En la Prehistoria, al instalarse el sedentarismo y la propiedad de la tierra, el matrimonio llega a ser una de las maneras más socorridas para aumentar el patrimonio. Es así como el ser humano pasa de la elección de pareja por motivos exclusivamente de atracción erótica, a incorporar por primera vez un elemento reflexivo: el cálculo de conveniencias. Este “amor convenido” predomina en la antigüedad greco-romana y durante toda la Edad Media. La unidad central es la familia patriarcal, cuyo jefe tiene el deber de establecer alianzas de parentesco que mantengan y acrecienten el patrimonio familiar. La pasión erótica deviene en un estado emocional peligroso para elegir y sostener a la pareja, lo cual era avalado por la doctrina católica. «Nada más infame que amar a la esposa como a una amante», decía San Gerónimo.
En la cultura mesopotámica, cuna de la civilización occidental, aparecen las primeras reglamentaciones de la sexualidad en el Código de Hammurabi y se rendía culto a Astarté, diosa protectora de la sexualidad, a quien las mujeres jóvenes le ofrecían su virginidad entregándose a un forastero en el templo. En Babilonia, se castigaba cruelmente el adulterio de la mujer, a la que se arrojaba al río junto con su amante, o bien se le cortaba a ella la nariz y él era castrado.
Dentro de la cultura egipcia cabe destacar los siguientes aspectos: se practicaba la poligamia (la que se prohibió recién en la Roma de antes de Cristo); el incesto estaba permitido e incluso el heredero al trono debía casarse con su hermana para ser considerado un rey legítimo, así protegían su patrimonio y lograban mayor poder político; la circuncisión tenía un carácter ritual en la ceremonia de iniciación de la adolescencia y se ejercía una prostitución sagrada, asociada a la religión. En general, el sexo se aceptaba como una realidad más de la vida cotidiana.
Con el advenimiento de la civilización greco-latina y judeo-cristiana se terminan de consolidar, perdurando posteriormente durante siglos, dos tendencias fundamentales muy vinculadas entre sí, reflejando la interinfluencia entre cultura, religión y sexualidad. La primera se refiere a la exaltación del potencial sexual masculino como reflejo de la dominación general del hombre y de la represión de la sexualidad femenina. Aún hoy los Judíos Ortodoxos agradecen a su dios no haber nacido mujeres y en el Muro de los Lamentos se tiende a segregar a las mujeres de los hombres. La segunda tendencia apunta al dominio de la religión sobre el comportamiento sexual, reduciéndolo casi exclusivamente al proceso de reproducción.
En las culturas griega y romana se exaltaba la potencia sexual masculina a través de las imágenes divinas de Zeus y, especialmente, de Apolo. En la mitología se relatan las aventuras eróticas del padre de los dioses y de su hijo predilecto. Se prefería y se veneraba más a Apolo como un dios pleno de belleza física y espiritual, así como de fortaleza y valor. De él proviene el concepto de belleza apolínea, que hasta la actualidad se considera el prototipo del hombre viril y sensual. Entre los mortales, el criterio de tres coitos seguidos marcaba haber dejado la infancia y alcanzado la juventud. Dentro de la misma línea, en el manual Taoísta del s. II, se afirmaba que después de 1,200 relaciones sexuales el emperador se volvía inmortal.
La religión Canaanita pre-judaica, en la que había prevalecido la veneración de dioses de ambos sexos, incluyendo a diosas de la fertilidad y a sacerdotisas, sufrió una profunda modificación con la llegada de las religiones monoteístas, las que creían en un dios masculino, tal como el dios judío Jahvé. Según la mitología, Eva fue una diosa de la fertilidad muy reverenciada, quien luego devino en maldita al asociársela al pecado original, acusándosela de causar la muerte y el mal, siendo supuestamente castigada por Dios condenándola a parir con dolor.
También en Turquía, Egipto, África, Roma, las Islas del Pacífico o las llanuras de Norteamérica, los dioses dejaron de ser masculinos, femeninos o bisexuales, dando paso al único dios de las religiones nacidas en el Cercano Oriente: el Judaísmo, el Islamismo o el Cristianismo (una excepción fueron los Cristianos Gnósticos, cuyo dios es tanto hombre como mujer). La dominación masculina puede también rastrearse a la invasión de los rusos en Asia y Europa, y desde la India a Irlanda. Los grupos de poder político y religioso quedaron limitados a los hombres.
Los principios básicos de la religión judía han afectado a la sexualidad occidental hasta nuestros días. La cultura hebraica fue una de las primeras en reprimir la sexualidad, particularmente la de las mujeres, las que eran considerabas simples objetos sexuales. Sin embargo, en el Cantar de los Cantares la sexualidad era representada como un impulso creativo y placentero, que no era considerado malo en sí mismo ni se restringía únicamente a fines de procreación.
En el Antiguo Testamento, donde se incluyen los Diez Mandamientos de Moisés, difundidos hacia el 1300 a.C., se encuentran las normas que deberían regular la conducta sexual de la época. En general, se califica como impuros el adulterio, la fornicación, la prostitución, la sodomía y la homosexualidad. Es así como encontramos el “no fornicarás” (aunque se sabe que, siglos después, el Rey Salomón tuvo 700 parejas estables además de innumerables amantes); en Éxodo (XX, 14) se prohíbe el adulterio, reforzándose en Levítico (XVII, 20): «no pecarás con la mujer de tu prójimo ni te contaminarás con tal unión». Se proscribe también la homosexualidad en Levítico (XVIII, 22): «no cometerás pecado de sodomía porque es una abominación»; aparece el tabú de la desnudez en Levítico (XVIII, 7) y la prohibición del incesto en Levítico (XVIII, 6): «nadie se juntará carnalmente con su consanguinidad, ni tendrá que ver con ella». También en Corintios (I, 1-5) se hace evidente la prohibición del incesto.
En Israel, la finalidad del matrimonio era la procreación y el mantenimiento del poder del clan; la monogamia es estricta y el matrimonio indisoluble, al tiempo que se prohíbe tajantemente toda relación extramarital. El sexo, enmarcado en el matrimonio, era considerado tanto una obligación como una alegría. La unión legal tenía como finalidad la descendencia, con miras a la conservación del patrimonio que era traspasado de una generación a la otra mediante la práctica del mayorazgo.
En la cultura greco-romana así como en la helenística (donde se fusionan los elementos orientales con los griegos), se exalta al ser humano como la criatura más importante del universo, glorificándose el alma y el cuerpo; y, el acto sexual llegó a ser una suerte de manifestación religiosa. Por ejemplo, una extendida costumbre religiosa la constituía laprostitución sagrada, mediante la cual se pretendía atraer los favores de las diosas protectoras de su pueblo. En Grecia se adoraba a Afrodita, en cuyo honor se realizaban ritos de amor y fecundidad. La mujer debía ofrecer su virginidad y fertilidad a la diosa Venus u a otras diosas, a través de la unión con un sacerdote o un extranjero. En este último caso, el forastero debía pagar, a su vez, con una ofrenda en especie o en metálico para costear los cuidados del templo de la diosa. (En la antigua India, los templos también obtenían ganancias generadas por las sacerdotisas al tener sexo). Esa costumbre ritual degeneró en la simple venta del cuerpo femenino. Etimológicamente, fornicación deriva de forno (arcos de los puentes), donde ejercían las trabajadoras sexuales romanas. En Atenas, las mujeres no podían andar solas, privilegio exclusivo de las hetairas (prostituta fina), en tanto que las pornoi eran las prostitutas de más bajo nivel (vocablo del que deriva la palabra pornografía).
La prostitución sagrada y otras manifestaciones, que supuestamente tenían como finalidad la unión del sexo con lo sagrado, simbolizaban el vínculo del hombre con la naturaleza y con los dioses. Pero, además, suponían una forma de mantener o incrementar los bienes familiares, lo cual se refleja en los antiguos casamientos de Babilonia, Grecia y Roma, donde existía como norma el intercambio de regalos o entregar a la hija con una dote, para contribuir así a su seguridad durante el matrimonio. La mujer comenzó a ser una mercancía de intercambio, al tiempo que se instituyó la familia como algo sagrado y el matrimonio se convirtió en un ritual.
Con la instauración del patriarcado, imperó la dominación sobre la mujer bajo el pretexto de la protección de la familia. Durante toda su vida, la mujer se hallaba sometida a la autoridad omnímoda del pariente masculino más cercano y, en general, ella era un ciudadano de segunda categoría cuya función principal era ser «gyne», es decir, «portadora de hijos». La función de la mujer era procrear, perpetuar, y servir a los hijos, teniendo el dudoso «privilegio» de compartir los favores del esposo con otras esposas secundarias (pero, si ella era la infiel, solía ser apedreada). Las tareas femeninas en Atenas consistían exclusivamente en perpetuar la raza y ocuparse de los hijos, mientras los hombres recurrían a las hetairas para saciar sus impulsos sexuales e intercambiar ideas sobre cultura y arte, pues se trataba de cortesanas que no sólo vendían su cuerpo, sino también su encanto, conocimientos y amistad. Similarmente, la estructura familiar romana se caracterizaba por la clara distinción de los roles asignados, donde destacaban las funciones del pater familia, de la esposa, de los hijos, de los esclavos y hasta de los clientes. En los tiempos de la República aún se mantenía la estructura de familia patriarcal y el respeto a la religión.
Con el surgimiento de la familia patriarcal se generan una serie de dualidades en lo sexual:
- En el plano social, la esfera privada era restringida al ámbito a la mujer, quedando a su cargo la educación de los hijos y, la esfera pública, quedaba a cargo de los varones
- Doble estándar: permisividad sexual al varón y represión a la mujer, a quien se le exige la virginidad y serle fiel al marido, sin importar su propio placer
- Doble imagen de la mujer: la «buena» es la madre dedicada a la casa o la virgen; la «mala» es la mujer pública dedicada al placer (inicios de la disociación amor-sexo)
- Doble significado de la sexualidad: la reproductiva como la forma lícita y socialmente aceptada dentro el matrimonio; el placer como la forma válida para el hombre fuera del ámbito conyugal
En el siglo V a. C., en Grecia, la construcción de las ciudades y el desarrollo de las actividades artesanales y comerciales condujo a que las personas comenzaran a perder el contacto con la naturaleza y se dedicara más al ocio y al arte. Al mismo tiempo, la sexualidad va perdiendo su sentido profundo y se empiezan a realizar orgías que suponían, simplemente, una liberación de índole personal. Se sustituyó el culto de Afrodita por el de Dionisos o Baco, dios de la sexualidad y del vino; pero, al mismo tiempo, crearon al dios Apolo, que se caracterizaba por su sabiduría y por su tendencia a la moderación de los instintos; con ello, se intentaba lograr un equilibrio entre ambos extremos. Dichas orgías dedicadas a Baco fueron, en un inicio, verdaderos rituales del amor en que se rogaba por la fertilidad, de la mujer y de la tierra. No obstante, con el correr del tiempo esta creencia perdió su base religiosa y se fueron transformando en excesos de índole hedonista.
Sin embargo, entre los múltiples aporte de la cultura grecolatina se incluye los primeros atisbos de educación sexual, formando a los niños en el conocimiento de las funciones sexuales. Reconocían la importancia de desarrollar una sexualidad plena y procuraban exaltar el erotismo. Como parte de esta apertura general, los griegos eran permisivos ante ciertas conductas homosexuales masculinas entre adultos y adolescentes púberes, pero siempre dentro de un contexto educativo, en el cual el adulto tenía la función de formar intelectual y éticamente a sus pupilos (paidegogous). Por otra parte, se consideraba que la homosexualidad masculina representaba una forma de búsqueda de la belleza y del amor. No se consideraba que la homosexualidad menoscabase la virilidad, siempre y cuando no afectasen su desempeño en las continuas guerras. A modo de ejemplo se pueden mencionar desde Zeus hasta Alejandro Magno. Los romanos adoptaron gozosamente esta práctica para excitar sus rutinarios placeres. No obstante, se desaprobaba la homosexualidad y los contactos sexuales si éstos eran de carácter exclusivo entre hombres adultos; así como actos homosexuales con muchachos impúberes, situación que era penada por la ley.
En Roma, con la corrupción de la clase dirigente, el desgaste social y las guerras coloniales a las que debía hacer frente el Imperio para mantener unidos a pueblos tan diversos, se va generando una ansiosa necesidad de disfrutar de variados placeres. Dicho hedonismo grecorromano ha sido asociado a la relativa aceptación de la homosexualidad, la bisexualidad y el aborto. En este nuevo contexto socio-económico, la unidad familiar se rompe y el panorama cambia por completo. La mujer se desentiende de los hijos, cuya educación es confiada a una sirvienta o a un esclavo; se extiende el aborto como método anticonceptivo y se recurre al sexo y a la lujuria para la realización personal, tanto masculina como femenina, pasando a ser la obtención del placer el valor supremo al que se sometía todo lo demás. El adulterio (preconizado por Ovidio en «El arte de amar») y el divorcio eran aceptados y practicados en numerosos casos.
Aunque el imaginario de desenfreno y perversión sexual con que se identifica a griegos y romanos resultan exagerados, efectivamente hubo excesos y avidez sexual en la última etapa del Imperio Romano, lo cual – a modo de contrapeso – llevó al surgimiento, en plena época imperial, de una corriente contraria, encabezada por filósofos estoicos y neoplatónicos. Con la cultura helenística habían arribado ideas orientales sobre el espíritu y la vida después de la muerte, trayendo como consecuencia una ansiosa preocupación por el comportamiento humano en la tierra, con lo cual el ascetismo cobró fuerza. En este sentido, la cultura helenística representa una especie de transición entre el período objetivo griego y el medieval subjetivo. Plotino destaca como el convertidor del pensamiento helénico, influyendo en los Padres de la Iglesia y en los fundamentos de la doctrina agustiniana. En efecto, en Grecia, durante la Antigüedad Tardía, habían florecido durante cortos períodos, un gran número de escuelas filosóficas. De las más interesantes, desde el punto de vista de la sexualidad, fueronlas escuelas estoicas y las epicúreas.
Los filósofos postaristotélicos sostenían dos grandes posturas dicotómicas respecto a la forma de encontrar la felicidad. Los epicúreos afirmaron que, como todos los conocimientos se originan en las sensaciones, la meta de la vida era gozar cuantos placeres fuesen posibles y, de manera consistente, preconizaban minimizar el dolor y el sufrimiento de los otros. Por su parte, los estoicos creían que la finalidad de la vida era alcanzar la serenidad espiritual y que la felicidad se debía encontrar dentro de uno mismo, una vez que se hubiesen dominado las pasiones, las que consideraban disposiciones del alma y no fuerzas extrañas. La virtud se lograba mediante la prudencia, la justicia, la templanza, el valor, la disciplina sobre uno mismo y el cumplimiento de los deberes.
En la polarización producida entre hedonismo y ascetismo, el Cristianismo encontró una tierra fértil para desarrollarse. La introducción de la moral estoica, condujo a varios pensadores y gobernantes a condenar varias prácticas sexuales de la época. Tras las invasiones bárbaras y el declive económico y territorial sufrido por los romanos, triunfa definitivamente el Cristianismo, imponiendo una ética sexual con ideas muy restrictivas en materia sexual, la cual tuvo significativos efectos y consecuencias sobre la sexualidad durante siglos.
El Cristianismo Primitivo, donde destaca el trascendentalismo patrístico, consistió en la fusión del judaísmo con el estoicismo griego, la estructura imperial y la normatividad jurídica romanas. Los antiguos textos del siglo I en Nag Hammardi, Egipto, evidencian las diferencias en las creencias y prácticas de los primeros grupos cristianos. Estos fueron considerados heréticos en el siglo III, por lo que fueron escondidos por los monjes benedictinos y finalmente quemados en el siglo V, con lo cual se pudo ensamblar el Antiguo y el Nuevo Testamento en laBiblia. Así, se logró institucionalizar una sola verdad, una ortodoxia que unió a los Cristianos frente a las persecuciones, pero también aparece la intolerancia ante versiones discrepantes. Esta fue una época de creencias, de autoridad, de sumisión y de aceptación, decisiva en la predominancia de una férrea y única moral sexual.
Cuando el Cristianismo pasó a ser la religión oficial del Imperio Romano, se fue convirtiendo en una fuerza política y represiva; asumiendo la Iglesia la jurisdicción sobre el matrimonio, dejando éste de ser un asunto civil; y, pasa a dictar normas para la conducta sexual, basándose en la concepción del sexo como pecado. Se exalta la castidad como símbolo de pureza y el acto sexual es considerado como algo pecaminoso, incluso dentro del matrimonio; se admite porque es imprescindible para la procreación, considerada como un deber sagrado. Para conseguir que el placer fuese el mínimo y con el fin de evitar la visión del cuerpo desnudo, las mujeres debían ponerse un camisón que poseía a la altura de los genitales un orificio por el que el marido debía introducir el pene. En la Biblia se exhortaba a crecer y multiplicarse, siendo el sexo reproductivo una obligación y el sexo sin hijos, una ofensa o una maldición. Por otra parte, allí se condenaba la prostitución, la homosexualidad y la masturbación.
A diferencia del judaísmo, el cual no distinguía entre el amor físico y el amor espiritual, la doctrina cristiana se encaminó a continuar los pasos de las pautas griegas, planteando – por un lado – el eros o “amor carnal” y – por otro lado – el ágape o “amor espiritual”, no material. Se repudiaron los placeres mundanos y se fomentó el goce puramente espiritual.
San Pablo, de gran influencia entre los apóstoles, ya había propuesto el celibato y la abstinencia como ideales; pero, como reconocía que la mayoría no podía lograrlos, propuso el matrimonio como forma de legitimar la pasión y la lujuria. El mito de Adán y Eva sitúa a la mujer como foco de tentación, hasta el punto que llega a afirmar en la Epístola a los Corintios que «…bien le está al hombre el evitar el contacto con la mujer. Sin embargo, por evitar la fornicación, que cada hombre tenga su mujer, y cada mujer su marido. (…) Si no pueden guardar continencia, que se casen. Es mejor casarse que consumirse». San Jerónimo considera que cada contacto sexual aleja un poco más del Espíritu Santo y, por otro lado, el papa Gregorio el Grande en el siglo V indica que el pecado original es hereditario: «El apetito de nuestros padres por la carne es la causa de nuestra vida y por eso somos pecadores».
La rígida moral sexual se vio fuertemente influenciada por la doctrina agustiniana del siglo IV. San Agustín, el denominado padre de la Iglesia Católica, fue quien transformó a la psicología de ser el estudio de la conducta del individuo al estudio de las fuerzas o de los procesos intangibles de la conciencia. Libertino durante su juventud, posteriormente renegó de su pasado, llegó a considerar el sexo como algo deleznable, infernal, una podredumbre o pus. La renuncia al placer y el sacrificio deberían ser obligatorios. Afirmaba que, nada hacía descender tanto la mente viril, como las caricias de una mujer, evidenciando sus sentimientos de culpa debido a sus experiencias sexuales pasadas. Todo ello da lugar a que se extienda un sentimiento de culpabilidad y malestar entre los cristianos, obligados a avergonzarse de su cuerpo y a la represión de sus instintos naturales. Para él, la sexualidad y la procreación eran inseparables, sosteniendo que el deseo sexual era una tendencia animal que podría ser justificada y orientada hacia el bien, siempre y cuando el acto sexual tuviera como finalidad la procreación. Describía al acto sexual “como un fenómeno que se apodera completamente de uno, haciéndole perder el control, provocando sacudidas violentas que no corresponden al control de la voluntad”.
En otras latitudes y en otras religiones, tal como en el Antiguo Oriente, el Islam y el hinduismo, la actitud y los criterios que regían la sexualidad eran mucho más positivos que en Occidente. EnOriente, la sociedad buscaba el conocimiento y el desarrollo de las funciones sexuales. “En la sociedad hindú existía un segmento que aprobaba casi todos los comportamientos de índole sexual. En China, el sexo no era un hecho que inspirase temor, ni se conceptuaba como pecaminoso; antes bien, se estimaba como un acto de culto y veneración, e incluso como la senda que conducía a la inmortalidad” (Bullough).
En la antigua China y en el Japón ancestral, proliferaban unos manueales que cantaban el éxtasis del goce sexual y sus variedades. Los más conocidos se dieron a conocer en la India, tal como el libro sagrado del erotismo hindú, el famoso Kama Sutra, que enseñan las maneras de convertir el goce de la sexualidad en una experiencia casi mística. Esta obra es considerada como el trabajo básico sobre el amor en la literatura sánscrita. Cronológicamente se sitúa en el período Gupta (entre el 240 y el 550 d. C.) y se copiló aproximadamente en que san Agustín escribía sus Confesiones. Esto no quiere decir que en estas culturas el desarrollo de la sexualidad triunfara. Las conveniencias políticas y las concepciones machistas mantenían gran número de costumbres atroces y represivas contra las mujeres y las clases más humildes. Entre los peores aspectos de sus ideas sexuales, por ejemplo, se encuentra la costumbre del suti. Por ella, la viuda de un hombre debe incinerarse viva en la pira funeraria de su esposo. Esta práctica, afortunadamente, fue virtualmente erradicada por los cambios sociales experimentados – recién – en el s. XX.
Comentarios recientes