciones con letras como “no puedo vivir sin tu amor” o “dejaría todo por ti”, también nos resuenan a este amor romántico, idealista, pero que más bien parece bastante sufrido y hasta aterrador. La famosa media naranja. ¿No es angustioso acaso sentir que hay una sola persona en el mundo entero para amar y ser correspondidos? ¿Unasola entre tantos millones?! Y qué pasa si esa persona se fue en ese avión y ya no está aquí para “completarnos”… entonces, ¿nos quedaremos a la mitad, con la constante sensación de carencia o falta? No. Ese no puede ser el amor que todos buscamos.
Claro. En un comienzo, en la etapa del enamoramiento, ésa de las “maripositas en el estómago”, sentimos gran deseo y atracción hacia el otro. Nos encanta todo de esa persona, queremos verla o escucharla a menudo, estamos ansiosos por el próximo encuentro, pero (y lamentamos echar a perder el romanticismo de la escena), interiormente lo que está ocurriendo a nivel corporal y cerebral es un estado de alerta y de distorsión de nuestra capacidad de juicio, donde no podemos efectivamente conocer al otro en su realidad. Sólo vemos una parte del otro y de la situación (además, nunca será posible verla toda), y de ésa, hay gran parte que nosotros mismos estamos proyectando en el otro: eso que queremos que el otro sea, y que luego nos va a despertar el deseo y la sensación de complemento de lo que creemos que “nos falta”.
Con lo anterior no queremos decir que este amor romántico no sea vivido subjetivamente como real en el momento. Y tampoco que esta experiencia no pueda llevar eventualmente a un amor más consolidado. Pero ciertamente es en lo que Giddens llamó amor confluente, donde tenemos más posibilidades de sentir satisfacción y plenitud.
Según el autor, el amor romántico vuelve a la persona dependiente de otro, tal como a la mujer por siglos la volvió dependiente del matrimonio y de encontrar “al solo y único macho” como vía exclusiva para afirmar su identidad y justificar su sexualidad. Y en el caso de los hombres, el llamado “romántico”, o bien se ve como sometido al poder femenino, es decir, hay una inversión de la dominancia en la relación (pero no una igualdad); o sino, se vuelve un especialista en la seducción y el donjuanismo, pero al final queda en lo mismo, dependiente emocionalmente (aunque enmascarado) de la mujer que necesita conquistar.
Cuando dos personas, en cambio, se acercan y unen por iniciativa propia, y sólo sostienen esa relación en el tiempo de manera voluntaria, en la medida que ambas mantienen su interés y satisfacción no sólo afectiva sino también sexual, ahí hablamos de amor confluente. Deja de ser pasivo, dependiente, para tornarse activo en la apertura hacia la pareja, para mostrar la vulnerabilidad y las propias necesidades al otro. Incluso, cuando se habla de la búsqueda de placer sexual recíproco, elemento perteneciente hoy a ambos sexos, se transforma en la clave sobre si se consolida o disuelve la relación a futuro. El erotismo aquí ya no distingue entre mujeres “respetables” o “impuras”. Tanto en el plano de la sexualidad como en el de la intimidad, antes dominados por uno u otro género, el amor confluente surge en una relación que presupone la igualdad en el dar y recibir emocional y sexual. Pero este amor confluente, supondrán, no está exento de problemas.
Aquí se negocia la sexualidad como parte de una relación, pero no como precondición. Es decir, lo que el amor en la sociedad actual busca ya no es tener la ilusión de una firma para siempre, un contrato de amor para toda la vida (que puede sonar tan romántico como lapidario), sino un amor contingente, basado en la aceptación por parte de cada uno de los miembros de la pareja, y en una co-construcción privada de ambos actores de lo que ellos van considerando su amor, y que les va haciendo sentido (o no) de continuar la relación. Pero este continuo “evaluarse” conlleva a que este amor contingente nos deje una sensación de incertidumbre: ¿qué puedo hacer yo para mantener este amor? Si el amor ya no es para toda la vida, ¿qué fortaleza puede tener el vínculo?
A consecuencia de todas estas transformaciones, los lazos afectivos se han ido flexibilizando y aflojando para poder amoldarse a las nuevas expectativas resultantes del individualismo, y también a la búsqueda de satisfacción de la necesidades del ego, propias de la época del consumo (Bauman, 2002). Es así como los vínculos interpersonales se fueron tornando frágiles, vulnerables y precarios, no sólo expresado en el incremento de los índices de divorcio, sino en una multiplicidad de relaciones “alternativas”, como lo son los amigos con ventaja, los solteros empedernidos que van de relación en relación, o las relaciones “light”.
Ya no es como en la película, no va a ser en una sola persona donde vamos a encontrar el amor, la intimidad emocional y la satisfacción sexual. Todo puede ser desechable si no nos satisface plenamente. Y sí, tal cual, muchas de las parejas que nos consultan esperan que el amor “los llene”, o si no, entonces “no es para ellos”. Sin embargo, el poder que adquirimos al elegir voluntariamente a nuestra pareja, en una asociación de mutuo consentimiento y en una relación de igualdad y reciprocidad, nos permite desplegar nuestra afectividad y erotismo, y también ejercer nuestra libertad tanto de construirla como de terminarla. Al final, esto nos lleva a reflexionar acerca de la responsabilidad de aceptar nuestra humanidad, las limitaciones propias y del otro, así como a abrazar en esta era posmoderna, la importancia de los vínculos a largo plazo.
Bauman, Zygmunt (2005). Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Ed. Fondo de Cultura Económica, Madrid.
Giddens, Anthony (1992). ”La transformación de la intimidad: sexualidad, amor y erotismo en la sociedades modernas”. Alianza Editorial, Madrid.
En términos muy generales, la disociación amor-sexo consiste en la dificultad de amar y desear simultáneamente a la misma persona. Algunas de las formas más severas que puede adoptar esta disociación y que conlleva una especie de incapacidad de amar, es el Donjuanismo y el Síndrome de Casanova. Aunque se tienden a usar ambos términos como sinónimos, no son tales. No solamente porque se derivan de orígenes diferentes, sino porque ambos conceptos apuntan a actitudes de fondo muy distintas. Mientras que Don Juan Tenorio es una creación literaria de Tirso de Molina (1630) que, dos siglos después Zorrilla transformó en una exitosa obra de teatro (1886); Giacomo Casanova (1721-1798) fue un ser real cuyas aventuras transcurrieron principalmente en Venecia, tal como las describió en su extensa autobiografía.
Philippe Soller (2010) afirma que Don Juan es el volcán y Casanova es el jardín. El de Don Juan parece surgir en el ambiente rígido y severo que caracterizaba a la española de su época, una sociedad estricta y sexualmente reprimida, como si él viniese a proclamar su filosofía de humillar la virtud y desbaratar todo amor y matrimonio. Lo que le interesa es su sobre la probidad femenina. Está bastante orgulloso de sus habilidades con las mujeres. Vive para comprobar que es un viril, atractivo, importante; busca el y el reconocimiento de los demás. Pero, en el fondo se infravalora, es inseguro o un tímido sobrecompensado (Romi, 2004). No es selectivo con la mujer que desea poseer, todas le son iguales. No la quiere, sino que ésta se convierte en un mero objeto para incrementar su autoestima. Para él representa un objeto o trofeo de caza, a la que no pretende ni amar ni darle placer, sino que someter para calmar momentáneamente su sed insaciable de poder. Más que conquistar, se adueña sin seducir ni preguntar; no le importan las tácticas ni engaños de los que se vale para lograrlo. Las falsas promesas y las trágicas despedidas, muchas veces inmersas en un clima violento y agresivo, son parte de lo que le produce placer. Busca sin detenerse, goza con aventuras sucesivas y procura lo instantáneo; donde lo importante es conquistar al mayor número posible para sentirse irresistible. Una vez que ha logrado su objetivo, se retira pues ha conseguido lo que quería. Según Romi (2004), en muchas ocasiones la conquista no va acompañada de actividad sexual genital (no tiene imposición libidinal), por lo que no estaría representando el paradigma de la virilidad. Dentro del Eneagrama podría corresponder a un 8 malsano.
En tanto que la filosofía de Giacomo Casanova se centra en la importancia de saber vivir, gozar de todos los placeres corporales de la vida, tener el dinero para conseguir lo que ansía y conservar siempre su libertad. La mujer le simboliza una de sus mayores fuentes de placer, pero tanto al recibirlo como al darlo. A diferencia del Don Juan, Casanova consideraba que las conquistas se guiaban por la ética del engaño recíproco. Era selectivo, apreciaba, distinguía, valorizaba y se dejaba encantar por una mujer en particular. La seducía sensualmente, se enamoraba, procedía con alegría, delicadeza y generosidad con ellas, amaba al género femenino y carecía de las intenciones destructivas de don Juan. Buscaba compulsivamente las aventuras eróticas, pero no la humillación del sexo contrario. Las mujeres que se relacionaron con Giacomo añoraban esa aventura que les había otorgado gran placer. De acuerdo con Romi (2004), el casanovismo por definición corresponde a varones hipereróticos, que gozan en dejar contentas a sus mujeres y no ?enamoradas abandonadas? como el Don Juan. El subtítulo de la biografía de Casanova escrita por Lydia Flem (1998) lo deja muy claro: Casanova: el hombre que de verdad amaba a las mujeres. Correspondería a un 7 malsano del Eneagrama.
En el lenguaje cotidiano, los vocablos Donjuán o Casanova se usan para denotar a un tipo de hombre en sempiterna conquista de mujeres para vivir con ellas aventuras pasajeras. Generalmente no pretenden entablar una relación afectiva honesta y duradera, ya que una vez que ha logrado la conquista, el interés desaparece. El mito dice que padecen de un apetito sexual insaciable que sólo puede ser satisfecho a través de siempre nuevas féminas y que consideran el sexo casi como si fuese un deporte cuantitativo. En psiquiatría se suele utilizar el término Donjuanismo como sinónimo de hipersexualidad masculina. Por su parte, los freudianos dirían que el complejo de Don Juan (homólogo del complejo de Brunilda) refleja un complejo de Edipo mal resuelto (llamado también Complejo Materno), el cual se manifiesta como una búsqueda frenética de la mujer ideal. Los psicoanalistas utilizan el concepto de complejo materno para designar el problema de ciertos hombres cuya fijación sexual o libidinal sigue puesta inconscientemente en la madre. Generalmente muestran actitudes que cabría esperar en un adolescente, acompañadas de una excesiva dependencia de la madre. Se busca a la madre en toda relación, pero cuando la conquista pierde el interés y reanuda la búsqueda de la mujer perfecta, es decir, la Madre. Los psicoanalistas catalogan a los casanovas como fálicos narcisistas que presentan gran dificultad para entregarse realmente en sus relaciones afectivas.
Trachtenberg les dedicó un libro «El complejo de Casanova» (1989), donde los define como «seductores compulsivos» con una larga historia de encuentros de una sola noche, romances de los que continuamente huyen y matrimonios fracasados. Crónicamente infieles y muchas veces adictos a actividades evasivas, se la pasan buscando emociones que le den sentido a su vida. Tienen una visión inconsciente de las mujeres como instrumento para su placer personal y para la gratificación de su ego. Son casi todas intercambiables y se dividen entre las que persiguen y aquellas de las que huyen. Cuando los hombres con dichos síndromes se casan, suelen hacerlo con una mujer que consideran muy atractiva y a la que ven como un trofeo, pero por quien sienten muy poco deseo sexual. Por ello pueden confundirse con el DSH selectivo relacional.
No obstante, de acuerdo con nuestra experiencia clínica, se están dando o están consultando cada vez menos. En la última década no hemos atendido ningún caso en que la falta de deseo tenga a la base ninguno de estos dos tipos de síndromes. De acuerdo con Matesanz (2003), otra variación consistiría en hombres que casi no tienen vida sexual con su esposa, pero recurren a profesionales del sexo o a mujeres con quienes no necesita esforzarse mucho para conquistarlas, es decir, donde el éxito del galanteo está asegurado. Según el autor, muchas veces se trata de hombres tímidos e inseguros, que han tenido experiencias pasadas frustrantes. Ese mismo hombre puede funcionar muy bien en un encuentro sexual casual, donde no hay mayores consecuencias si fracasa y, por tanto, no hay ansiedad. Aunque más raramente, la pérdida del deseo sexual se produce solamente en las situaciones predecibles, pero no en los actos espontáneos.
Pareja viene de “parejo”: ninguno vale ni es mejor que el otro. Los dos ostentan el mismo poder. Los dos son igualmente “cojitos”, “cojean” en la misma cantidad de centímetros (son igualmente imperfectos o “neurotiquitos”), aunque generalmente “cojean” de piernas distintas (tienen defectos o trancas diferentes). Las parejas tienden a la homogeneidad (presentan el mismo nivel de “neuroticismo”). Si alguno se cree más “sano”, siente que “debería” separarse.
El poder y el amor: el mayor poder dentro de una relación de pareja (al menos del estilo de pareja actual en nuestra sociedad occidental) es el amor. El educacional, un mayor o cualquier otro atributo, no implica mayor poder. Pero, no confundir amor con “no puedo vivir sin ti, te necesito” (en esos casos, el “necesitado” puede sentir un mayor poder subjetivo) ni con “si no me necesitas, quiere decir que no me amas”.
Incompatibles Complementairos: usando la metáfora de un auto, los miembros de una relación de pareja suelen tan distintos como el freno versus el acelerador. Pero ser diferentes no es sinónimo de incompatibilidad sino que de complementariedad, donde – para que un auto funcione – se necesita tanto del freno como del acelerador. El dicho: “nunca tuvimos ni un sí ni un no” (o “a todo digo que sí, a nada dices que no), se torna literal si son muy “iguales”. Imaginarse relaciones donde ambos son aceleradores o ambos son frenos.
Expectativas: explicitar lo que se espera (ojo con las expectativas irracionales) de la relación y del otro (nadie es adivino y no se ama menos si “no se da cuenta de lo que obviamente necesito” o “si tengo que pedírselo, no vale” o “no me comprende”).
El otro no es mi propiedad privada ni viceversa: por tanto no existen los “deberes” y los “derechos” preestablecidos, sino que cada pareja debería definirlos “desde cero”, independientemente de lo que hacen las demás parejas. No olvidar agradecer al otro por lo que hace, ya que no existen las obligaciones.
Contrato particular de pareja: los únicos “deberes” son los que ambos acordaron en forma explícita. Cada pareja es un mundo único y diferente. No dejarse guiar por lo que la sociedad “manda” (ojo que este contrato se puede renegociar si es necesario a lo largo del tiempo).
Pirámide de Prioridades: hacer explícitas y negociar las prioridades en la vida (p.e. ¿es más importante la pareja o los hijos?). Evitar colocar al otro en una situación insostenible (“¡o tu mamá o yo!”)
Límites absolutos: aspectos que no se está dispuesto a negociar, por la razón que sea; deberían ser muy pocos (no más de 3 en lo posible) y claramente explicitados, ojalá previamente.
Inicialmente puede haber un breve intento de convencer al otro con argumentos: pero, sino resulta, hay que aceptar el pedido sin culpar, cuestionar, presionar o chantajear; y predisponerse a negociar.
Permiso para el “NO”: es válido no ceder y no se debe preguntar “¿por qué no?” (Internamente la respuesta puede ser “porque no puedo” o “porque no quiero”)
Ninguno de los dos podrá lograr su opción óptima: lo que cada uno consiga mediante la negociación ya no podrá ser lo que primariamente deseaban, sino no habría habido necesidad de negociar.
El juego del “gallito”: si en negociación alguno de los dos gana, los dos pierden. Si negocian, los dos ganan. Si no negocian, se desgastarán y agotarán.
Cuidado con el triunfo pírrico: tal como el general que ganó la guerra pero sólo quedó él vivo, ganarle al otro puede llevar a la destrucción de la relación.
FORMAS DE NEGOCIAR:
Negociación escalonada: ambos van cediendo en su deseo óptimo hasta llegar a una decisión que sea aceptada por ambos
Negociación “quid pro quo”: “chana por juana” o esto por lo otro. (P.e. hoy vamos a ver la película que tú quieres y mañana la que yo quiero”; “te cambio esta tarea por esta otra”)
Negociación combinada: intento de incluir en la decisión final los deseos de ambos (p.e. combinar armónicamente los estilos de ambos en la decoración)
Poner Atención:
Evitar los pseudo-acuerdos: estar atentos a si el otro cede por presión o para evitar los conflictos
No dejar cabos sueltos: imaginarse la solución en detalle y planteársela al otro
Escribir el acuerdo: no confiar en la memoria; repetir lo acordado para que no haya confusión y en lo posible escribirlo delante del otro
Inclumplimientos de los acuerdos: aplicar la técnica de la Ordalía. Es recomendable que ambos acuerden previamente alguna sanción por si alguno no cumple lo pactado. Pero, la sanción no puede ser una ganancia para el “frustrado” ni tampoco debe perjudicar al “incumplidor”, sino que más bien debería hacerle un bien (p.e. si no cumples, no fumas en un mes; o, vamos a salir a caminar toda la semana)
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