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Ya desde hace un tiempo estamos junto a Alejandra discutiendo los que observamos en la actual. Y no es una mera conversación teórica, ni un análisis psico-sociológico alejado de la actualidad, sino una necesaria reflexión ante lo inusitado de ciertas sintomatologías presentes en las parejas que consultan. Sean la sexualidad, las rupturas tempranas de parejas matrimoniales, o la dificultad para involucrarse en una relación de pareja estable, hemos pensado que puede ser una  forma de mostrar el descontento en las relaciones íntimas, en una cultura inconsistente. Y es el deseo sexual hipoactivo en hombres la expresión más notable de nuestro contexto actual.

Ya hemos discutido acerca de los cambios en los roles, cómo es que la identidad femenina y masculina ya no operan como hace unas décadas atrás. Aquí quisiera exponer nuevas reflexiones acerca de este tema.

Pues bien, ser  ya no está asociado a las labores tradicionales de antaño: ser dueña de y una esposa devota. A partir de los efectos de la segunda guerra mundial la mujer estuvo obligada a enfrentar nuevos roles, ante la ausencia y muerte de sus esposos. Con esto logran percatarse que pueden autovalerse, logran generar el poder de mantenerse económicamente y más aún, tener tanto éxito como los hombres. Aún cuando ellas viven en un contexto cultural patriarcal, han adquirido más poder (aquí podemos utilizar el concepto “falo”, que desde lo freudiano expresa claramente el “lugar de lo masculino”), acercándose a aquellas características propias de los hombres. Esto es lo que puede definirse como “masculinización”. Ellas hoy no sólo son profesionales de igual a igual con los hombres, sino que incluso están en la posición de prescindir de ellos como proveedores…y también pueden estar en la posición de mantenerlos. El poder asociado histórica y culturalmente al hombre y su falo masculino se empieza a diluir. Mujeres con poder pueden o ser férreas competidoras de los hombres, o simplemente ser «los hombres de la casa». Y no es una frase peyorativa, sino la expresión de una de las formas de relación más comunes entre los seres humanos: la complementariedad, eso sí, desde un nuevo prisma social.
El hombre por su lado no ha sabido reinventarse. La evolución de la mujer nunca ha estado de la mano de la evolución del hombre, simplemente parecieran ser procesos paralelos sin conexión. Dado que el ser pareja es una tendencia social, humana y emocional, como en un efecto sistémico, uno de ellos se debiese adaptar a un nuevo lugar o rol. En este caso, son los hombres, que por la «nueva educación» dada por madres progresistas, o por elección de pareja, han adaptado ciertas de sus características a estas mujeres liberales. Por esto es que no ha sido poco común encontrar mujeres fuertes y explosivas junto a hombres pasivos y emocionales. Siguen siendo hombres, pero son menos «fálicos» que los machos tradicionales. Aquí es donde los estilos de vivir pueden chocar con las expectativas sociales. Se espera socialmente que los hombres sean fuertes, protectores, que definan y que se hagan cargo de diversas situaciones en la pareja, sin embargo, esto conllevaría a que el lugar de la mujer sea ser la protegida, la aceptadora de sus definiciones, y quien necesite ser guiada. Si seguimos este discurso, la cultura patriarcal en lo público se mantiene casi intacta como parte de lo instituido, sin embargo en lo privado se vive una realidad completamente distinta. No es que el hombre de por sí se vuelva o débil o se anule, sino que para hacer viable una relación debe modificar parte de su identidad. Ante lo activo de uno, se requiere de la pasividad del otro. En lo privado ambos desean definir, ambos se pueden proteger, y esto puede llevar a que se expresen conflictos de poder, de rol y de relación en general. Sin embargo esto ocurre en una contradicción no menor, entre estos disjuntos dominios de existencia. Y esto se expresa de múltiples formas en la actualidad: El deseo sexual hipoactivo, el miedo al compromiso, la infidelidad, etc. ¿Cómo ser hombre si ambos en la pareja comparten la masculinidad establecida desde los marcos culturales? Esto genera parejas «muy iguales», pero con individuos de distinto carácter: uno fuerte y otro débil. ¿pueden coexistir en el amor dos personas fuertes o dos personas débiles? Aunque existen parejas con estas características, tienden a ser escasas.
Pero, ¿qué podríamos discutir acerca de la expresión sexual de este conflicto de poderes en la relación? Si pensamos que en el devenir de los cambios de la mujer ella se ha percatado de sí misma, puede adquirir autonomía, también se percata de sus derechos. Esto es, a tener lo que considera necesario en su vida para «estar bien», así sea una estabilidad económica (exigir que la pareja «rinda» como ella), emocional (que sea capaz de decirle lo que siente) y la satisfacción sexual. Hoy la mujer exige sus derechos, no como antaño, donde debía adaptarse a lo que tenía. Y, ¿cuál es el campo de poder que puede dar equilibrio ante tanta exigencia? Generalmente, los seres humanos buscamos maneras de resolver tanto conciente como inconcientemente este tipo de dilemas, y en este caso, es muy probable que no nos percatemos que hoy existe un serio desnivel en las expectativas de pareja (dada la contradicción antes expuesta). La frustración de alguna de las exigencias en la relación está históricamente relacionada a los equilibrios de la dinámica de toda interacción diádica. La intensidad de estas relaciones tiende muchas veces a la búsqueda de límites que protejan la propia identidad. «Dar todo lo esperado por otro, puede hacerme desaparecer como individuo». Es decir, si la satisfago por completo, me transformo en ella o en un «objeto para ella», tal como solía ocurrirle a la mujer.

Las diferencias de género y de roles sociales y sexuales nos daban una necesaria distinción, diferenciación. Sabíamos quienes éramos y no temíamos ser deborados por el otro. Hoy esto nos confunde, tanto a hombres como a mujeres, y expresamos nuestro descontento con lo instituido. La sociedad no ha sabido escuchar nuestras diferencias y no ha sabido escuchar el cambio de la mujer. No es menor que hoy podamos decir que la expresión del descontento esté ocurriendo en la sexualidad, pues es por definición lo más privado de nuestro mundo de a dos.

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