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Las relaciones interpersonales en general sufrieron, en un tiempo relativamente breve, una ruptura sustancial en la forma en que se conciben y se afrontan; construyéndoselas actualmente bajo condiciones objetivas y subjetivas muy diferentes a las de antaño. Es así como la familia, en particular, ha experimentado – en las últimas tres décadas – gran parte de las transformaciones que tuvieron lugar a lo largo de todo el siglo pasado (Cyrulnik) y los cambios continúan sucediéndose hasta el día de hoy.

Desde mediados del siglo pasado se fue produciendo un vaciamiento de sentido de muchas de las instituciones más tradicionales de la sociedad, entre las que la familia no fue precisamente una excepción. En efecto, como construcción histórico-social y como sistema humano abierto, se fue desinstitucionalizando y fue perdiendo sus funciones como unidad económico-educativa así como de fuente de asistencia. En épocas anteriores, ya se había instaurado totalmente el matrimonio por amor, descartándose otros motivos para casarse; la sexualidad había pasado de ser instrumental a ser una sexualidad afectiva; y, el placer sexual se había disociado de la reproducción gracias a la píldora anticonceptiva.

Por otro lado, la informalidad general de la vida social se fue extendiendo también al interior de las familias y parejas, consideradas como aquellas construcciones en las que organizamos nuestro mundo de vida más inmediato. Los controles sociales externos se fueron desgastando y las normas prescritas se hicieron menos efectivas. Las interacciones afectivas y sexuales, así como los modos de convivencia, se fueron estableciendo relativamente al margen de los modelos dictados por instancias o circunstancias externas y, simultáneamente, se fueron desmitificando los ritos familiares.

Las relaciones sociales pasan a ser mucho más amplias y flexibles que antes; la gente se mueve ahora en muchos ámbitos diferentes al mismo tiempo, por lo que forzosamente solo puede implicar parte de su actividad y personalidad en cada uno de ellos. Por su parte, la sensación de urgencia de mantenerse comunicado con otros va dificultando la perdurabilidad de los vínculos. En consecuencia, los lazos interpersonales se fueron limitando, originándose las tan mentadas interacciones fragmentadas, masificadas e impersonales. En cambio, la familia se ha ido encogiendo, replegándose sobre la pareja y, en segundo lugar, sobre los hijos.

Entre los cambios en las tendencias socio-culturales y demográficas cabe destacar los siguientes: iniciación sexual a menor edad; disminución del tabú de la virginidad y de la condena social a la madre soltera (la paternidad se ha disociado del matrimonio); aumento de las relaciones pre-matrimoniales y las convivencias a prueba antes de casarse (la sexualidad se ha disociado de las uniones legales), de los embarazos precoses y de la edad al casarse; menor número de matrimonios; postergación de la maternidad; decrecimiento del número de hijos por familia; menor presión sobre la perdurabilidad de la pareja; mayor permisividad social ante las separaciones; menor rechazo social ante el divorcio; flexibilización de las leyes del divorcio; significativo incremento de las convivencias no legalizadas a edad tardía, de las familias uniparentales y, especialmente, de las tazas de divorcio.

Una de las modificaciones socio-psicológicas que parecen haber tendido mayor relevancia es el proceso de individuación, el que ha sido interpretado como la extención del ideal de libertad desde la esfera pública al orden doméstico, especialmente a la familia y a la pareja. Actualmente, en esta sociedad en que predomina el individuo, se tienen márgenes de libertad y opciones mucho más amplios, de modo tal que cada uno pueda erigir a su modo su propia historia familiar, donde es factible formular y reformular permanentemente la identidad. Efectivamente, hoy en día a las personas les es posible autogestionar sus oportunidades, efectuar gran número de elecciones vitales para ir confeccionando su biografía, re-construir-se y cambiar, por ejemplo, de nacionalidad, aspecto físico, ocupación y hasta de género; pueden elegir vivir solos o en pareja, de manera ortodoxa o heterodoxa, tener o no tener descendencia, etc. Es lo que Beck denomina la «libertad biográfica«, cuyo angustioso costo sería hacerse responsable de su propia suerte, sin poder delegarla – como antaño – en instituciones, clases sociales o sistemas normativos rígidos.

Consecuentemente, ya no hay destinos individuales ni familiares decididos de antemano o definitivos, sino que son más bien andares indecisos, inciertos o precarios, donde nada está asegurado. Un individuo puede pasar del noviazgo a la cohabitación, volver a ponerse de novio y casarse, tener hijos, divorciarse, vivir sólo con los hijos, cohabitar con una nueva pareja y los hijos de ambos, etcétera. En cuanto a las relaciones familiares, éstas se han ido inclinando, en general, hacia una mayor autonomía, igualdad y democratizaciónentre sus miembros, tanto intergeneracionalmente como entre la pareja. Los roles asignados a cada género se han modificado extraordinariamente; la autoridad del padre y el espíritu de obediencia se han debilitado; los niños tienen hoy mas posibilidades de observar el mundo de los adultos, de presenciar conflictos que antes no podían ver. Por otro lado, como en general se aspira a la felicidad, importa el bienestar personal dentro de la pareja y familia, por lo que surgen múltiples preguntas acerca de su presente y su futuro, buscándose incansablemente más información (Kaufmann). Antes, uno se casaba y se mantenía así toda la vida, sin mayores cuestionamientos.

Ahora la vida familiar se construye más desde los intereses, preferencias, voluntades y deseos individuales, basándose en una aceptación general de los nuevos tipos de familia y en nuevas éticas; llegándose a la coexistencia de una pluralidad de arreglos de convivencias tanto afectivas como sexuales. Empero, las familias no sólo difieren entre sí por el tipo y el número de miembros de que constan, sino que también por las expectativas que éstos tienen respecto de ella. Decisiones tales como con quién se vive, cómo se cuidan los hijos, cómo se dispone del tiempo y del espacio, como hacer el reparto de las tareas o cómo son las relaciones con los parientes… son cuestiones para cuya resolución se acude menos a las normas y roles prescritos o preconfigurados socialmente, y más bien son zanjadas libremente en la acción recíproca entre los individuos involucrados, experimentando mediante ensayo-error, descubriendo nuevas obligaciones, provisionales e inseguras, inmersos en inevitables contradicciones y complejidades, donde un niño puede tener dos padres -uno biológico y un padrastro-, dos madres, ocho abuelos, medios hermanos y hermanastros.

A consecuencia de todas estas transformaciones, los lazos sociales y afectivos se fueron flexibilizando y aflojando para poder amoldarse a las nuevas expectativas resultantes del individualismo y de este narcisismo contemporáneo de corte hedonista y seductor propio de la época de consumo de masas (Campuzano). Es así como los vínculos interpersonales se fueron tornando frágiles, vulnerables y precarios; cuyo ejemplo quizás más dramático sería el incremento de los índices de divorcio. Estimulada por nuevos valores tales como la «autorealización», «independencia» y la «vida propia» por encima de la fidelidad a clanes, linajes y tradiciones, surge una virtual «cultura del divorcio«, a modo de reflejo del privilegio del que goza hoy una persona, quien puede deshacerse livianamente de una unión que no le satisface.

En esta sociedad informatizada en que han desaparecido las fuentes tradicionales de certidumbre, en que existe inseguridad en torno a los valores, los deberes y los vínculos, en que la individuación en los modos de vida llevan a constantes mutaciones en las relaciones familiares y de pareja, en que las opciones a elegir son inagotables; debemos enfrentarnos a una serie de nuevos problemas: crisis y división de la familia, confusión en las relaciones entre los géneros, conflictos  de parejas, separaciones, divorcios, luchas por la custodia de los hijos, etc. Entonces, no es de extrañar que el ‘esprit du temps’ ya no sea la liberación como lo era en décadas anteriores, sino que la inquietud, la angustia y la ansiedad permanente en la vida privada.

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