El segundo circuito cerebral del amor se pone gradualmente en funcionamiento – sobreponiéndose al primero – cuando un individuo en particular empieza a adquirir un significado especial más allá de la atracción sexual y del apareamiento. Corresponde a la pasión o eros, proceso biológico que se desarrolla de forma independiente a la primera fase de la lujuria y que consiste en una necesidad fisiológica básica de concentrar toda la energía libidinal y reproductora en una única persona. Se desarrolla un deseo más individualizado y romántico por un determinado candidato específico. Sentir una atracción intensa por una persona en particular es un impulso humano – muy difícil de reprimir – de carácter universal, lo cual ha sido confirmado en observaciones antropológicas en más de 140 culturas, por lo que aspirar a un vínculo afectivo que nos haga sentirnos queridos, protegidos y seguros es un fenómeno absolutamente natural.
Todo este proceso se inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino, produciéndose intensas respuestas fisiológicas resultantes de la combinación de reacciones cerebrales, hormonales y genéticas.
- Fase: enamoramiento
- Impulso: emparejamiento pasional con una persona en particular
- Tipo de amor: romántico
- Función: estabilizar la unión de pareja
- Duración: entre aproximadamente 18 meses hasta un máximo de 4 años
- Circuito: sistema de atracción interpersonal selectivo
- Estructura y Zona Cerebral: Sistema de Recompensa, Centro del Placer Apetitivo
- Regulación: dopamina (neurotransmisor de la recompensa)
- Sustancias bioquímicas: feniletilamina (PEA, molécula del amor); norepinefrina, serotonina, feromonas
Recientes estudios con resonancia magnética indican que, cuando a las personas que están inmersas en la etapa del amor romántico se les presenta la foto del ser amado – un indicador visual – se ponen en funcionamiento aquellos receptores que liberan dopamina en grandes cantidades, activándose varias regiones de su cerebro, aunque también hay otras que se inhiben. Entre las que se activan se encuentra el núcleo septum, la amígdala cerebral, la corteza cingulada anterior y la corteza temporal de los dos hemisferios. Sin embargo, las áreas que más se activan son aquellas que han sido denominadas popularmente como el “circuito del amor”:
- Núcleo Accumbens: neuronas del encéfalo, cuyas principales aferencias se dirigen hacia la amígdala, área ventral tegmental y pálido ventral. Desempeña un papel importante en respuesta de recompensas tales como el placer sexual y la risa; aunque también en el miedo.
- Pálido ventral (VP): se activa a medida que la pareja se estabiliza y sus proyecciones van hacia el núcleo medio dorsal, el que a su vez se comunica con la corteza prefrontal, especialmente con la asociativa. Desempeña un rol clave en el surgimiento del cariño, en los vínculos a largo plazo y en la disminución del estrés.
- Núcleo dorsal del rafe: conjunto de neuronas localizadas a lo largo del tronco encefálico, alrededor de la formación reticular. Facilita la detección y respuesta ante estímulos externos, siendo el principal segregador de serotonina.
- Centros del Placer: forman parte del Sistema de Recompensa y se ubican dentro del sistema mesolímbico dopamínico, región del cerbero que procesa las emociones. Para el enamoramiento, son importantes principalmente dos zonas: núcleo caudado y área tegmental ventral (ATV). El primero es una región primitiva asociada con la excitación sexual y las sensaciones placenteras, así como con la motivación para conseguir objetivos; es capaz de integrar gran cantidad de información a nivel inconsciente, tal como recuerdos de infancia o gustos personales. Pero, más clave es el ATV, ubicado debajo del hipotálamo y ligado al deseo, motivación y concentración. Veta madre de las células que producen la dopamina, se activa en la elección de pareja y durante el cortejo. En el ATV del hemisferio izquierdo se procesan los fenómenos inconscientes y en el derecho se procesa la información sexual a nivel consciente, valorándose el atractivo físico de parejas potenciales.
En términos bioquímicos lo que sucede es que, a medida que una persona se enamora, su cerebro se va inundando de feniletilamina (PEA). Al anticipar que se puede lograr lo que se desea, se activa el sistema apetitivo del centro del placer. Comienzan a secretarse dopamina, norepinefrina y serotonina, las que – al actuar en forma combinada – suscitan una especie de “borrachera de amor” compuesta de sensaciones muy intensas, tales como aumento del ritmo cardiaco, energía, fortaleza, atención, memoria, profundo bienestar, optimismo, euforia y exaltación, así como una disminución del apetito y del sueño. El enamorado suele andar obsesivamente concentrado en ese ser tan especial, se pone muy posesivo, siente una intensa ansia por estar con él todo el tiempo y a cualquier precio.
En términos evolutivos, como las crías mamíferas son incapaces de sobrevivir sin los cuidados parentales, tuvieron que generarse las condiciones indispensables para ello. La intensidad de las sensaciones durante el cortejo – gran despliegue de energía, prosecución, protección y celos ante posibles rivales – tendría la función de actuar como inhibidor temporal de la búsqueda de otra pareja. En este sentido, sería una condición fisiológica necesaria para la continuidad de la especie humana con el fin de optimizar el proceso de apareamiento. Tal como lo expresa la antropóloga Helen Fisher, «en los humanos el atractivo con base sexual ha evolucionado hacia el amor romántico o pasional, una forma de lazo o unión que, en perspectiva evolutiva, tiende a asegurar la estabilidad de la pareja para garantizar el cuidado paternal de la prole».
Es así como el cerebro original de los reptiles fue evolucionando hasta desarrollarse la estructura límbica que actualmente forma parte de nuestro cerebro emocional, que es donde se encuentra cableado el instinto que nos hace particularmente sensibles a las necesidades de nuestros hijos y que constituye – en los seres humanos – la base de nuestra capacidad para vincularnos profundamente con los demás. Investigaciones en psicología comparada, etología y psicología animal han sido concluyentes en confirmar que, para todos los mamíferos, la afectividad es una auténtica necesidad biológica, tanto como lo son los alimentos y el oxígeno. Sin amor las crías literalmente se mueren. Ella postula que el amor romántico no debe ser entendido como una emoción sino que como un impulso que se origina en la región cerebral del ansia y que sería más poderoso que el impulso sexual.
Dicho impulso, que sería básico en los mamíferos, funciona en forma mucho más compleja y contradictoria en la especie humana gracias al desarrollo de la corteza cerebral, pasando a a jugar un rol muy significativo la toma de conciencia y los factores culturales. Dado que ciertas respuestas fisiológicas – tales como palpitaciones, sudor y respiración entrecortada – pueden elicitarse igualmente ante emociones tan diversas como ira, amor, celos o ansiedad, la distinción entre estas sensaciones dependerá de cómo interpretemos lo que se está experimentando. Somos seres híbridos determinados por lo biológico y lo ambiental; no podemos reducir el amor romántico a ninguno de estos dos dominios y, si menospreciásemos cualquiera de estas influencias, nuestros análisis pasarían a ser solo construcciones delusorias y artificiosas.
Por siglos se afirmó que el amor romántico pertenecía al dominio del corazón, posteriormente, en cambio, se sostuvo que está condicionado por el dominio del cerebro debido a la acción de ciertas hormonas. Sin embargo, hoy sabemos que se encuentran involucrados componentes motivacionales instintivos, emocionales, cognitivos y psicosociales influenciados por la cultura en la que estamos inmersos. Todos estos factores de índole tan diversa contribuyen tanto a originar como a mantener el atractivo por un individuo en especial. Para que el enamoramiento culmine en un amor estable de larga data, tienen que darse, en mayor o menor medida, una serie de circunstancias comunes, tales como atracción física, apetito sexual, afecto y apego.
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